Capítulo 16
El viernes 11 de julio de 1924, cien hombres de la Policía Nacional de Territorios de la Argentina, junto a unos treinta civiles, todos comandados por el gobernador de El Chaco, Fernando Centeno, se apostaron durante la noche, rodeando la comunidad aborigen de Napalpí. Modestos descendientes de los propietarios originales de aquel espacio natural. Quienes luego de padecer siglos de abusos, explotación esclavizante y persecuciones, habían sido confinados, por la fuerza, en aquel pequeño reducto de sobrevivencia. Centeno respondía políticamente a la Unión Cívica Radical. Y al entonces presidente de la Nación, Marcelo Torcuato de Alvear, de esa misma fuerza. Quien había asumido casi dos años atrás, el 12 de octubre de 1922.
Al amanecer del día siguiente, los policías, equipados con modernas armas de fuego, importadas de Estados Unidos, ingresaron violentamente a la reducción. Masacrando sistemáticamente, no sólo sin piedad, sino de un modo inexplicablemente malévolo, a todo ser humano que iban encontrando en su camino. Derribando a patadas las débiles puertas de las chozas aborígenes, para torturar, golpear salvajemente a sus ocupantes, y matarlos luego a tiros. Incluyendo mujeres, ancianos y niños.
Nadie sobrevivió a la masacre. Durante toda aquella semana, los policías acamparon en el paraje Aguará, y se dedicaron a esa cruel perversión de una manera espantosamente lenta. Dormían, comían y hasta se divertían allí, hora a hora, mientras iban torturando, humillando, sometiendo a brutales ejercicios de sadismo, a los habitantes de aquél humilde poblado. Hasta dar por terminada su abominable tarea, el sábado 19 de ese mismo mes, por la tarde. Según investigaciones posteriores, allí resultaron asesinadas unas mil personas, entre hombres, mujeres y niños, todos pertenecientes a los pueblos Qom (Tobas) y Mocoví-Moqoit. *
Cuarenta años antes, con fuerzas policiales y militares del presidente Julio A. Roca y sucesores, las tierras de los aborígenes del Gran Chaco habían sido arrebatadas, a sangre y fuego. Para entregárselas, luego, en arrendamiento o propiedad, a inmigrantes italianos, austríacos, suizos, alemanes o españoles. Famélicos desocupados, o campesinos fundidos de Europa. Quienes acudían en tropel a la Argentina, recibiendo pasajes, alojamiento y empleos subsidiados por el gobierno porteño.
Fernando Centeno, gobernador del Chaco, alto, blanco, robusto y de ojos claros, era un estanciero, empresario y terrateniente algodonero. Los civiles que lo secundaban en este genocidio, hijos o hermanos de otros terratenientes locales: más uno que otro “turista” porteño. Por entonces, el Territorio de El Chaco se perfilaba como primer productor nacional de algodón.
La Reducción Indígena de Napalpí, a ciento veinte kilómetros de Resistencia, era un espacio de sometimiento. Donde los indígenas trabajaban bajo un régimen feudal, de semi-esclavitud. Además de estas crueles condiciones laborales, el nuevo gobierno de la UCR liberal había determinado que los indígenas debían entregar a sus patrones el 15 % de su propio algodón. Que los aborígenes, trabajando en horas de descanso, producían para ellos, en pequeñas cantidades, dentro de las tierras comunitarias. Esta quita compulsiva provocaba gran descontento entre los habitantes.
En julio de 1924, las comunidades qom y mocoví se declararon en huelga. Eligieron una comisión que los representase, para negociar con los estancieros, que amenazaban reprimir. Luego de la negativa absoluta de los patrones ante una solicitud de mejorar sus salarios y condiciones de existencia, como supuestamente eran “libres para elegir dónde morirse de hambre” decidieron irse de aquel lugar.
Silenciosamente comenzaron a preparar un éxodo hacia otras regiones. Algunos de sus parientes les habían comentado, por carta, que más al Noroeste, ellos conseguían sobrevivir de un modo más humano. Debido a lo cual, durante el último mes, fueron organizándose para viajar.
