Capítulo 21
1919 fue, posiblemente, el peor año del gobierno de Hipólito Irigoyen. Desde 1916, grandes proyectos sociales, como la Universidad Pública, la Industria Nacional, la Democracia igualitaria, habían emergido con gran potencia en la Argentina. Todas por impulso de los sectores más postergados, de una diezmada población, antes compuesta exclusivamente por mestizos hispano-aborígenes, luego potenciada por la gigantesca ola inmigratoria, a veces masivamente trasladada en barcos cargueros, o siempre, desde 1870, más o menos, por goteo, de jóvenes italianos, españoles, germanos, rusos, ucranianos, que huían de la pobreza, persecuciones, u opresiones de todo tipo en sus tierras de origen.
Durante los últimos cuarenta años, se había conformado, así, una población argentina que duplicaba la existente en 1880. La cual no constituía, sin embargo, una masa humana coherente, de personas con culturas y propósitos comunes. Sino, por el contrario, la yuxtaposición de islotes étnicos, socio económicos, políticos y religiosos. Subsistiendo, cada cual, como podía, sin perspectivas comunes, bajo la dominación absolutista de cierta oligarquía pequeña. Que había llegado a ser una de las más ricas del mundo, durante aquel breve periodo -entre 1880 y 1910. Gobernando, con mano dura, desde Buenos Aires: territorio casi totalmente de su propiedad, donde desbordaba la abundancia ganadera y pre-industrial. Estado efectivamente autónomo que, también durante ese periodo, fuese coronado con la alucinante construcción -aceleradísima-, de una de las ciudades más modernas del mundo. Constituyendo para siempre, en lo estético, sólo un impresionante plagio, caricaturesco, de las entonces grandes capitales europeas -principalmente París.
Esta oligarquía gobernante se había dedicado, a través de sus Vasallos -desde Rivadavia hasta Roca, pasando por Mitre y Sarmiento- a un programa político y empresarial propio, constituido sólo por tres propósitos:
1. La acumulación constante de riquezas para sí mismos.
2. El exterminio de la población original.
3. La construcción de una sociedad mimética.
Para su propia sorpresa, esta oligarquía se encontró, hacia el centenario del inicio de su proyecto -1810- con que no había logrado cumplir, adecuadamente, ninguno de esos tres objetivos esenciales:
1. La riqueza acumulada no sólo no aumentaba de modo constante y extendido, sino que, por el contrario, decrecía. Amenazada ahora por endeudamientos con bancos ingleses, al parecer eternizados por la incapacidad de devolverlos en plazo: lo cual generaba cada vez mayores intereses punitivos.
2. El exterminio de la población aborigen, pese a continuar ejecutándola, parecía imposible a estas alturas del siglo: además de la permanencia de etnias originales, la población se había cruzado durante casi cuatrocientos años con ellos. Subsistían, entonces, inmensas napas de resistencia cultural y étnica en la mayor parte de la sociedad argentina, estratégicamente diseminada por las provincias (los “14 ranchos”, como despectivamente las habían denominado ellos).
3. Los extranjeros rubios y de ojos azules, importados con el propósito de efectuar una sustitución racial, no se habían subordinado con mansedumbre a tal propósito. Algunos, mayormente, constituían verdaderas colonias semi independientes, casándose sólo con gente de su raza; otros muchos, si bien iban integrándose dificultosamente, principalmente con criollos, traían ideologías disruptivas en sus proyectos: principalmente, ideas socialistas e igualitarias.
En aquel contexto emergió una ola de conflictos laborales a lo largo y lo ancho de toda la Argentina. Comenzando en 1918, con grandes movilizaciones obreras rurales e industriales, estalló en 1919 de un modo antes nunca visto.
