Capítulo 24
Enero había iniciado tórrido en aquel verano de 1936, cuando en el predio externo de la Comunidad de Lucup Tiquiunk se suscitó, durante la madrugada, un peligroso incendio. Cosa que jamás había ocurrido antes, al menos durante el lapso que recordaban los ancianos de las tribus Sanavirona y Tonocoté que habitaban esta región de Santiago del Estero. Durante todo el día decenas de hombres jóvenes acarrearon agua del Río Salado, uno de cuyos brazos rodeaba la urbanización habitada por los aborígenes, sin poder frenar el fuego. Que quizá hubiese avanzado durante mucho tiempo, pues aquella región boscosa de unas 5.000 hectáreas había permanecido virgen desde mediados del siglo XIX, cuando la legislatura santiagueña y el gobernador Juan Felipe Ibarra otorgaran dicha propiedad a los Sanavirones y Tonocotés locales, para su custodio. Hubiera avanzado, decíamos, pues pese a que las frondas verdes y floridas eran mayoritarias, también existían numerosos árboles secos, que se encendían a veces, incluso, por reflejo, debido a la potencia que el incendio iba tomando a medida que se expandía avanzando hacia el interior de Santiago, desde la frontera con El Chaco. Las presurosas baldadas de agua que los centenares de pobladores de la zona echaban sobre las llamas, o hasta incluso el potente motor con manguera que generosamente habían mandado, al enterarse, un día después desde la empresa de don Israel Weisburd, resultaban patéticamente impotentes ante semejante fogata gigantesca que no cesaba. Entonces ocurrió un milagro -que el padre Colombo y la comunidad aborigen pronto agradecerían, en la siguiente misa-: una repentina tormenta, con granizo incluido, se armó y precipitó tan rápida y con tanta extensión y fuerza sobre toda aquella parte de la selva, que apagó, apenas en una hora y media, lo que cientos de manos humanas y las pequeñas maquinarias con que se ayudaban no habían logrado en casi tres días.
El pavoroso incendio dejó huellas en las consciencias de los muy educados aborígenes de Lucup Tiquiunk. Particularmente porque el inesperado siniestro se inscribía en el marco de un, también, inesperado conflicto judicial. En septiembre del año anterior, un juez de la ciudad de Rosario, había intimado a la comunidad aborigen a designar un letrado representativo, para asistir a una “conferencia de conciliación obligatoria”. Puesto que ante ese tribunal, se había presentado un ciudadano chaqueño, reclamando posesión efectiva sobre 3.000 de las cinco mil hectáreas de bosque cerrado, conservadas así desde mediados del siglo XIX por los sanavirones y tonocotés. Aduciendo derechos hereditarios, pues sus tatarabuelos -según el denunciante- habían comprado aquellos campos en 1817, a un tal Emerenciano Prado Núñez, quien se las había vendido en la ciudad de Resistencia, Chaco. El demandante, Dr. Franco Lugarini, presentaba un documento firmado ante escribano público documentando la operación, “el cual”, según consignaba la nota recibida por los Tonocotés-Sanavirones, “sería exhibido ante sus apoderados y/o representantes, durante la ya referida audiencia, cuando esta se conciliase”.
La comunidad no había contestado la demanda. Confiados principalmente en la Feria Judicial y los meses veraniegos que para las ciudades solía ser considerado un tiempo de vacaciones. No estaban muy seguros, aún, de qué camino iban a seguir respecto de dicho asunto, cuando se presentó este incendio. Con todas las trazas de haber sido provocado, deliberadamente. En el devastado territorio, revisado minuciosamente luego por miembros de la comunidad, habían hallado, tiznado y semi aplastado pero reconocible, un bidón de aluminio, como los que usaban las proveedoras de combustibles.
Con tales indicios, se decidió entonces destacar, cada noche, a cinco jóvenes sanavirones o tonocotés para efectuar recorridas y guardias permanentes, particularmente en dirección a las fronteras con El Chaco y la provincia de Santa Fe. Muy cercanas a la fracción quemada, y parte, además, del área en disputa, por la demanda judicial.