Planeaban ubicarse entre comunidades hermanas, junto a las fronteras con Bolivia, para trabajar, en mejores condiciones, en los ingenios azucareros de Salta y Jujuy.
Traicionados por alguien o, quizás, por su propia buena fe, que los indujo a no ocultar sus propósitos, los aborígenes cayeron en la trampa perversa de los millonarios hacendados. Cuyos detalles pueden consultarse en libros de historia y artículos de Internet. Y nosotros nos resistimos a reproducir minuciosamente, por elemental compasión humana.
El genocidio había sido cuidadosamente planeado por la oligarquía gobernante. Hasta el punto de haber efectuado inspecciones aéreas, con el propósito de diagramar, detalladamente, su ataque a una población sometida, desarmada e inofensiva.
El diario La Voz del Chaco publicaría que la virtual desaparición de toda una comunidad aborigen, había ocurrido por “un enfrentamiento entre tobas y mocovíes”. Sin ahorrar calificaciones estigmatizantes, respecto de los indígenas. Esta versión sería la que iban a reproducir los diarios oligárquicos de Buenos Aires -por entonces La Prensa y La nación-, como los pocos provinciales que imprmieran pequeños espacios narrando el suceso. Sólo un periodista español, Pedro Malvárez, desde su periódico el Heraldo del Norte, de Corrientes, diría la verdad.
Luego de constatar personalmente los hechos, Malvárez publicaría, algún tiempo después, la información genuina. Incluso con fotografías. Debido a lo cual, se impidió que esta continuidad de los genocidios oligárquicos resultase borrada de la historia argentina.
Abajo reproducimos un fragmento de aquella información, publicada en el Heraldo del Norte:
Como a las nueve de la mañana, y sin que los inocentes indígenas hicieran un solo disparo, los policías dispararon repetidas descargas cerradas y enseguida, en medio del pánico de los indios (más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo entonces la más cobarde y feroz carnicería, degollando a los heridos sin respetar sexo ni edad.
Cuarenta días después de la matanza, el exdirector de la Reducción de Napalpí Enrique Lynch Arribálzaga escribió una carta que fue leída en el Congreso Nacional:
La matanza de indígenas por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores; parece que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se hallaron presentes en la carnicería del 19 de julio, para que no puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados.
El libro Memorias del Gran Chaco, de la historiadora Mercedes Silva confirma el hecho. Contando, entre otras crueldades de los asesinos privados y estatales, que al mocoví Pedro Maidana, uno de los líderes de la huelga, «se lo mató de manera salvaje y se le extirparon los testículos y una oreja para exhibirlos como trofeo de batalla».
* El gobernador Centeno, tras la masacre, separó al juez que atendía el caso, Justo F. Farías, y lo reemplazó por uno de su confianza. Al fiscal Jerónimo Cello, quien reclamaba que la causa no fuese archivada, lo mandaron a la Cámara de Apelaciones de Paraná, Entre Ríos. El nuevo magistrado, Juan Sessarego, puesto por Centeno en medio de la repulsa popular, sobreseyó a los cien policías y treinta civiles que intervinieron en la matanza.
El viernes 11 de octubre de 1935, 11 años después de la masacre, la comunidad Sanavirona-Tonocoté Lucup Tiquiunky celebró un Festival en Acción de Gracias. Para conmemorar el Último Día de Paz, Armonía y Libertad de los pueblos naturales de toda América.
Desde el día anterior habían estado llegando familias aborígenes desde diferentes lugares de la provincia y también de El Chaco. Levantando carpas improvisadas, acampaban. Algunas se refugiaban entre los árboles, durmiendo sobre el suelo, o a las orillas de un brazo acuático del Cachimayu.