Circunstancia que escandalizó a los patrones quienes, día a día, denunciaban el “caos social” surgido en “la época de Irigoyen” exigiendo políticas represivas. Yrigoyen respondió aplicando su política de mediación en los conflictos, como sucedió en sus exitosas intervenciones en las huelgas de los trabajadores marítimos en 1916/1917 y ferroviarios de 1917/1919. Pero cuando la mediación estatal fracasaba, la represión contra los trabajadores alcanzó grados de violencia nunca antes vividas en los ámbitos urbanos. Mientras la oligarquía terrateniente financió la formación de grupos parapoliciales anti obreros. Fue en ese periodo que surgió la criminal Liga Patriótica Argentina. Conducida por un radical: Manuel Carlés. Lo cual mostraba las inmensas contradicciones que existían en el partido gobernante, surgido, es cierto, de luchas por la democracia y el apoyo de las grandes mayorías desposeídas. Pero sustentado, asimismo, en poderosas fortunas cuyos dueños habían visto con agudeza el cambio de métodos políticos que se requerían, y al estilo gatopardista de las aristocracias sicilianas, habían aceptado “cambiar algo para que nada cambie”.
En este contexto nuevo de libertades democráticas y la política tolerante del Yrigoyenismo frente a los sindicatos y las huelgas, el sindicalismo se había expandido en forma extraordinaria. Mientras que al finalizar 1915 la FORA tenía 51 sindicatos con 20.000 cotizantes anuales, en diciembre de 1920 el número había subido a 734 sindicatos, y los cotizantes a 700.000 por año.*
Así las cosas, entre 1918 y 1921 estallaron las primeras huelgas en los obrajes forestales del norte de Santa Fe, Chaco y Santiago del Estero, inmensas propiedades que manejaba desde 1870 una empresa inglesa: La Forestal. Sobre tierras que los británicos habían recibido gratuitamente, en pago de intereses y cuotas de préstamos que el gobierno de los estancieros argentinos debía a bancos de Europa. Allí, el grupo inglés La Forestal había creado prácticamente un propio Estado. Sometiendo a obreros y empleados argentinos a una explotación extrema, con salarios bajísimos, en el mejor de los casos, y semi esclavitud para los casos de trabajadores indígenas, hacheros, jornaleros rurales criollos, a quienes generalmente se les pagaba con vales de mercadería. Que sólo podían canjear por azúcar, yerba, harina o carne en los establecimientos comerciales de la propia empresa.
* Fuente: Wikipedia.
Santiago del Estero no había sido ajena a la intensa movilización obrera de 1919. La Fraternidad, sindicato que representaba a los obreros del Ferrocarril, lanzó una jornada de movilizaciones y concientización popular, que pronto se convertiría en paro general y, en algunos casos, abierta confrontación con las fuerzas policiales que fueron enviadas para reprimir las protestas.
Todo terminaría con decenas de obreros presos, torturados en algunos casos, y dos muertos. Fue en aquella ocasión en la que comenzaría a dividirse el hasta entonces sólido Partido Socialista, que desde sus orígenes, en la década de 1880, había mantenido una organización monolítica, e incluso llegó a obtener varios representantes en la capital provincial y municipios locales.
La disputa ideológica había comenzado hacia 1916, aproximadamente, cuando, ante la extraordinaria demanda de mano de obra requerida por la Industria Forestal y la construcción de ferrocarriles, todas capitalizadas por empresarios ingleses, estimuló la emigración de trabajadores paraguayos, peruanos, bolivianos... especialmente estos últimos. Que en algunos casos, se empleaban aceptando salarios inferiores a los de trabajadores locales -ya de por sí muy bajos, en relación con el costo de vida.
El componente gringo del socialismo, deploraba cada vez con más nitidez las costumbres y características de los indios, negros y criollos santiagueños. Mientras encuadraban sus existencias en el culto por el progreso personal y familiar, la higiene obsesiva de sus hogares, y la imitación de las aristocráticas clases medias y acomodadas de la Argentina.