No habían pasado quince días aún cuando los vigilantes sanavirones y tonocotés sorprendieron a dos intrusos. Que se habían deslizado de noche, como a las tres de la madrugada, portando cada uno bidones, llenos de nafta. Sin poder explicar para qué los precisaban, durante el camino que recorrieron, ya apresados por los aborígenes, cuando eran conducidos hasta la comunidad. Criollos, robustos, se mostraban atemorizados: uno había dicho que tenían que entregar ese combustible a su patrón, que vivía en Selva, pero luego no habían podido dar una dirección ni el nombre de tal “patrón”, prefiriendo permanecer en silencio por el camino, hasta llegar a las casas de Lucup Tiquiunk.
Por la mañana muy temprano, los tonocotés fueron a buscar al sargento Adrián Güemes, único policía de El Quebrachal, pequeño pueblo muy cercano, más conocido por “Macapillo”, una de las advocaciones de la Virgen, su patrona. A continuación reproducimos un resumen del interrogatorio a que se sometió a los convictos, luego consignado en el libro de actas de la delegación policial por el sargento Güemes:
Sargento Güemes: -¡Nombre y apellido! ¡Y número de documento!
Convicto 1: (No contesta, baja la cabeza.)
Convicto 2: (No contesta, baja la cabeza.)
Sargento Güemes (gritando): ¡Que digan nombre y apellido les hi dicho, hijuna gran maulas! ¡Qué se han comido la lengua, ahora!
Convicto 1 (en voz bajita): Bermúdez, Nicolás Ernesto...
Sargento Güemes: ¡Número de documento!
Convicto 1: Libreta de enrolamiento número 2.377.653.
Sargento Güemes: ¿Y vos?
Convicto 2: Bermúdez, Juan Francisco... libreta de enrole número 3.066.412...
Sargento Güemes: ¿Qué, son hermanos ustedes?
Convicto 2: Sí, señor.
Sargento Güemes: ¿Y quién los ha mandado para que vengan aquí?
Convicto 2: El teniente Písbu, señor.
Sargento Güemes: ¿Y quién ese “teniente” Písbu?
Convicto 2: El jefe, señor.
Sargento Güemes: El jefe de quién...
Convicto 2: De Los Colorados, señor...
Se impuso el silencio por algunos segundos, luego de que el menor de los Bermúdez lanzara esa confesión. Mientras el policía local y el padre Colombo, quien observaba desde una corta distancia, cruzaron una mirada significativa.
Sargento Güemes: ¿Y qué les ha dicho que hagan el teniente Písbu?
Convicto 1: Nos ha dao un bidón de nasta a cada uno... y nos ha dicho: busquen árboles que tengan el tallo seco; rocíenlós con nasta en la parte de abajo... después retrocedan veinte metros, prendan una torcida de trapo, tirenlá con las hondas en los árboles y huyan. Así nos ha dicho...
Sargento Güemes: ¿Tienen hondas ustedes?
Convicto 1: ...sí señor...
Sargento Güemes: ¿Y dónde están?
Convicto 1: ...no sé señor... los indios nos han quitao...
Sargento Güemes: ¡No son indios, carajo! ¡Son ciudadanos argentinos! ¡Compatriotas nuestros y de ustedes! ¡Hablá bien!
Convicto 1: Bueno señor... los ciudadanos de aquí nos han quitao las hondas, señor...
Sargento Güemes: ¿Y por qué el teniente quería quemar los árboles?
Convicto 2: No sabemos señor. Ellos dan las órdenes... nosotros obedecemos. Nunca nos dicen por qué, ni para qué.
Sargento Güemes: ¿Quiénes son “ellos”?
Convicto 1: Los ingleses.
Sargento Güemes: Ah... los ingleses...
Luego, dirigiéndose a Pelè Ecì, el coordinador de los Sanavirones y Tonocotés, sugirió:
-Me parece que ya podemos soltarlos, nomás... ya han dicho lo que necesitábamos...
-Bueno, contestó el hombre.
Cuatro sanavirones acompañaron a los hombres hasta el portón de salida, permitiéndoles, luego, que fuesen a donde quisieran. Sorpresivamente, los dos hermanos salieron corriendo, sin aminorar la velocidad, hasta que se hubieron perdido entre los árboles del bosque circundante.