Günther Besolt, de 72 años, ingeniero en Biología, y su esposa Anna Roht, de 65, doctora en Química, vinieron hasta Macapillo, enterados del Festival. Debieron dejar su automóvil a unos dos kilómetros de Lucup Tiquiunky, pues la selvatiquez del bosque alrededor de aquel espacio habitacional era muy densa, apenas con estrechos y ondulantes caminitos entre sus frondas. Lo cual no permitía el ingreso de automóviles u otros vehículos, salvo estrechas zorras tiradas por burros o caballos, aunque por entonces la mayor parte de las poblaciones aborigenes solían trasladarse a pie. Besolt y Roht eran directivos de la empresa biotecnológica Bayer, ingresados unos meses atrás con la delegación industrial alemana, por un acuerdo realizado con el gobierno santiagueño.
Un hilo caudaloso del río Cachimayo rodeaba casi completamente a la comunidad Sanavirona-Tonocoté de Lucup Tiquiunky. Por lo cual se había construido un sólido puente, sobre pilares de quebracho colorado y una inflexible pasarela, con tres metros de ancho, de troncos más pequeños -también quebracho colorado-, encadenados entre sí con amarres de cáñamo y tornillos de fierro.
Desde las siete de la mañana las amplias calles de la comunidad Sanavirona-Tonocoté se habían colmado de gente. Entre las decenas de Yapoatosç -vecinos jóvenes, varones y mujeres, quienes recorrían todos los espacios internos y exteriores de aquella urbanización selvática, empujando grandes ollas sobre carritos con ruedas de madera, cargadas de leche y matecocido humeante. Que repartían a quien lo pidiera, junto a diversos tipos de panes, chipaco, tortillas, alfajores dulces o bizcochos salados.
Cientos de niños con sus progenitores, ancianos, mujeres de todas las edades, ataviados con sus mejores ropas, algunas maravillosamente coloridas y finas, otras muy humildes, se mezclaban, dialogando, intercambiando expresiones felices, entre numerosos criollos, que habían acudido desde los pueblos vecinos. Encontrándose con parientes que hacía tiempo no veían, y haciendo nuevos amigos.
El hablar de los aborígenes era muy pausado, de frases breves, con extensas pausas entre concepto y concepto. Por lo cual el conjunto de la multitud generaba una especie de sosegado murmullo, hondo, como el transcurrir de un caudaloso río entre acantilados montañosos.
A las diez de la mañana comenzó la principal ceremonia religiosa en el centro de aquella urbanización rural aborigen. Una misa, sui géneris, concelebrada por el padre Salvador Colombo y el tonocoté Pelè Ecì -Hombre Bueno, en su idioma-, varón de unos cuarenta años de edad. Elegido por su pueblo para coordinar el Consejo Comunitario.
En el momento de las Lecturas, el padre Colombo leería un conmovedor pasaje del Evangelio de San Marcos (capítulo 6), donde se narra el asesinato de San Juan Bautista:
Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó lo que se decía entre el pueblo: que Juan Bautista había resucitado: y debido a esto, sus poderes actuaban en Jesús.
Otros, en cambio, opinaban que Jesús era Elías, y otros que Jesús era un profeta comparable a los antiguos.
Herodes, al oírlo, decía: Aquel Juan a quien yo le corté la cabeza... pese a ello... ¿ha resucitado?...
Pues este mismo Herodes había mandado apresar a Juan. Y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo fue que Herodes mantenía relaciones sexuales con Herodías. Mujer de su hermano Felipe.
Por lo que Juan le había dicho:
No te está permitido tener a tu cuñada por mujer.
Herodías se la tenía jurada a Juan; quería quitarle la vida. Pero no podía, porque Herodes miraba con respeto a Juan, sabiendo que era un hombre ético y santo. Aunque lo mantenía vigilado. Cuando lo escuchaba, quedaba perplejo. Pero le gustaba escucharlo.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus amigos magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.
La hija de Herodías en persona entró y danzó, excitando mucho a Herodes y a los comensales. El rey le dijo a la joven:
-Pídeme lo que quieras, que te lo doy.
Y le juró repetidas veces: Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.
Ella salió a preguntarle a su madre: ¿Qué le pido? La madre le contestó: La cabeza de Juan Bautista.
Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan Bautista.
El rey se puso muy triste, pero debido al juramento y a los convidados, no quiso desairarla, y a continuación mandó un verdugo para que trajera la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.
