Capítulo 6
En 1668 se había asentado la comunidad Sanavirona -Tonocoté de Lucup Tiquiunky en la comarca que, al momento de nuestra narración se denominaba “Departamento Rivadavia”. Luego de participar activamente del Gran Alzamiento Diaguita contra las huestes y milicias españolas. Aquella insurrección de los pueblos originales mantuvo en jaque a los invasores europeos durante siete años, en todo el territorio, más tarde fraccionado en provincias: Santiago del Estero, Córdoba, La Rioja, Catamarca, Tucumán, El Chaco, Salta y Jujuy.
Los sanavirones -que en su idioma significa Pueblo de Piedras Grises- y los tonocotés -Pueblo Colorado- fueron atacados una y otra vez por los europeos. Hasta 1682, año en que, a instancias de los recién llegados padres jesuitas, lograron un convenio con el gobernador de la provincia virreynal del Tucma, don Fernando de Mendoza y Mate de Luna. Por el cual se les otorgaría cinco mil hectáreas junto a una de las entonces denominadas Tó eyu Couylpoрó -lagunas: grande y pequeña-, hoy renombradas como Mar Chiquita, en Córdoba y otra más pequeña, con igual apelativo, en el departamento Rivadavia, Santiago del Estero. Precisamente al lado de esta Laguna Pequeña, entre el poblado criollo de Palo Negro y la estancia de la familia Carol, es que se ubicaba el gran anillo, entonces selvático, otorgado al resto Sanavirón-Tonocoté por el gobernador imperial Fernando Mate de Luna. Al cual los aborígenes denominaron Lucup Tiquiunk. Que en su idioma significaba “Rincón Feliz” (o Alegre, o Fértil, o Feraz.)
Milagrosamente (o no; como se verá más adelante) esta pequeña comunidad aborigen lograría subsistir, hasta bien entrado el siglo XX. En aquella primera instancia, durante el siglo XVII, bajo la fianza de la Compañía de Jesús: aceptando dicha protección con las cláusulas de proveer, a los Jesuitas, de mano de obra especializada para la producción de telas, mobiliarios e instrumentos de madera o metálicos y otras manufacturas. Junto a cupos periódicos de vegetales alimenticios o harinas de algarrobo, trigo y maíz. Además, los pobladores originales recibirían clases de catolicismo, permitiendo la adhesión a esas doctrinas de modo voluntario.
Durante un siglo estos sanavirones, tonocotés y algunos lules con sus descendientes, sucesivamente integrados, vivieron un periodo de relativa tranquilidad -si se tenía en cuenta el periodo anterior, entre 1535 y 1660, cuando, sorpresivamente, se habían descubierto atrapados, entre millares y millares de guerreros. Quienes buscaban ocupar por la fuerza sus campos, bosques y montañas, para someterlos, además, a una esclavitud inesperada. Pues los nativos del Tavantisuyu, antes súbditos del Inca, que no habían logrado someterlos, ahora se lanzaban en legiones sobre los pacíficos pueblos del Sur. Comandados por sus propios generales y sacerdotes, bajo el mando de metalizados leviatanes bermejos, peludos, mefíticos y criminales, como jamás se hubieran presentido antes por estas regiones del planeta.
Nuevamente los comuneros de Lucup Tiquiunk corrieron gravísimo peligro de extinción cuando el rey Carlos III ordenó expulsar a los Jesuitas del territorio imperial -incluyendo, por cierto, las comunidades de Noroeste sudamericano- entre 1767 y 1773. Desde antes, incluso, sanavirones y tonocotés venían padeciendo los embates de grandes encomenderos santiagueños y cordobeses. Que atacaban su territorio por dos flancos, con el propósito de arrebatarles el gran ámbito sociocultural y productivo que, durante más de 50 años habían logrado constituir. Con el auxilio de los imbatibles linajes Abipones y Mocovíes -más otros brasílidos y guaraníes-, consiguieron, una vez más, resguardar aquel sagrado espacio de perduración étnica.
Hasta que en 1836, bajo el gobierno del brigadier general don Juan Felipe Ibarra, la Honorable Cámara de Diputados de Santiago del Estero aprobó una ley, concediendo, en carácter de Propiedad Comunal, un distrito de 4670 hectáreas a la colectividad Sanavirona -así inscripta en el texto validado. El proyecto, presentado por fray Francisco Somellera, diputado provincial de Sumampa, indicaba, entre otros aspectos, que la nueva población y su dominio se someterían, de allí en adelante, a las normas jurídicas vigentes para la Provincia de Santiago del Estero.