Hacia 1910 había comenzado a aparecer en Añatuya un periódico singular: El Chaqueño. Editado por Casimiro González Trilla. Un español, doctor en Filosofía, discípulo de don Miguel de Unamuno, con quien mantenía correspondencia. Radicado en Santiago del Estero, Casimiro se había propuesto crear un periódico independiente. Existía ya La Voz de Añatuya: pero el diario apelaba generalmente más al sentido común, la frivolidad y la espectacularidad que al análisis de los hechos. El periódico que Casimiro pensaba, en cambio, debía ser un minucioso analizador de los hechos sociales, políticos y económicos de la sociedad santiagueña. Particularmente de este territorio, donde se desarrollaban factores importantísimos para el devenir de la región sudamericana que integraba: el Gran Chaco, fragua intensa en la que miles de trabajadores generaban inmensas riquezas para Inglaterra, Estados Unidos -a través del petróleo, que pronto desataría una guerra entre Bolivia y Paraguay, guerra, en realidad, entre dos empresas petroleras: una inglesa y otra estadounidense. Mientras su trama injusta mantenía en espantosas condiciones de vida a los miles de obreros santiagueños, chaqueños, correntinos, aborígenes y también inmigrantes europeos, que cada día construían nuevas estaciones de ferrocarriles, tendiendo sus vías, por cierto, para unir nuevos polos productivos, talaban cientos de gigantescos árboles, para extraer el tanino, o utilizar sus troncos como durmientes más durables que el hierro, bajo las vías férreas, realizaban, en fin, todas las complejas actividades que creaban riqueza... sin recibir por ello más que una ridícula participación, que ni siquiera les alcanzaba para mantener en condiciones dignas a sus familias.
Así nació El Chaqueño, dirigido por Casimiro González Trilla, de unos treinta años de edad. A quien pronto se unirían varios colaboradores. Entre ellos Carlos Abregú Virreira -por entonces un adolescente de 16 años, talentosísimo, quien, luego de cursar su escuela secundaria en Rosario, había regresado para trabajar en un obraje local, de donde saliera profundamente conmovido por los niveles de injusticia que percibía en su breve experiencia cotidiana como escribiente del patrón, un empresario porteño.
Impreso y distribuído desde Añatuya, El Chaqueño, comentaba críticamente la información, aunque también impulsaba lealmente al sindicalismo ferroviario, la organización de los empleados estatales -Correo Argentino, Agrimensores o maestros de Escuelas- así como el de los trabajadores rurales y forestales.
Hay que mencionar la importancia de Añatuya para la actividad productiva de entonces: cabecera de transportes forestales, fungía asimismo como núcleo de distribución industrial. Su intensa actividad bullía cotidianamente en el tráfico de grandes maquinarias, necesarias para los diferentes procesos imrescindibles para la elaboración del tanino, la fabricación de durmientes para las vías del ferrocarril, así como otras numerosas tareas industriales donde encontraban ocupación absorbente miles de trabajadores. Tanto inmigrantes europeos como criollos y santiagueños. A los que venían a sumarse ahora los provenientes de las naciones de casi toda Sudamérica, aunque con prevalencia de aquellos provenientes de países limítrofes.
Fue en tal panorama de ebullición industrial, aumento de la explotación empresaria y organización sindical cada vez más eficiente, en que se había sumado un factor ideológico particular: la Revolución Rusa de 1917. La cual precipitó una ola de entusiasmo revolucionario en todo el mundo, llegando en Alemania prácticamente a tomar el poder, en ese año de 1919. Y fracasando, finalmente, por una división interna en las filas del socialismo. Que llevó a la fracción “moderada” a pactar con la ultra derecha monárquica y reaccionaria. Lo cual terminaría, finalmente, abonando la llegada del Nazismo al gobierno -hacia 1922.