Al enterarse los discípulos de Juan, fueron a recoger su cadáver y le dieron sepultura.
El padre Colombo comentó el episodio, diciendo:
-Podríamos preguntarnos por qué, si los cristianos decimos que “tenemos un Dios Bueno”, ese Dios permite semejantes injusticias. Como el asesinato de Juan el Bautista, hombre santo, si los hubo alguna vez sobre la Tierra. O los asesinatos de nuestros hermanos tobas, en Napalpí, hace once años atrá. Familias trabajadoras, bondadosas, inofensivas, inocentes.
“Pues bien. Es un tema complejo.
“En primer lugar, sobre nuestro planeta existe el mal... pero no la muerte. Porque nada muere. Ningún ser vivo realmente desaparece, cuando se cree matarlo.
“Sino que se tranforma en otra cosa. Su cuerpo se disuelve, y puede alimentar a millones de especies microscópicas, con lo cual prolonga la Vida. O puede ser convertido en cenizas, con una hoguera. Y sus partículas dispersas en el aire o el agua.
“Tales posibilidades referidas a su conformación material. Pero su Consciencia, su Alma y su Espíritu, continuarán viviendo, eternamente.
“Es lo que vino a enseñarnos Jesús.
“Ahora bien, para que se entienda como esta sabiduría no es propiedad de ninguna religión, le pediré a mi concelebrante, Pelè Ecì, que nos aporte algo coincidente, desde la milenaria sabiduría maya, religión más antigua, quizá, que cualquiera de las nuestras. Y que casi todas las etnias aborígenes de esta región del mundo, han heredado en sus consciencias.”
El silencio de la multitud que llenaba la amplísima plaza pública de Lucup Tiquiunky era absoluto. Ocurría algo extraordinario, que la pareja de ancianos alemanes no dejaban de notar: no había equipos amplificadores. De hecho, si se los hubiera montado, no hubiesen tenido con qué hacerlos funcionar: por ninguna parte se veían cables, en ese pueblo. Evidentemente carecían de corriente eléctrica. Pese a ello, las palabras del sacerdote, situado a unos cuarenta metros, al menos, de los alemanes, se escuchaban con una nitidez asombrosa. Como si les estuviera hablando al frente de ellos, a dos metros de distancia. Con el siguiente orador ocurriría lo mismo.
-Quiero retomar el concepto de que la muerte no existe -comenzó el tonocoté alto, agraciado y muy moreno. -Por una causa muy simple: la materia no es sólo materia. Sino también energía.
“La energía de todo el Universo, que puede manifestarse como un objeto material, o puede transportarse de un extremo a otro del mundo con forma de brisa, magnetismo, corriente acuática, éter reflector.
“Por eso las historias de la Creación, en todas las grandes religiones, coincide: es de esa energía fluyente, combinándola a veces con materia ya estacionada o inerte, de la que pueden obtenerse diversas formas de vida.
“A pedido del padre Colombo, voy a compartir con mi pueblo y todos los visitantes, que hoy nos alegran la jornada, un fragmento de la Creación, según el Popol Vuh. El libro sagrado de nuestros antepasados mayas. Dice así (de la creación del hombre):
“Al instante fueron hechos los maniquíes, los [muñecos] construidos de madera; los hombres se produjeron, los hombres hablaron; existió la humanidad en la superficie de la tierra. Vivieron, engendraron, hicieron hijas, hicieron hijos, aquellos maniquíes, aquellos [muñecos] construidos de madera. No tenían ni ingenio ni sabiduría, ningún recuerdo de sus Constructores, de sus Formadores; andaban, caminaban sin objeto. No se acordaban de los Espíritus del Cielo; por eso decayeron. Solamente un ensayo, solamente una tentativa de humanidad. Al principio hablaron, pero sus rostros se desecaron; sus pies, sus manos, [eran] sin consistencia; ni sangre, ni humores, ni humedad, ni grasa; mejillas desecadas [eran] sus rostros; secos sus pies, sus manos; comprimida su carne. Por tanto [no había] ninguna sabiduría en sus cabezas, ante sus Constructores, sus Formadores, sus Procreadores, sus Animadores. Éstos fueron los primeros hombres que existieron en la superficie de la tierra.
