Capítulo 23
-Cuando el emperador Carlos Quinto terminó de escuchar las crueldades que cometían sus vasallos en lo que ellos llamaban "El Nuevo Mundo", no pudo reprimir el llanto -exclamó Juan Christensen-. Las bandas de criminales europeos voraces y analfabetos que asolaban Chile y Perú, por entonces, robando, asesinando y esclavizando aborígenes, se pasaban por el trasero las Leyes de Indias de Fray Bartolomé de las Casas, el obispo Vitoria y el papa. Entonces, el rey de España y Emperador del Sacro Imperio Germano Español clamó a sus asesores, para que constituyeran un equipo de conquistadores verdaderamente cristianos. Que pusieran aunque más no fuese un poquito de orden, dentro del gigantesco desbarajuste social que estaban instalando Almagro y Pizarro en las tierras del Norte sudamericano, que, hasta entonces, habían conquistado.
El club Defensores de Garza estaba completamente lleno de estudiantes y vecinos durante la conferencia que, esa tarde calurosa de 1936, desde las 18:00, dictaba el prestigioso historiador santiagueño, por solicitud de la Comisión de Cultura. Se hablaba de las primeras llegadas de los conquistadores europeos al territorio que, ahora, se denominaba Santiago del Estero.
-Así fue que apareció el nombre de Juan Núñez de Prado, un hombre ilustrado, joven aún, que desde su llegada al Alto Perú había actuado con eficacia y prudente percepción política, sin entrar en conflictos con ninguno de los bandos en pugna. Nombrado Administrador de la ciudad de Potosí, su sobresaliente gestión estaba proveyendo los mayores beneficios económicos que el Imperio Hispano Germánico percibiera en toda su historia, a través de la transferencia de grandes cantidades de plata y otros minerales valiosos en volúmenes exorbitantes.
“De tal manera, se lo designó Adelantado para descubrir nuevas tierras, preferentemente tierras que contuvieran minerales -Prado las encontraría, efectivamente, en las futuras Catamarca y La Rioja-, pero respetando a rajatabla las leyes establecidas por Carlos V, consideradas por entonces las más avanzadas del mundo en lo que respecta a los hasta en esos días inexistentes Derechos Humanos.
“Los principales conceptos de estas leyes ordenaban que:
-En los descubrimientos: Se hicieran con permiso de la Audiencia y llevando, al menos, un religioso designado por ella. En estos viajes se prohibía hurtar los bienes a los naturales y adueñarse de éstos por la fuerza, salvo algunos de ellos que quisieran ir como intérpretes. Ningún Virrey ni Gobernador emprendería por su cuenta nuevos viajes de descubrimiento. Ni por mar, ni por tierra.
-En las colonizaciones: Se prohibían las encomiendas a partir de la primera vida; se daría libertad a los indios esclavos (se prohibía hacerlos esclavos en el futuro); se ordenaría una revisión de los repartimientos de indios (a las Audiencias) para que pasaran a la Corona aquellos que algunos españoles tenían en exceso; se traspasarían a la Corona todos los indios que los particulares tenían sin título legítimo; se prohibiría cargar a los naturales (salvo donde fuera inexcusable); se impondrían tasas moderadas en tributos y servicios; se suprimirían totalmente las tasas y tributos en aquellos lugares donde los indios habían sido objeto de feroz explotación”.
Entre el público estaban también unos 40 alemanes, hombres y mujeres, empleados de la delegación industrial que, el año anterior, se había instalado en la zona. Christensen continuó con su exposición:
-Núñez de Prado se lanzaría así, pues, con unos cien hombres, a explorar la región del río que en aquella época sus habitantes llamaban Mishky Mayu. Recorrer su mesopotamia, establecer, mediante el diálogo, acuerdos de sumisión con los tranquilos pobladores, y fundar cerca del caudaloso río la Ciudad del Barco. Primera población fundada en toda la superficie geográfica que, posteriormente, sería llamada Argentina.