González Trilla se había convertido, de inmediato, en un simpatizante santiagueño de la Revolución Rusa. Aunque sin abandonar su independencia de librepensador. En uno de sus numerosos artículos periodísticos, publicados en El Liberal y otros medios santiagueños, dejaría impresas para la posteridad sus opiniones. Reproduciremos, abajo, el elocuente fragmento de una de ellas:
La situación próxima será de la mayoría, que en nuestra organización tiene derecho a gobernar...
Dos fanatismos igualmente censurables despotizan en la República Argentina a las masas populares, encegueciéndolas con sus odios sectarios: el fanatismo negro y el fanatismo rojo; el de los curas y el de los anarquistas.
Y es en la plaza pública donde he oído al doctor Napal, un sacerdote cristiano, bufonerías e improperios contra sus enemigos mortales, los rojos, y ha sido allí mismo donde un infeliz que le interrumpió fué cubierto de ridículo y sarcasmo con el menos evangélico de los gestos y con una saña impropia de un sacerdote de Cristo.
Cierto es que la literatura roja no suele ser tampoco mucho más comedida y científica.
Unos y otros se salen por la tangente y en vez de atacar la doctrina zahieren a los apóstoles negros y rojos, enrostrándoles lo bien que comen, cuánto tienen y cómo visten.
Unos y otros entremezclan verdades y mentiras o se reducen a ataques personales como si la indumentaria y la cara importasen un ápice a la filosófica, científica y nítida verdad.
A mí por lo menos me da tristeza ver encaramado a un cura de sotana negra en la tribuna pública para llamar renacuajos y borrachos a sus víctimas escogidas y hablar de las alas de sus sombreros, de la melena y de la corbata al viento.
Pero me entristece más verlo escoger un socialismo tabernario para tener una presa fácil de impugnación y de diatriba; porque ni el socialismo significa ateísmo, ni abolición de la propiedad privada ni mucho menos significa la destrucción del hogar ni de la patria.
[...]
El que los socialistas tengan en su programa el divorcio no significa tampoco la abolición del hogar. Divorcio existe en Norte América y el hogar norteamericano es notable por su rigidez burguesa.
[...]
Rusia pasa por una situación anormal cuyos detalles no son bien conocidos y no puede honradamente servir de ejemplo. Tanto valdría juzgar la revolución francesa por los excesos de los revolucionarios, mucho más cuando una tiranía y el fanatismo secular ha enconado y embrutecido a las masas.
[...] no puedo dejar pasar, en silencio, la desfiguración del programa socialista, porque conozco bien el socialismo que predican Justo, Repetto y Bravo, y aunque no sea de su opinión, debo decir que no es el que nos ha pintado el doctor Napal, a pesar de conocerlo él tan bien como yo, pues impreso está el programa del partido.
El socialismo de sainete que ha refutado en su conferencia el doctor Napal se parece al socialismo tanto como la beatería de una trotaconventos o el fanatismo de un inquisidor al catolicismo de Marcelino Menéndez y Pelayo.
Este socialismo [de la II Internacional] ha resultado una teoría desteñida, después de la gran Revolución Bolchevique, que ha desorientado y deshecho, a ese partido anfibio que se llamaba “socialista”.
(De su libro: Apuntes sobre el Chaco Santiagueño, Talleres Gráficos de El Liberal, 1921.)
Por su parte, Abregú Virreira, en su Cuaderno de Notas Personales escribe lo siguiente:
Añatuya es en esta época, manantial inagotable de inquietudes individuales y colectivas. Abundan en sus calles los problemas sociales creados por el abuso, la explotación y el vicio. Trilla los fustiga sin desfallecer. A veces dice: “El garito está complementado por el boliche y brota por todas partes. Para garantizar esto está el comisario y el agente de policía. El puritanismo de la ley de represión de los juegos de azar los ha convertido en árbitros. Y estos árbitros se venden al mejor postor. Por esto el juego no es prohibido sino usufructuado con todas las garantías abusivas de su buen comprador, cuento viejo de todas las comisarías. En éstas se espera con la barra a los rebeldes y de allí salen si el patrón paga una fuerte multa sin papel sellado. Quiebras, reuniones de acreedores, incendios, asaltos y homicidios son la secuela trágica de esta crisis colectiva de la moral”.