“Hasta aquí los primeros intentos de los Grandes Seres, que ya existían en el Universo, por crear a nuestra humanidad, según el Popol Vuh. Como no salieron muy bien, finalmente los destruyeron. Pero nadie murió. Lo que había de vida en ella perduraría. Volvería a ser vida en otras sucesivas creaciones. Y así hasta el día de hoy. Sólo leeré un pasaje de aquella Primera Destrucción, que se abatiría sobre los hombres imperfectos de la primera Creación americana (para llamarla con el nombre que más tarde le pondrían los europeos):
“En seguida [llegó] el fin, la pérdida, la destrucción, la muerte de aquellos maniquíes, [muñecos] construidos de madera. Entonces fue hinchada la inundación por los Espíritus del Cielo, una gran inundación fue hecha: llegó por encima de las cabezas de aquellos maniquíes, [muñecos] construidos de madera.
“El tzité [fue la] carne del hombre: pero cuando por los Constructores, los Formadores, quisieron perfeccionar aquella raza, fue labrada la mujer. El sasafrás [fue la] carne de la mujer. Esto entró en ellos por la voluntad de los Constructores de los Formadores. Pero no pensaban, no hablaban ante los de la Construcción. Los de la Formación, sus Hacedores, sus Vivificadores. Y su muerte fue esto: fueron sumergidos; vino la inundación, vino del cielo una abundante resina. El llamado Cavador de Rostros vino a arrancarles los ojos: Murciélago de la Muerte, vino a cortarles la cabeza: Brujo-Pavo vino a comer su carne: Brujo-Búho vino a triturar, a romper sus huesos, sus nervios: fueron triturados, fueron pulverizados, en castigo de sus rostros, porque no habían pensado ante sus Madres, ante sus Padres, los Espíritus del Cielo llamados Maestros Gigantes. A causa de esto se oscureció la faz de la Tierra, comenzó la lluvia tenebrosa, lluvia de día, lluvia de noche. Los animales pequeños, los animales grandes, llegaron: la madera, la piedra, manifestaron sus rostros. Sus piedras de moler [metales], sus vajillas de barro, sus escudillas, sus ollas, sus perros, sus pavos, todos hablaron; todos, tantos cuantos había, manifestaron sus rostros. “Nos hicisteis daño, nos comisteis; os toca el turno; seréis sacrificados, les dijeron sus perros, sus pavos. Y he aquí [lo que les dijeron] sus piedras de moler: Teníamos cotidianamente queja de vosotros; cotidianamente, por la noche, al alba, siempre: «Descorteza, descorteza, rasga, rasga» sobre nuestras faces, por vosotros. He aquí, para comenzar, nuestro cargo a vuestra faz. Ahora que habéis cesado de ser hombres, probaréis nuestras fuerzas: amasaremos, morderemos, vuestra carne, les dijeron sus piedras de moler. Y he aquí que hablando a su vez, sus perros les dijeron: ¿Por qué no nos dabais nuestro alimento? Desde que éramos vistos, nos perseguíais, nos echabais fuera: vuestro instrumento para golpearnos estaba listo mientras comíais. Entonces vosotros hablabais bien, nosotros no hablábamos. Sin ello no os mataríamos ahora. ¿Cómo no razonabais? ¿Cómo no pensabais en vosotros mismos? Somos nosotros quienes os borraremos [de la haz de la tierra] ; ahora sufriréis los huesos de nuestras bocas, os comeremos: [así] les dijeron sus perros, mostrando sus rostros. Y he aquí que a su vez sus ollas, sus vajillas de barro, les hablaron: Daño, dolor, nos hicisteis, carbonizando nuestras bocas, carbonizando nuestras faces, poniéndonos siempre ante el fuego. Nos quemabais sin que nosotros pensáramos mal; vosotros lo sufriréis a vuestro turno, os quemaremos, dijeron todas las ollas, manifestando sus faces. De igual manera las piedras del hogar encendieron fuertemente el fuego puesto cerca de sus cabezas, les hicieron daño. Empujándose [los hombres] corrieron, llenos de desesperación. Quisieron subir a sus mansiones, pero cayéndose, sus mansiones les hicieron caer. Quisieron subir a los árboles; los árboles los sacudieron a lo lejos. Quisieron entrar en los agujeros, pero los agujeros despreciaron a sus rostros. Tal fue la ruina de aquellos hombres construidos, de aquellos hombres formados, hombres para ser destruidos, hombres para ser aniquilados; sus bocas, sus rostros, fueron todos destruidos.”