“Con los antecedentes y contactos establecidos por la expedición de Almagro y la de Diego de Rojas, había ahora un panorama bastante preciso acerca de la región. Núñez Traía el respaldo de una corriente política definida: la de los "evangelizadores". Es decir, funcionarios españoles que venían con el mandato justo de integrar a los habitantes originales sin causarles daño, en un proyecto de desarrollo social e industrial pacífico, estable. Organizándolos con base en los principios elementales de la doctrina Católica. Los aborígenes, al tanto de esta actitud, menos temible para sus comunidades que la de "los conquistadores", en muchos casos estaban ahora dispuestos a claudicar ante los poderosos asaltantes.
“Una vez construidos los ranchos donde habitarían los europeos y sus colaboradores indígenas, la rudimentaria capilla, la casa de gobierno y otros modestos edificios administrativos, Núñez de Prado junto a un pequeño contingente volvió a partir. Esta vez con dirección a las regiones que hoy llamamos Catamarca, y La Rioja. Donde efectuaría un fantástico descubrimiento: las sierras de Famatina. Una región paradisíaca, con gigantescos yacimientos minerales, de donde podría extraerse oro, plata, cobre, estaño, níquel, antimonio, cobalto, yeso, mica, arcilla, carbón, cuarzo, más otros elementos que hubiesen garantizado materia prima abundante, para la ya voluminosa producción industrial anglo sajona.
“Regresó muy contento, a su aún apenas esbozada Ciudad del Barco. Pero encontró allí que un ejército español, arribado desde Chile, había sojuzgado su pueblo. Era el temible Francisco de Aguirre, con su hueste experimentada ya en cientos de combates, veteranos de guerra que veinte o veinticinco años atrás habían venido con Pizarro y Almagro.
“En realidad los enemigos de Núñez no habían sido, pues, los indios, sino otros europeos. Quienes, desde el comienzo mismo de su expedición, se propusieron impedirle llegar a buen término. Los mismos que -dentro de algunos años-, tras pujas militares, políticas y judiciales, terminarían haciéndolo desaparecer.
“Según el relato del escribano Juan Gutiérrez -continuó Christensen, leyendo en un papel-, el gobernador Núñez de Prado "mandó a un capitan suyo que se decía Juan Nuñez de Guevara que fuese en anocheciendo y tomase algunos indios a los cuales preguntaron qué rastro de caballos eran aquellos, le dijeron que cristianos habían entrado en Thocayma (Tuama) e habían alanceado indios, que no obstante que les habían mostrado las cruces que les habíamos dicho, y preguntándoles si cuántos cristianos eran se dijo en su lengua que eran once cristianos." Este mismo cronista aclara a continuación que en realidad los indígenas habían dicho "ciento diez". Lo cual fue interpretado “once”, por los aborígenes peruanos que acompañaban a Guevara, ya que tales aborígenes no entendían bien el idioma de los indios tucumanos (posiblemente cacán).
“Francisco de Villagrán -enviado por Valdivia y Aguirre- humilló y maltrató una y otra vez a los fundadores de El Barco. Y obligó a su gobernador cautivo a firmar un acta, donde aceptaba actuar como "teniente" de Pedro de Valdivia. Pues el territorio del Tucma -según criterio de Villagrán- caía dentro de la jurisdicción de Chile.
“No contentos con esto los soldados de Villagrán se ocuparon en destruir sementeras de sembradío, incendiar aldeas aborígenes, asesinar, violar mujeres indígenas, y provocar todo el daño que pudieron. Además de esto, se llevaron consigo a 13 soldados más que hasta entonces sirvieran a Núñez. Estos partieron con sus armas, herramientas, provisiones, caballos y otros elementos. Debido a lo cual el contingente de los fundadores quedaba seriamente debilitado.