Un día publica esto:
“Se tiene más miedo al comisario que al presidente de la República”, grita Trilla desde las columnas de “El Chaqueño” y añade: “Nadie se atreve a alzar el grito por más desmanes que se cometan. Y esta es la causa de su crecimiento en un país de tímidos. Pero como a todos hay que leerles la cartilla, enseñándoles cuáles son sus fueros, el periodista que quiere ser algo y hacer el bien público, tiene que vivir en continuos sobresaltos”.
La estrechez de miras -repite hasta el cansancio-, se refleja por igual en todos. Lo primero que hace un comisario es organizar una tabeada en que coimear y un bailecito. Es el ambiente en que el hombre se ha criado. Y esto tiene que decirse de algún modo.
Pese al entusiasmo con que cada día Carlos realizaba su tarea periodística en El Chaqueño, antes de cumplir sus 18 años de edad decidió en 1913 buscar otros horizontes culturales en la capital de Santiago. Por entonces centro de un movimiento intelectual extraordinario. Lo hizo, en verdad, presionado por su familia, principalmente su padre- quienes atemorizados por las constantes reyertas, amenazas o incluso atentados contra el periódico añatuyense, temieron justificadamente por la integridad física de su querido y talentoso hijito.
Así fue que, ya en Santiago del Estero, hacia 1914, Carlos Abregú Virreira, junto a Marcos J. Figueroa y Guillermo Carabajal crean la revista literaria “Primaveral”. Adelantado intento de confluir en la marea creativa que, en el plano de la composición artística, asombraba a la sociedad con exposiciones de esculturas y pinturas sobresalientes, de Gomez Cornet, Besares Soraire, Delgado Castro, entre otros, así como poemas, cuentos, ensayos, además de notables textos de análisis en los dos diarios más importantes, El Liberal y El Siglo.
En 1917, Abregú Virreira se iba a unir a “Los Inmortales”, grupo literario integrado por Marcos J. Figueroa, Horacio Maldonado, Manuel Maldonado, José M. Paz, Enrique Almonacid, Raúl García Gorostiaga, Emilio Christensen, Gregorio Guzmán Saavedra entre otros. Con estos colegas publicarían la revista Bohemia, de carácter literario y social.
En abril de 1918 aparecería en Santiago del Estero el magazine “Proteo”, cuya publicación dirigió Carlos Abregú Virreira, por entonces de apenas 22 años. De acuerdo con una crítica periodística de la época, esta revista “encauzó las voces más combativas de la Reforma Universitaria en Santiago del Estero.”
En 1920, junto a Bernardo Canal Feijóo y Emilio Christensen, constituyeron el grupo que tuvo como vocero público un medio gráfico denominado La Revista de Santiago.
En 1920, cuando Carlos Abregú Virreira y su novia habían regresado a Añatuya, para pasar las fiestas de Fin de Año, ocurriría un incidente muy violento. Que lo tendría como uno de sus involuntarios protagonistas.
Una banda de civiles fuertemente armados, provenientes de Santa Fe, incendiaron el local donde se redactaba e imprimía El Chaqueño. Eran cerca de las once de la noche cuando la noticia llegó a la casa de los Abregú Virreira. Carlos, en el acto se calzó las alpargatas y salió corriendo hacia aquel lugar donde había afianzado sus primeras composiciones literarias y tanto amaba. Así como a su fundador y maestro periodístico. Desde una cuadra de distancia lo vio, en chancletas, vociferando, desesperado, frente al querido edificio que tantos afanes les hubiera costado construir y mantener. Con sus carísimas máquinas dentro... No sólo vio Carlos a González Trilla mientras avanzaba corriendo, a toda velocidad. También vio a un francotirador, que desde el techo de otra vivienda vecina, apuntaba su mauser directamente hacia la cabeza de su maestro.