La alemana y el alemán estaban asombrados.
-No había escuchado jamás esto -le dijo Günther a su esposa.
-Yo tampoco -contestó ella.
-Entonces -exclamó Pelè Ecì- vemos en estos relatos antiguos cómo los Grandes Seres construyen o destruyen la materia con energía cósmica.
“Esta energía jamás desaparece luego, por más que su representación material sea destruida.
“Cada ser es responsable, pues de sus acciones. Porque, incluso las formas aparentemente inermes, como las piedras, poseen un grado particular de consciencia.
“La consciencia humana es una de las más altas sobre el planeta que llamamos Tierra. Por ello, al abandonar sus cuerpos las almas continúan portando sus consciencias.
“Esas almas ascienden o descienden. No todas van a los mismos lugares. Las almas de los humanos buenos, ascienden a planos de armonía. Las almas de los perversos, descienden a planos inferiores a los que habitaron cuando poseían un cuerpo... esta es la dinámica de la Naturaleza.
“Por eso es que los humanos conscientes no tememos a la muerte. Por eso es que San Juan, a pesar de haber sido perversamente sacrificado, inmediatamente asciende en su luminosa energía a un plano superior. Donde se relaciona felizmente con innumerables seres tan bellos y refinados como lo fuera él, en su Espíritu, sobre la Tierra.”
Finalmente habló, otra vez, el padre Colombo. Sólo para bendecir a todas y todos los presentes. Y anunciar que la comunión iba tener lugar durante el almuerzo. Pues, dijo, “así como Jesús repartía panes multiplicados por él, enseñando que ese era su cuerpo, y jugos de fruta, leche o agua, anunciando que beberían su sangre”, en la comunidad Sanavirona-Tonocoté se reproducía la verdadera comunión de Jesús. Santificando todas las comidas y las bebidas, tan generosamente provistas “por nuestra Madre Naturaleza”, como anunció.
Se habían colocado mesas redondas, confeccionadas con madera de paraíso, al igual que sus sillas, por todas los espacios abiertos en aquel vecindario. Cada una permitiría el almuerzo de unas veinte personas, cómodamente dispuestas a su alrededor.
De la capital de Santiago del Estero habían venido Edith Saganías, Olimpia Righeti, el doctor Peña y el escribiente Umbídez, en un auto manejado por este último. Como los otros visitantes, lo habían dejado en Macapillo.
De Añatuya, Carlos Abregú Virreyra, Homero Manzi y Casimiro González Trilla.
Además de la pareja de alemanes, eran los únicos visitantes urbanos, aquel mediodía. Los demás criollos, que se entremezclaban con los aborígenes, vivían en poblaciones vecinas, eran trabajadores en los obrajes, estancias o fincas de los alrededores cercanos.
Los de las ciudades se dispersaron luego de la misa, cada uno por su lado, ya que la fiesta abría una oportunidad única de compartir la sabiduría de los Sanavirones-Tonocoté. Buscaron ser aceptados, especialmente, en mesas donde había ancianos. El doctor Peña y Umbídez fueron los únicos que se dirigieron juntos, directamente adonde sabían que estaban los más sabios de la comunidad. Porque ellos eran Ulalos.