Como lo habían prometido a los jesuitas, la comunidad aborigen continuó recibiendo educación cristiana. Aunque, desde la expulsión de la Compañía de Jesús, con bastante irregularidad. Pese a ello, al momento de transcurrir nuestra historia -década de 1930-, la mayoría absoluta de sus casi 3.000 familias sustentaban esta religión o, al menos, la respetaban en sus principios elementales. Si bien no se habían prestado a la construcción de un templo, solían admitir la celebración de misas y cultos principales, donde los aldeanos accedían, periódicamente, a los sacramentos dictaminados por la Iglesia Católica.
La Misión Nuestra Señora de la Columna de Macapillo, en el actual y cercano pueblo de El Quebrachal, había continuado de algún modo aquel contacto intermitente de las jerarquías eclesiales con los Sanavirones-Tonocotés, enviando cada tanto delegaciones de monjas y fieles, que transcurrían jornadas enteras confraternizando con todo el pueblo. Hasta que una banda de supuestos ladrones, asaltaron y depredaron el convento de la Virgen, asesinando a sus habitantes y llevándose algunas joyas u objetos de valor.
Desde entonces, los Tonocoté-Sanavirones se habían visto acuciados por numerosos asedios externos, fueran estos de índole política, económica o legal. Supuestos propietarios aparecían de tanto en tanto, exhibiendo títulos falsos. Algunos de ellos acompañados por bandas de mercenarios armados, o incluso, con desalentadora frecuencia, agentes de policía, con el mismísimo comisario de algún pueblo cercano encabezándolos. Con auxilio de Los Ulalos, lograron superar, igual que antes, aquellos nuevos acosos.
La existencia de los aborígenes solía transcurrir sencillamente, bajo normas ancestrales heredadas de sus antepasados. Habitaban en grandes casas, construidas con troncos de quebrachos, adobe y techos de paja compactada con barro. Las viviendas se levantaban sobre terraplenes y en ella habitaban entre cinco y diez familias.
La comunidad compartía todos sus bienes, así como las obligaciones laborales, relacionadas principalmente con necesidades básicas, tales como la alimentación, construcción de galpones para almacenamiento, vestimenta, utensilios, herramientas, artesanías u objetos de arte y otros elementos.
No utilizaban moneda alguna en sus intercambios esporádicos hacia o desde el exterior: consideraban al dinero como nefasto. Toda adquisición de productos externos se obtenía por medio del trueque.
Hacia 1888 comenzó a visitarlos el padre Salvador Colombo, rector en la Comunidad de El Quebracho. Se fue integrando a tal punto con los aborígenes, que en 1910, durante el arzobispado de Monseñor Bernabé Piedrabuena, decidió desobedecer un decreto que lo trasladaba a la ciudad de Córdoba. Para radicarse definitivamente, por opción personal, en la comunidad sanavirona de Lucup Tiquiunky.
El arzobispo, un hombre inteligente y comprensivo, no lo sancionó de ninguna manera, pero le advirtió que debía renunciar, desde aquel momento, a ejercer algunas facultades propias del sacerdocio regular, incluyendo el modesto salario que percibía -como parte de un acuerdo legal entre el Estado y la Iglesia. Si bien el orden sagrado del sacerdocio no podía ser abolido desde la jerarquía, sí las actividades regulares o administrativas. De tal manera, fuera de la comunidad donde eligió vivir, no podría celebrar misa ni administrar sacramentos.
Con 47 años ya, al momento de esta decisión, el padre Colombo se integraría, para siempre, a la existencia cotidiana de aquella comunidad singular. El asunto suscitó un pequeño escándalo en las diócesis de Santiago del Estero, Córdoba y Tucumán. Incluyendo acusaciones fulminantes, publicadas con firmas de católicos ultraconservadores. Por medios de difusión como el diario Los Principios, de Córdoba. En tal circunstancia, en 1911, casi un año después de la incorporación del sacerdote a la comunidad aborigen, un periodista santiagueño, Casimiro González Trilla, le efectuaría una notable entrevista. Publicada luego en su periódico El Chaqueño, de Añatuya. A continuación, la reproduciremos completa:
Casimiro González Trilla: ¿Cuáles fueron las razones que lo impulsaron para tomar la determinación de venir a cohabitar con los indígenas?