Aceleró la carrera y llegó, simultáneamente con el estallido del disparo, para empujarlo y tirarse encima de él; mientras caían, vio que el rostro de Casimiro se cubría de sangre; fueron unos segundos, no permaneció en el suelo, con todas sus fuerzas, lo arrastró hacia debajo de una galería, y luego, con la ayuda de aquellos vecinos lo introdujeron en esa casa. El filósofo español estaba desvanecido. Colocándolo en un catre de lona, en el patio trasero, se alumbraban con una lámpara Petromax, mientras la señora de la casa limpiaba la sangre de su frente y su rostro con paños embebidos de alcohol. Por suerte, la bala no había penetrado en su cabeza. Apenas la había rozado, clavándose en la tierra, seguramente, luego. En la amplia frente del intelectual, cerca de la sien, casi a la altura donde comenzaban a brotar los cabellos, había abierto un surco sangrante: pero nada más.
Algunos minutos después González Trilla abrió los ojos. Mirando alternativamente a Carlos, la señora de la casa, y los dos o tres muchachos que rodeaban su cuerpo tendido sobre el catre.
-¡Las máquinas! -exclamó el europeo. -¿Saben si han podido salvar alguna máquina?
-No lo sé, Casimiro... -dijo Carlos Abregú - hemos estado siempre aquí, con vos... creo que el incendio sigue.
Aquel empujón de Abregú Virreira, con seguridad, le había salvado la vida. Impulsivamente, González Trilla se incorporó, y descalzo -pues había perdido sus chancletas en algún lugar durante aquél violento suceso- salió nuevamente. El joven Abregú Virreira, que lo siguió, lo vio pararse, con los brazos abiertos, frente a la calle de tierra, donde a pocos metros el fuego terminaba ya casi de consumir al pequeño edificio de la Redacción e Imprenta de El Chaqueño. Cuyos ladrillos de adobe, convertidos en brasas, ardían al rojo vivo a lo largo y ancho de lo que estaba quedando de sus ya derruidas paredes.
Este desastre -cuyos responsables jamás serían descubiertos por la policía ni la Justicia locales- determinaría el comienzo de un virtual destierro tanto para el Maestro de Periodismo y su joven discípulo, escritor.
González Trilla se iba a trasladar, definitivamente, a Frías. Con su familia, esposa y entonces un hijo. Desde donde podría persistir, por algún tiempo, con la publicación de un nuevo periódico, en un modo bastante irregular. Y actuando como corresponsal de aquella ciudad -por entonces otro de los polos industriales y agropecuarios de Santiago- del diario El Liberal.
En 1930, por fin, decidió regresar a España. Sólo para nuevamente afrontar su destino santiagueño, pues, en 1936, poco antes de la Guerra Civil Española, otra vez el doctor en Filosofía González Trilla, discípulo y amigo del inmenso filósofo Miguel de Unamuno, insistiría en habitar y construir espiritualmente a Santiago del Estero. Amando, trabajando y viviendo intensamente en esta tierra. A la cual -entre tantas otras obras- legaría un hijo de su mismo nombre: que décadas más tardes llevaría a la Selección Santiagueña de Básquet a convertirse en la Campeona Argentina. Y luego, a la selección Argentina a convertirse en Campeona Mundial.
Carlos Abregú Virreira, mientras tanto, luego de haber desarrollado su actividad literaria por un corto tiempo en Tucumán, se radicaría finalmente en Buenos Aires. Desde donde fundaría la Escuela Nacional de Periodismo, en 1944. Junto a una generación gloriosa de intelectuales, entre quienes se pueden mencionar a Arturo Jauretche, Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, Américo Barrios, Constantina Prat Gay de Constenla o Carlos Pereyra Lahitte, entre otros.
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