Sobre las mesas había platos de madera y solamente cucharas y tenedores, del mismo material, a su lado. Los vasos eran de cerámica. Luego de que casi todas las mesas estuvieron ocupadas, jóvenes con remeras anchas y pantalones de lino, comenzaron a repartir la comida. Sabrosos preparados de carne picada y maíz, arroz, arvejas, junto a muchos otros vegetales. Purés de papa con leche, panes de centeno o harina de trigo. Las bebidas que se repartían eran: vinos, blanco y tinto. Jugos, de uvas, de naranjas, de limón y de manzanas.
Para los postres fueron servidos budines exquisitos y frutas frescas.
Luego del almuerzo, hacia las 15, se efectuó un extraordinario espectáculo musical. Y danzas del cuerpo de baile de la comunidad. Bellísimas jóvenes tonocotés y sanavironas, junto a sus compañeros, también muy agraciados, vestidos con primorosos trajes adornados con flores de muchos colores y exquisitos bordados, efectuaron danzas tradicionales de la región. Eran relevados por equipos de niños y niñas, de entre 8 y 10 años, luego por otros de ancianos, para volver en seguida los grupos juveniles con ropajes distintos, o disfraces majestuosos imitando aves y otros animales americanos. Así hasta las 18:00. Hora en que se invitó a los presentes a contemplar la gran exposición de pinturas, tapices, esculturas y artesanías. Anunciando, además, que la fiesta se daría por finalizada a las 21.
En una larguísima y ancha sala construida especialmente, al parecer, para este tipo de acontecimientos, lucían en las paredes coloridos tapices, de diferentes formas -rectangulares, redondos, cuadrados- representando todo tipo de estilos ilustrativos.
También pinturas, al aceite, al agua, dibujos y xilografías -aunque ellos no los llamaban así, sino tactuny. A los tapices, dibujos y pinturas, llamaban stuny. Y a las esculturas, yeptuny.
Los alemanes estaban fascinados.
-Conocen la abstracción... ¡mira, este cuadro podría ser de Picasso!-exclamaba Günther.
-¡Y esta escultura, de Max Ernst!-se admiraba Anna.
No dejaron de notar -como también Edith Saganías- que la iluminación era extraordinaria. Se suponía que en aquel salón cerrado, sin aberturas, salvo cuatro o cinco puertas abiertas a lo largo de sus sesenta metros, debería mostrarse penumbroso. Particularmente a esas horas -19:30, se fijo Günther en su reloj pulsera. Sin embargo, la iluminación era clara y perfecta. Aunque no se veían cables por ningún lugar. Y a nadie -mas que a nosotros, pensó el alemán- parece asombrar esto.
Varias jóvenes aborígenes circulaban, silenciosamente, por entre los visitantes. A una de ellas, Günther preguntó:
-Disculpe, señorita. ¿De donde obtienen ustedes esta uniforme iluminación?
-Es natural, señor -contestó la muchacha.
-¿Tienen electricidad?- preguntó el alemán.
-Sí -dijo la muchacha.
-Ah, me parecía... -reflexionó Günther Besolt. Pero no se ven cables... ¿Cómo la transportan?
-Por el aire.
-¡Oh!...-se asombró el alemán- ¡¿Y cómo lo hacen?!…
La joven lanzó una risita:
-No sé, señor... esas cosas las saben sólo nuestros tacalásyis… que son quienes se ocupan de eso...
El alemán no preguntó más.
A las 20:45 sonó una discreta campana, a la distancia, y los Yapoatosç -jóvenes varones y mujeres, que oficiaban de servidores, guías o proveedores de todo tipo de ayudas a los visitantes-, recorrieron los espacios de reunión para invitar a la despedida, que sería efectuada desde la veranda cardinal de aquella majestuosa sala de exposiciones.
Fue sencilla. Los ancianos rodearon a los referentes públicos de la comunidad, Pelè Ecì y Salvador Colombo. En el más absoluto silencio, meditaron durante un rato con sus ojos cerrados. Luego, levantando las manos bendijeron a los presentes. Agradeciendo la visita a quienes habían venido de otras comunidades. Agradecieron, también, por la hermosa fiesta, realizada entre todos, a sus hermanos de la comunidad Lucup Tiquiunky. Con quienes compartían tareas, proyectos y posesiones, cada uno de los días de sus vidas.
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