Juan Christensen sospechaba que todo el proceso fue tramado con sagacidad por Valdivia, quien deliberadamente delegó en secreto a Villagrán, con el propósito de hostigar, emboscar y obtener el fracaso de Núñez. Rematándolo unos meses más tarde, con la irrupción del temible conquistador Francisco de Aguirre.
-Abrumado por la circunstancia, Núñez de Prado había decidido trasladar la ciudad, buscando ponerla fuera de la jurisdicción de Chile. Noventa europeos que habitaban El Barco, menos su alcalde, Hernán Cortés de Carbajal, firmaron el acta en su apoyo. Inmediatamente Núñez hizo colgar de un árbol a Carbajal. Pues lo consideraba culpable de posible conspiración con sus enemigos.
En mayo de 1551, la caravana de europeos e indígenas que respondían a Núñez encararon su viaje hacia lo que hoy es Salta. Para refundar el asentamiento en los Valles Calchaquíes, entre las montañas. Al enterarse Valdivia denunció este traslado. Y obtuvo que la Real Audiencia de Lima, un año después, ordenara, al ya agobiado Núñez, trasladar la ciudad nuevamente al sur, territorio "de los juríes" (en realidad lules y tonocotés). En tanto, los aborígenes de la región, defraudados por los españoles, maltratados, explotados, asesinados una y otra vez, habían huido masivamente. Y otra vez los europeos padecían repentinos ataques de pequeñas guerrillas, que sorpresivamente los emboscaban, provocándoles daños e inestabilidad mental. Bajo este clima psicológico oscuro, nuevamente el gobernador mandó ahorcar a dos subalternos. Alonso de Arco y Antón Luna -tales sus nombres-, se habían levantado contra sus decisiones.
“A mediados de 1552, ingresaron a la actual provincia de Santiago del Estero. Donde finalmente, cerca de Chumillo, quedaría asentada la tercera Ciudad de El Barco.
“No duraría ni un año. Pues enseguida llegaría desde chile la horda militar de Francisco de Aguirre. Representante de aquellos empresarios inescrupulosos, que lo único que buscaban era el enriquencimiento propio y el poder sin límites, ignorando en absoluto cualquier ley que emanara del gobierno imperial, bastante lejos como para lograr imponerles una justicia rápida.
“Veamos un poco quién era este Francisco de Aguirre, ya conocido en tierras de América por sus salvajes incursiones entre las tribus aborígenes, a las cuales masacraba y esclavizaba sin piedad. Y propietario, también, de varias minas de cobre y plata en la región de Chile.
Christensen efectuó una pequeña pausa, tomó agua, y luego continuó:
-Francisco de La Rúa era un individuo complejo y turbulento. Tan es así que cambiaría su apellido paterno por el “de Aguirre”, segundo de su mamá. No era noble pero sí tenía parientes en la nobleza. También frecuentaba algunos espacios donde aquellos solían reunirse. Violento y sensual, durante su pubertad encontraría el trabajo perfecto para canalizar la vehemente cascada de su animosidad y su líbido. Se hizo militar. Pronto comenzó a matar europeos en masa, con los ejércitos de Carlos V. El emperador austríaco, de su misma edad, que había nacido una madrugada de saturnal a las tres, en un baño. Cuya existencia paralela fue también, desde su infancia, un tiempo de vertiginosas masacres incesantes. En las cuales España asumiera el papel de verdugo “disciplinador” para todas las demás monarquías o principados de la región.
Nuevamente el historiador se sirvió medio vaso de agua, desde el botellón, antes de continuar.
-Ya en el “Nuevo Mundo”- dijo -pronto iba a adquirir fama de implacable crueldad. Tal condición en aquellos ámbitos, donde operaban homicidas tan eficaces como Francisco de Carbajal (“El Demonio de los Andes), o Lope de Aguirre (autodenominado "La Ira de Dios"). Junto a los hermanos Pizarro, Valdivia o Villagrán.