Padre Salvador Colombo: En primer lugar, la comprensión de que ellos vivían -y viven- más de acuerdo al evangelio que nosotros, los católicos. Y mucho más que los protestantes u otras confesiones, supuestamente cristianas.
CGT: Es una afirmación algo provocadora... ¿por qué habrían de ser los tonocotés o sanavirones más cristianos que los católicos y los protestantes?
PSC: Por vivir más de acuerdo con los textos evangélicos, se lo adelanté, pero se lo reafirmo ahora. Escuche esto -dijo, tomando una enorme Biblia con tapas de madera labrada que, abriendo en un lugar señalado con cinta roja, leyó:
El apóstol Pedro les predicó (a los primeros cristianos):
Arrepiéntanse, bautícense, cada uno confesando que Jesús es Mesías, para que se les perdonen los pecados... y recibirán el don del Espíritu Santo.
Porque la promesa vale para ustedes y para sus hijos, y además, para todos los extranjeros que llame El Señor, Dios nuestro.
Les urgía, además, con otras muchas razones. Y los exhortaba diciendo:
-Pónganse a salvo de esta generación corrupta.
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.
-Y escuche bien, el siguiente pasaje:
Eran constantes en atender la enseñanza de los apóstoles, en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado, por los muchos prodigios y señales que los apóstoles realizaban.
Los creyentes vivían todos unidos: y lo tenían todo en común:
Vendían sus posesiones y bienes; y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
A diario frecuentaban las celebraciones en grupo; partían el pan en las casas y comían juntos. Alabando a Dios con alegría y de todo corazón. Siendo bien vistos por todo el pueblo de Israel. Y día tras día, El Señor iba agregando al grupo a los que se iban salvando.
-Capítulo 2. Hechos de Los Apóstoles. ¿Qué le parece?... Quién le parece que vive más cerca de estos términos... los sanavirones, que ponen todo en común, que privilegian a los más débiles, pequeños, ancianos, mujeres y niños... o los católicos o protestantes, que levantan edificios suntuosos para sus ceremonias y revisten de terciopelo los primeros asientos, donde sólo pueden ubicarse los ricos o poderosos. Estos aborígenes llevan el modelo evangélico, incluso, a más: ni siquiera tienen monedas, administran sus vidas con un régimen absolutamente natural. Más acorde a las leyes de Dios.
CGT: -¿Usted se sigue considerando católico?
PSC: -Claro.
CGT: -Pero fue expulsado de la Iglesia.
El sacerdote se ríe. “No fui expulsado, en absoluto”, contesta.
CGT: ¿Podría explicarles a nuestros lectores, por qué, pese a haber abandonado, prácticamente ,la inmensa estructura eclesiástica de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, dice que sigue siendo católico?
PSC: -Le contesto con otra pregunta: ¿usted dejaría de sentirse parte de su familia, su padre, su mamá, sus hermanos, hermanas, sólo porque alguna o alguno de ellos hubiera cometido un delito, por grave que este fuera? Como sé que me dirá que no, continúo con mi razonamiento: es verdad que la dirección institucional de la Iglesia Católica se apartó -y a veces gravemente- de los preceptos evangélicos. Pero al mismo tiempo había santos maravillosos, como Juan Crisóstomo, San Francisco de Asís, Santa Clara, Santa Teresa de Jesús, la Mama Antula y tantos otros... O comunidades enteramente cristianas, como los primeros Dominicos, los Franciscanos, Jesuitas, Mercedarios... La mayoría de estos grupos de verdaderos cristianos practicantes, se formaron con católicos que, sin dejar de serlo, se distanciaron, discretamente, para evitar que la Luz de Nuestro Señor Jesucristo se apague. Y los resortes de nuestra venerada Iglesia comiencen a ser manipulados, por sus cúpulas, efectivamente desde las Tinieblas.
CGT: Presbítero, muchas gracias por concedernos esta entrevista.
PSC: Que la luz del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo alumbre siempre tu razón y tu vida, hijo.
Buen día Julio!!... Muy agradecido por el texto... Recién acabo de leerlo tranquilo( otras veces «la vorágine» de la cotidianidad me lo impide o dificulta).
ResponderBorrarLo que gusto mucho, fue el aporte de referencias históricas que dan cuenta de la continuidad de una comunidad originaria a través de los siglos, exhibiendo fuentes. La verdad es que cada vez que leía algo de la problemática de los desalojos de aborígenes, deseaba este tipo de referencias.
Roberto Eberlé