Capítulo 29

 Capítulo 4

Pio Montenegro, Juan B. Castro, en Independencia esquina Avellaneda. 
De fondo confitería "La Ideal".  Colección de Gustavo Tarchini. 


El 22 de septiembre de 1935, los santiagueños habían elegido un nuevo gobernador. Resultando victorioso el senador Pío Montenegro, de 49 años. Quien reemplazaría en la función al oftalmólogo Juan Bautista Castro, de 53. Apodado “El Gaucho”. El cual, asimismo, electo en 1932, había gobernado la provincia de Santiago del Estero hasta el momento. 

Vale la pena detenerse un poco en la personalidad de Castro, pues se destaca, en el período abierto en 1916. Cuando -por primera vez en la historia argentina- se ejercería el voto libre y secreto, para hombres, mayores de 18 años. Cuya aplicación obtendría, en consecuencia, la victoria de Hipólito Yrigoyen. Aunque este sistema, aprobado por las legislaturas algunos años antes, dejaba fuera a las mujeres, resultó un gigantesco avance, en nuestro proceso de evolución paulatina hacia la Democracia. Proclamada como paradigma, desde los primeros gobiernos constitucionales. Aunque, hasta entonces, jamás practicada efectivamente, en la ya supuesta “república” Argentina.

Luego de los primeros gobiernos patrios, establecidos por quienes eran capaces de financiar ejércitos más grandes, hacia 1880 se consolidó en la administración central un grupo de poderosos millonarios, principalmente exportadores de carne. Con apoyo político y económico, explícito, de su principal usufructuario, Inglaterra. Los carniceros terratenientes de Buenos Aires -denominados peyorativamente en Europa como “rastacueros”- * quienes, hasta 1916, iban a montar un control absoluto sobre el territorio nacional argentino -desde la ciudad de Buenos Aires, establecida definitivamente como capital, en septiembre de 1880.

Tanto en Santiago del Estero como en el resto del país,  luego de la instalación del militar tucumano Julio “Argentino” Roca en la presidencia, el fraude electoral masivo, la violencia desvergonzada en los comicios, el voto pagado y la bajísima participación, permitieron, a esta envilecida clase dominante, controlar absolutamente el poder, sin alternancia, durante 42 años. 

La obtención de la ley 8871, de 1912, que establecería el “voto universal” -aunque con  muchas limitaciones, corregidas, en parte, hasta 1916-, se había logrado a través de sangrientas insurrecciones. Ocurridas desde 1890 en adelante. Y protagonizadas por diversos sectores de las clases medias. Incluso, con importante participación de oficiales y suboficiales del Ejército Argentino. Quienes, sacando algunos batallones a manifestar públicamente, se enfrentaron a tiros, incluso algunos de cañón, con la Policía, y otras fuerzas militares, enviadas para reprimir por gobiernos de la oligarquía.

En Santiago del Estero, los insurrectos llegaron a secuestrar al gobernador de la provincia, José Domingo Santillán. Quien regresaba, con su esposa y colaboradores, de una reunión con el presidente Manuel Quintana. Durante el audaz operativo, uno de cuyos líderes fue Juan B. Castro, aún estudiante universitario, los insurrectos detuvieron el tren de pasajeros, mantuvieron varios días capturado al gobernador y sus acompañantes, y luego de tirotearse durante un día y medio, con muertos y heridos,  terminaron capturados por el Ejército Nacional, que había sido enviado desde Buenos Aires para reprimirlos. **

Tres años más tarde, Castro volvería a integrar un comando revolucionario, que  esta vez logró tomar la Casa de Gobierno de Santiago del Estero. Durante el enfrentamiento y la toma, los radicales mataron a un diputado provincial, hermano del mismo gobernador José Domingo Santillán. Ambos, integrantes de la poderosa familia Santillán Palacio. Y miembros de la renovada oligarquía que, después de una sanguinaria derrota y despojamiento de la anterior casta colonial reconvertida en 1810,  de los Paz Figueroa, Ibarras y Taboadas, había pasado a gobernar la provincia, desde 1875 en adelante.  

Volviendo al momento en que “El Gaucho” Castro entregaría el poder santiagueño a Pío Montenegro -febrero de 1936, no era un mérito menor el haber logrado cumplir su periodo constitucional de cuatro años.  El cual le correspondía por ley; pese a ello, esto no se había podido concretar, en Santiago del Estero, aún. Dado que, desde la primera elección libre y abierta, la provincia se había convertido en tierra de disputa feroz, entre varios grupos que, una y otra vez habían obstaculizado los sucesivos gobiernos, a través de golpes militares, provocando intervenciones federales, o con acciones ante la Justicia. Así, se habían sucedido durante aquellos dieciséis años, hasta 1932... once gobernadores. Ellos fueron: José Cabanillas, Juan Anchézar, Martín Rodríguez Galisteo, Manuel Cáceres, Rogelio Araya, Domingo Medina, Alfredo Espeche, Santiago Maradona, Carlos Navarro Lobeira, Dimas González Gowland y León Rougés. 