Alrededor de una mesa redonda, de algarrobo, habían quedado, dubitativos, varios de los ancianos de Lucup Tiquiunk, junto al padre Colombo, el policía y Pelè Ecì. El Sargento Güemes se había puesto unos anteojos; buscaba, afanosamente, en unas planillas, tipeadas con máquina de escribir, que había extraído de su portafolios.
-¡Aquí está!-exclamó. -¡Me parecía! ¡me sonaba ese “Písbu”!
Y se levantó, acercándose por detrás al padre Colombo, para mostrarle un renglón donde se leía:
Cavalry Lieutenant Aidan Pithsburg. Deputy Commander of the Flying Gendarmerie of La Forestal, Productive Company S.A.
-El inglés que los ha mandado...-dijo-: sub jefe de los comandos privados de La Forestal... ¿Han tenido problemas con ellos, ustedes, últimamente? ¿Qué ha pasado?
El padre Colombo no dijo nada. Miró, en cambio, a Pelé Ecí. Quien dijo, lentamente:
-Nosotros no... me parece que son ellos los que están buscando problemas con nosotros... Ahora va quedando más clara esta situación. Parece que son ellos, realmente, los que quieren quedarse con nuestras tierras.
“Hace cuatro meses un juez de Santa Fe nos mandó una intimación donde se decía que un tal Franco Lugarini había heredado estas tierras de sus padres, que le habían comprado a su vez a otros, y tenían escrituras.
“Que cuando se había determinado la ampliación de la superficie de la provincia de Santiago del Estero, en 1900, “sus propiedades” se perdieron “momentáneamente bajo un limbo judicial”-
“Pero que ahora, bajo un posterior y paulatino ordenamiento de las documentaciones -así escribió él-, nos invitaba a fijar una audiencia de conciliación en sede judicial, en la ciudad de Rosario, Santa Fe.
“Ahora mandan estos mercenarios, a incendiar nuestros bosques, por segunda vez... y son de la Forestal... parece que mucho no quieren conciliar y se están sacando la careta... no es Lugarini quien pretende nuestras tierras, sino La Forestal...”
Dos días más tarde se reunían, en Lucup Tiquiunk Pelè Ecì, coordinador de los Tonocotés y Sanavirones, el padre Salvador Colombo, el doctor Mariano Paz y el secretario Umbídez, del Poder Judicial de Santiago del Estero, para resolver los pasos a seguir luego de los incidentes narrados en el parágrafo anterior. Junto a ellos estaban, también, algunos ancianos y ancianas del Consejo de la Comunidad.
“ARTICULO 3. - La modificación de los límites establecidos por esta Ley en nada afectará ni modificará los derechos ya adquiridos por los propietarios, arrendatarios u ocupantes de tierras en la zona que cambie de jurisdicción, los cuales ejercitarán sus acciones ante las autoridades de la nación o de la provincia, según les corresponda por el nuevo trazado” -leía el doctor Mariano Paz: - Clarito -expresó luego. Es decir: si alguien tenía que protestar por algo, podía hacerlo en ese mismo momento.
“O sea, cuando se promulgó la Ley 4.141, el 7 de Noviembre de 1902. Tal como puede leerse en el Boletín Oficial, del 18 de Noviembre de 1902. Donde se informa, taxativamente, que:
“ARTICULO 1. - El límite establecido entre la provincia de Santiago del Estero y el territorio nacional del Chaco por Ley de octubre 16 de 1884, queda modificado en la siguiente forma:
“a) Desde la intersección del paralelo 28 grados con la línea que forma el límite Oeste de Santa Fe, fijado por laudo del doctor Carlos Pellegrini, de junio 1 de 1895, una línea recta hacia el Norte siguiendo el meridiano que le corresponda, hasta encontrar el paralelo que pasa por San Miguel sobre el río Salado.
“b) Desde este meridiano hacia el Oeste, el paralelo que pasa por San Miguel, hasta el lugar de este nombre, sobre el río Salado.”