“Este Aguirre, pues, con su ejército, invadiría la ciudad fundada recientemente por Núñez del Prado, a quien, como se dijo, habían venido espiando y hostigando las hordas de su socio Villagrán. Cuando Núñez de Prado se encontró con el grupo de hombres armados, a las puertas de su Ciudad del Barco, y le dijeron a quién servían, un escalofrío le debe de haber recorrido inmediatamente la cervical. Pues bien, aquella tardecita veraniega de 1552, Núñez no ofreció ninguna resistencia. Simplemente se entregó.
“Los soldados de Aguirre ya habían detectado y capturado a unos veinte vecinos, a quienes consideraban hombres de Núñez de Prado. Y también a dos sacerdotes de la Orden de Predicadores, fray Alonso Trueno y fray Gaspar de Carvajal. Ahora, con todos presos, los despacharía prontamente hacia Chile y Perú. Acompañándolos con denuncias escritas sobre numerosos supuestos delitos e infracciones que habrían cometido, para someterlos a juicio.”
Juan Christensen, como dijimos, consideraba que muchos de quienes acompañaron al primer fundador eran en realidad espías. Los cuales, desde un comienzo, habían tenido el propósito de quinta columna, para el operativo de pinzas con que, finalmente, obtendrían la posesión de esta ciudad.
Algunos adolescentes comenzaban a levantarse y otros a cuchichear, distrayéndose de la charla que, en muchos de sus aspectos, no alcanzaban a entender bien. Ello les atraía la reprimenda de sus maestros, quienes, a veces, les tiraban de las orejas con fuerza, como castigo por sus rumoreos. Recurso que denominaban “orejiar”, entre la docencia santiagueña. Christensen, tal vez percibiendo estos signos, comenzó a simplificar su discurso. Y procuró alcanzar un rápido final.
-Más o menos un mes después -exclamó el disertante-, Aguirre trasladó la ciudad. Aproximadamente al espacio que hoy ocupa nuestro Parque Aguirre. Bautizaría aquella vez, al rancherío, como “Santiago del Estero”. Escribe Lozano, historiador del siglo XVIII, de esta nueva fundación (textual), y aquí Christensen leyó:
“Formóse de nuevo el ayuntamiento saliendo electos por primeros alcaldes ordinarios los capitanes Miguel de Ardiles y Diego Villaroel; regidores Rodrigo de Palos, Alonso Díaz Caballero, Nicolás Carrizo, Francisco de Valdenebro, Julián Sedeño, Martín de Rentería, y Luis Gómez; oficiales reales Andrés Martínez de Zavala y Bias de Rosales; procurador, Pedro Díaz de Figueroa, y escribano de cabildo Juan Gutiérrez.: que todos eran de los que entraron con Prado, porque quiso Aguirre, con esa confianza, granjearse los ánimos de aquellos primeros conquistadores, que miraban algo adversos a su persona [...] aunque por no desprenderse tanto del Cabildo, que no le quedase en él algún manejo, nombró por Justicia mayor al capitán Nicolás de Aguirre su sobrino, y por muerte de éste sustituyó el empleo en el otro sobrino Rodrigo de Aguirre, que ambos habían venido de Chile en su compañia. (Pedro Lozano. Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán. Buenos Aires. Imprenta Popular, 1873.)
“Así fue, pues, como quedaría definitivamente fundada la Ciudad de Santiago del Estero, hoy nuestra capital provincial. Les agradezco mucho vuestra atención, y con este dato, daremos hoy por terminada la conferencia”, avisó el historiador Juan Christensen. Quien había venido aquella tarde, desde la capital provincial, especialmente, para hablar sobre la fundación de Santiago.
Estallaron con gran estruendo los aplausos. En muchos casos por la alegría, particularmente en los estudiantes, debido a quedar liberados de lo que -para algunos alemanes y otros criollos como Alberto Revainera o Moisés Carol- era un muy interesante discurso, pero a la gente común estaba ya comenzando a agobiar.
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