Luego de la administración del “Gaucho” Castro, asimismo, la inestabilidad regresaría a la provincia; no nos ocuparemos de ello ahora: lo mencionamos, para destacar la evidente habilidad y perspicaz manejo político, del personaje someramente analizado. Quien, junto a Juan Luis Nougués, de Tucumán, constituiría, según nuestro parecer, un importante arquetipo. Cuyas prácticas sociales establecerían el renacimiento formal, en la arena pública, de una corriente, insinuada elementalmente en el siglo XIX,  sin haberse, aún, institucionalizado: el Populismo. Del cual la Unión Cívica Radical y el Partido Bandera Blanca, de Tucumán (de existencia fugaz), se erigirían como los primeros representantes, para el transcurso del siglo XX. 

Esta recuperación -tibia, incompleta, en muchos aspectos- del ideario Federal, que impulsase la lucha de varios caudillos y gobernantes, como Facundo Quiroga, Juan Felipe Ibarra, José Vicente Peñaloza, Francisco Ramírez o Juan Manuel de Rosas, reiniciaría su vigencia institucional -con volubilidad, e indefinición titubeante, y en numerosas ocasiones sufriendo, por ello, consecuencias catastróficas-, se presentaría nuevamente en sociedad, con los gobiernos de la UCR (Unión Cívica Radical), encabezada por el primer presidente electo democráticamente en la Argentina:  Hipólito Yrigoyen. Abogado y pequeño estanciero del Sur.

En su juventud y aún siendo estudiante Juan Bautista Castro había sido fundador, con otros santiagueños, de la Unión Cívica Radical en Santiago del Estero. También perteneciente a las clases medias campesinas o urbanas -como la inmensa mayoría de aquel emergente movimiento político a fines del siglo XIX, Castro había participado, como dijimos, en todo tipo de acciones. Desde secuestros extorsivos de políticos oligárquicos, hasta componendas con algunos de sus representantes, para utilizarlos como arietes, contra los adversarios, en su ascendente carrera hacia los primeros puestos gubernamentales.

De gran energía corporal y radiante simpatía, manejaba el idioma quichua, tan bien como el castellano, utilizándolos alternativamente. En un tiempos cuando la inmensa mayoría de la población santiagueña se comunicaba, todavía, en el idioma aborigen.

Durante sus giras políticas, atendía gratuitamente a innumerables personas de condición humilde, con problemas dentales, u otros achaques. Pues era médico clínico, especializado en odontología. Llegado al gobierno con el 63 por ciento de los votos emitidos, en noviembre de 1931, obtuvo por tanto, también, la mayoría legislativa e institucional.

Desde los inicios manejó con habilidad los recursos existentes. Promoviendo acciones públicas hasta entonces jamás emprendidas por gobierno alguno: como la construcción masiva de viviendas para obreros y familias de humilde condición económica.

Con gran habilidad negociadora disolvió algunas camarillas que intentaban urdir un pronunciamiento militar, a pocos meses de haber iniciado su gobierno. Luego de ello, concretó numerosas obras públicas, como la pavimentación de una gran parte del centro de la ciudad capital de Santiago del Estero. La construcción del Mercado Armonía, la dotación de personal y equipamiento a los hospitales públicos. O la habilitación de nuevas comisarías y jefaturas políticas en pequeños pueblos. Así como equipamiento y edificios para escuelas e instituciones educacionales santiagueñas. Otorgó legitimidad institucional a ciudades emergentes  del interior, como Sumampa, integrándolas efectivamente a la infraestructura económica provincial. 

Muchas de estas acciones constructivas se realizaban apelando, para la obtención del capital, a la venta de tierras fiscales -lo cual no representaba novedad, pues lo venían haciendo casi todos los gobiernos santiagueños desde mediados del siglo XIX-, o a través del endeudamiento público. Cuestión que, como se verá, iría a traer consecuencias funestas a los futuros gobiernos.

Otra de las maniobras ejecutadas con gran astucia y diestra articulación, fue su manejo del constante tira y afloje con los numerosos empleados administrativos o de maestranza, policías y docentes santiagueños. Cuyos salarios globales en ocasiones no lograba pagar en tiempo y forma. Uno de los sectores más perjudicados por esta carencia de recursos fue el de la docencia. Especialmente los del interior provincial. Pese a ello, aún habiendo acumulado, en ocasiones, hasta tres o cuatro meses, sin percibir sus salarios miles de empleados públicos, no debió afrontar conflictos sociales engorrosos. Gracias a un procedimiento, ideado e implementado con habilidad: la concesión de créditos masivos, para alimentos, vestuario, transporte y otros recursos básicos. Acordados con casi todos los pequeños, medianos y grandes empresarios, estancieros, comerciantes u otros proveedores del Estado. Quienes, pese a la carencia de dinero en efectivo, garantizaban, aunque fuera en niveles de semi precariedad, el constante flujo de elementos esenciales a casi toda la población.