El abogado mostró, sobre dos mapas, la diferencia de límites. Señalando con el dedo índice de su mano derecha el anterior al laudo, del siglo XIX, y luego al que regía ahora, desde 1902. Había una gran diferencia entre ambos: la nueva ley ampliaba, considerablemente, el territorio de Santiago. Dejando dentro a toda la propiedad adjudicada a los Tonocotés Sanavirones, desde mediados del siglo anterior, por la Legislatura de Ibarra.
-Esta ley -aclaró el doctor Paz, fue discutida por el Senado y la Cámara de Diputados de la Nación y aprobada en ambos cuerpos legislativos. Hacen ya 36 años. Debido a lo cual, toda reclamación que no fue presentada hasta 1922, caducó, después de aquella fecha, por prescripción veinteñal.
Respecto de supuestos títulos del señor Lugarini: me equipo ha consultado al Archivo Nacional en el área Inmigrantes y constató que ningún inmigrante extranjero con ese apellido ha ingresado legalmente a nuestro país antes de 1899. Es decir, luego de que se laudó la cuestión de límites con El Chaco. Debido a lo cual, no pueden haber existido negociaciones contractuales en relación con las tierras en disputa por parte de alguien llamado Lugarini, puesto que aún no estaban radicados aquí. Salvo que se las hubiera tramitado desde el exterior -lo cual mortifica las supuestas validaciones del papel invocado, cuya localización se aduce bajo jurisdicción de Resistencia, ciudad, por otra parte, inexistente aún- o en contrario sensu la negociación de marras hubiese sido tramitada por personas cuya presencia en el país resultase subrepticia.
La oración caía sobre los paradisíacos bosques del departamento Rivadavia, con el sereno acompañamiento sonoro de algún canto de pájaros, o eventualmente sonidos de carros yendo o viniendo a través de las anchas callejuelas, en aquella pequeña urbanización Tonocoté.
-Pasemos ahora al tema penal -exclamó el doctor Mariano Paz. -Denunciaremos penalmente, ante la Justicia Federal de Santiago del Estero, a los hermanos Bermúdez, y a su autoridad mandante, el militar inglés Pithsburg, por los siguientes delitos:
“Violación de Propiedad Privada. Incendio de Bosque, intencional, en calidad de autores necesarios, los Bermúdez, y autor ideológico, el inglés.
“Incendio de Bosque, en grado de tentativa, sobre los Bermúdez, y en grado de autoría ideológica para el teniente inglés.
“Solicitaremos la inmediata captura e imputación de los autores materiales, y la imputación y prohibición de salida del país para su autor intelectual.
“Impetramos a sus señorías se instruya inmediatamente la investigación del caso y la posterior instrucción de Juicio Expeditivo, solicitando por nuestra parte que, en caso de resultar culpables los arriba señalados, se les apliquen las penas máximas que para delitos de la presente magnitud amerite el Código Penal Argentino.
“Asimismo, siempre en idéntico supuesto de culpabilidad, peticionamos a vuestras señorías, se condene a la patrocinante de los delitos demostrados, esto es, la empresa comercial, industrial y agropecuaria, que funge en nuestro territorio bajo el nombre de La Forestal, compense a las instituciones severamente dañadas, en este caso la comunidad Sanavirona Tonocoté Lucup Tiquiunk y la Provincia de Santiago del Estero, sufragando sendas indemnizaciones, cuyos montos serán oportunamente tasados por autoridades competentes, de acuerdo con la magnitud de los estropicios.”
Los reunidos alrededor de la gran mesa redonda asintieron, mayoritariamente, con sus cabezas.
-Si todos están de acuerdo, firmaremos seis ejemplares de esta demanda, de 14 folios, para enviarla mañana mismo a la Corte Suprema de Justicia de la Nación-invitó el abogado Paz.
Todos estuvieron de acuerdo. Así que fueron pasándose los pliegos para firmarlos, el Padre Salvador Colombo, el Coordinador, Pelè Ecì, más una anciana y un anciano integrantes del Consejo Comunitario, elegidos para tal rubricación en la oportunidad.
-Respecto de la demanda civil: es una sola página, donde hemos contestado brevemente en los términos referidos al principio. Y describiendo los documentos que presentamos. En este caso, una copia de la Ley de Fijación de Nuevos Límites para la provincia de Santiago del Estero, y una fotografía de la Ley Provincial de 1836, por medio de la cual, la Honorable Cámara de Diputados de Santiago del Estero adjudica, en carácter de Propiedad Comunal, un distrito de 4670 hectáreas a la colectividad Sanavirona -así inscripta en el texto validado. El texto indica, entre otros aspectos, que esta población y su dominio se regirán, de allí en adelante, con acuerdo a las normas jurídicas vigentes en la Provincia de Santiago del Estero.
-Ché, Umbídez… ¿Por qué tu auto no hace el mismo ruido pedorro que todos los demás? ¡El tuyo es silencioso! -farfulló Mariano Paz.
El aludido no contestó de inmediato.
-Porque soy un Ulalo-, vocalizó Umbídez con su voz grave, después de unos segundos.
-Ah, qué... -chanceó Paz- los ulalos compran sus autos en la estratósfera...
-No...-contestó el ulalo con apariencia humana, en el mismo tono de chanza- los hacemos en la infratósfera…
-¡La infratósfera!-se escandalizó, simuladamente, Mariano Paz -¡qué es eso!
-Un neologismo -replicó Umbídez- significa: debajo de la atmósfera.
Viajaban por la ruta nacional que por entonces unía Santa Fe con Bolivia, regresando a la capital santiagueña, luego de una cena liviana. Eran como las once de una noche agradable, algo calurosa.
-Pasando a temas serios- exclamó repentinamente el abogado Paz -Yo no quise cargar las tintas, pero la verdad que me preocupa mucho que La Forestal se esté metiendo, directamente, con los indiecitos del padre Colombo, ahora. Antes simulaba ignorarlos. Decidió atacarlos, de repente... ¿por qué?
-Por tres razones -respondió Umbídez, enigmático.
-¿Ahá? A ver, decime vos. Ilustrame-apremió Paz.
-Una: económica. Otra: política. La tercera: cultural.
“La causa económica consiste en que se están acabando los montes de quebracho en nuestro país... y la reserva de los Sanavirones y Tonocotés es la última importante hoy. Quieren extinguirla, antes de partir, abandonando esta nación, que ni conocen ni, mucho menos, aman... pues, además, desde 1916 en adelante vienen teniendo innumerables conflictos con los obreros, forestales, industriales, ferroviarios, administrativos, etcétera, que ellos explotaban, al principio, en el siglo XIX, prácticamente gratis.
-¿Antes de partir, dices? -se asombró Mariano Paz-: ¿Vos crees que se quieren ir? ¿Abandonando semejante aparato monumental que han instalado en la Argentina? Los ferrocarriles, son de ellos, el correo, es de ellos, las rutas, son de ellos, las fábricas de tanino, son de ellos, los mayores obrajes madereros, son de ellos, las proveedurías más grandes, son de gente que trabaja para ellos, los teléfonos, son del estado, pero los manejan ellos, hasta al gobierno, ché, lo manejan ellos...
-Los anglosajones son depredadores. Consumen.. y se van... -respondió el dactilógrafo- como los asirios... o, también, los griegos... o los romanos... o los mongoles... hubo y hay algunas razas así...
“Los ingleses vienen haciendo eso desde el siglo XVII... primero, se dedicaron a saquear a los navíos españoles que transportaban caudales o minerales por el mar... luego, desde el siglo XVIII en adelante, depredaron China y la India... y ahora se están encarnizando con África, donde tienen menos resistencias fiscales e incontable mano de obra esclava...
-¿Vos crees que La Forestal se va terminar yendo al África? -preguntó el abogado Mariano Paz.
-Ya lo están haciendo... de a poco... se está acabando el quebracho, y con él, la producción de tanino... ya en 1920, cuando la rebelión obrera en la Argentina estaba en su momento más intenso, La Forestal instaló en Sudáfrica The Kenya Tanning Extract Company. Allí se intensificó la explotación del tanino de mimosa, un árbol africano. Pasando a compartir el mercado mundial del tanino con los extractos de castaño (en Europa) y de quebracho. The Forestal controla ahora todos los circuitos de comercialización para el tanino de mimosa y de quebracho. Actualmente maneja el 80% de la producción y comercialización total.
“Paralelamente, The Forestal interpreta, hoy, en 1936, que los costos en Argentina se han elevado más de lo que ellos pueden tolerar. Tanto los costos laborales, como los de transporte, luego de haber depredado las reservas en las cercanías de las fábricas.
“Dentro de tal panorama, pues, la reserva aborigen de los Sanavirones y Tonocotés, de Santiago del Estero, es el último tesoro que les queda a los anglosajones por depredar. Luego de hacerlo -si lo logran-, seguramente, se irán.”
-Dejando millones de hectáreas convertidas en desierto, tras haberle quitado sus árboles... y cientos de miles de trabajadores desocupados...-reflexionó Mariano Paz.
-Así es. Ellos han perfeccionado el despojo. Los españoles, los franceses, los árabes, en fin, otros imperios, suelen comprometerse aunque sea en proporciones mínimas con los pueblos sometidos y explotados por ellos. Los anglosajones no. Levantan muros infranqueables entre los sojuzgados y ellos. En sus colonias, habitan barrios estrictamente cerrados, apartados completamente de los trabajadores aborígenes. Los nativos, únicamente pueden ingresar a sus casas para servirlos. Y eso, dentro de ciertos horarios. Con tal modo de discriminación, cuando ya no les conviene el negocio montado, lo abandonan, simplemente. Sin el menor remordimiento.
Durante un rato anduvieron en silencio, por la ruta desierta, nítidamente alumbrada por los potentes faros del Ford 40B Deluxe, modelo 1934, que manejaba Umbídez. Luego el doctor Paz preguntó:
-¿Y las otras motivaciones... política... cultural, que señalabas?...
-La motivación política proviene de la sorpresiva presencia -para los ingleses-, de los alemanes, en Santiago del Estero... creo que si no hubiera sido por esto, ya se hubieran ido este año...
-Ah... -contestó Paz.
-Es otro tema... grave... los alemanes no están aquí “por los yuyitos”, como ya le dijo el presidente Justo al gobernador Castro... bien asesorado por los servicios de inteligencia ingleses, el general Justo, por cierto... Los alemanes andan en busca de energías alternativas... para crear armas mucho más poderosas de las que hasta ahora nadie tiene... desde 1918, más o menos, cuatro o cinco científicos muy talentosos, europeos, ingleses, estadounidenses, están explorando la ya descubierta descomposición del átomo... lo que podría permitir a los humanos, si se lo consigue, crear armas de una potencia gigantesca... espantosamente poderosa, hasta extremos inimaginables. A lo cual los alemanes han agregado la posible extracción de electricidad del aire, para movilizar vehículos o comandar todo tipo de acciones remotas... y la energía solar. Otra fuente de inconmensurables alcances, capaz de ser convertida, si se consigue manipularla, en un arma tan poderosa como para destruir ciudades enteras en cuestión de segundos.
-¿Vos crees que se están preparando para otra guerra?
-Seguro que sí-contestó Umbídez.
-Dios mío.
Mariano Paz había quedado tan impresionado que se olvidó del tercer tema, “el cultural”.
Hasta que, luego de un rato, el mismo Umbídez se lo recordó.
-El aspecto cultural de la misión inglesa, por último, se puede simplificar así: su sistema de pensamiento es diametralmente contrario al sistema de pensamiento nuestro, aborigen y, también, en gran parte, español o latino, introducido aquí por la conquista e inyectado entre las etnias locales por mestizaje. Desde Francis Bacon hacia aquí, Inglaterra se convirtió en el eje de una cultura racional y mecanicista en grado sumo. Que ve a la Naturaleza y el mundo como objetos fuera de sí mismos, propiedades a conquistar. Contrariamente al pensamiento aborigen, para el cual la Naturaleza y la Tierra forman parte de su propio Ser. No constituyen un elemento exterior, sino integran su constitución biológica y espiritual.
“Tal Cultura debe ser totalmente borrada de los pueblos que los anglosajones conquistan. Desde que comenzaron su aventura imperialista, allá por el siglo XVI, ellos tuvieron absolutamente claro este concepto: deben anular, completamente, las culturas originarias, de todos los pueblos, que van sometiendo a su dominación.”
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