Poco antes de terminar su mandato, el fusilamiento del cabo primero Luis Leónidas Paz, por causa de un crimen pasional, pareció poner en peligro la ordenada marcha de esta provincia. Con multitudes de pobladores humildes, simpatizantes del suboficial Paz, grupos anarquistas y socialistas arengando las manifestaciones, y comandos parapoliciales de ultraderecha, en la gatera para atacar a los “indios”, a quienes detestaban, “El Gaucho” supo, sin embargo, controlar perfectamente la imprevista situación, en todo momento.

Luis Leónidas Paz era un joven muy popular entre las clases trabajadoras o, sencillamente, pobres. Pues, como encargado de la cocina del Regimiento 18 de Infantería, solía repartir cuatro comidas diarias a los indigentes. Quienes formaban fila, en la parte trasera del “Rancho” militar, cada día, para recibir su ración. Era, además, campeón de boxeo en competencias castrenses o amateur.

Mató a un oficial, el mayor mendocino Carlos Sabella. Airado por el maltrato a que lo sometía y porque intentó seducir -según sospechaba- a su novia, con quien precisamente en aquellos días planeaba casarse.

Con  agudo juicio, el gobernador Castro comprendió todas las aristas del complicado asunto. Y evitó que, a pesar de la conmoción social que este había desatado, ninguna de sus derivaciones perjudicara a su gobierno. Cuando el cabo primero Paz fue condenado a muerte, recibió a su familia en su despacho. Y envió un telegrama urgente al presidente de la Nación, general Justo, solicitando el indulto para el suboficial. Luego salió al balcón de la Casa de Gobierno. Donde arengó a las multitudes reunidas al frente,  en la plaza pública, asegurándoles que haría todo lo posible para evitar que lo ejecutaran. Puso freno a los jóvenes cajetillas de la Liga Patriótica, quienes querían salir a dar bastonazos y tirotear a los centenares de pobladores humildes, que clamaban en las calles céntricas por su admirado amigo. Ahora amenazado de muerte.

Prueba de su éxito en tales gestiones fue que la multitud, cuando, enardecidos por el fusilamiento del suboficial Luis Leónidas Paz, incendiaron edificios pertenecientes al Ejército, al Obispado y a algunos medios de prensa locales, en ningún momento lo hicieron con casas de la  Administración Pública o con su sede central. 

Pues bien. Bajo esta situación, relativamente controlada, el hábil malabarista político Juan Bautista Castro entregaría el poder provincial de Santiago del Estero.  El 18 de febrero de 1936. Para ocupar su flamante nueva dignidad pública, adquirida durante estas mismas elecciones,  había renunciado a su banca de senador el abogado Pío Montenegro. Proveniente de una clase, considerada por sus pares y auto percibida como  “superior”, no contaba, sin embargo, ni con las habilidades ni con la agudeza intelectual de quien ese mediodía le iba a entregar su bastón de mando provincial. Por el contrario, era un hombre flemático, de actitudes más bien reticentes respecto del contacto directo con sectores populares, parsimonioso, afecto más a los acuerdos de cúpulas sigilosas que a políticas de masas. El nuevo mandatario, pues, vería caer sobre sí, una y otra vez, el resurgimiento de problemas endémicos, u otros inesperados, a lo largo de su próximo turbulento gobierno. Cuyo período legítimo, tal como los otros once gobernadores que antecedieran a Castro, tampoco lograría completar.

* Rastacuero: persona inculta, adinerada y jactanciosa. (Diccionario de la RAE.)

Proviene del francés “rastaquouère” y se utiliza, de manera despectiva, para describir a alguien advenedizo, o que tiene mal gusto. Históricamente, se usaba para referirse a vendedores de pieles que viajaban a Europa. (IA de Bing.) 

** “En la mañana del día siguiente, 31 de mayo, a las 8, aproximadamente, el tren llegó a la estación de Pinto. Apenas el convoy se detuvo en dicha estación, cuyo andén parecía lleno de gente, oyéronse detonaciones de revólveres, hechos al aire, alternados con gritos de «¡Viva la revolución!». […] 

“Inmediatamente pudo notarse que un grupo de quince o veinte hombres armados invadían las dependencias de la estación en ruidosa algarabía. El jefe quiso cerrar las puertas de las oficinas pero inútilmente, los revolucionarios penetraron y se apoderaron del telégrafo, que pusieron en manos de un empleado llevado por ellos, más tarde cortaron los hilos en ambas direcciones y dejaron interrumpida toda comunicación. 

“En el grupo notábase la presencia de los señores tenientes del Ejército José Vieyra Latorre, Justo Carreras de la Silva, con civiles, señores Ignacio Araujo, Juan Bautista Castro, Francisco Matos Molina (corresponsal del diario La Prensa, de Buenos Aires), Francisco Cisneros y Nicanor Torres. Este último acaudillaba los elementos reunidos en Pinto. Actuaba como jefe del movimiento el teniente Vieyra Latorre, quien vestía uniforme." (Fragmento de una carta del gobernador José Domingo Santillán, donde narra el hecho del que fuera víctima. Publicada por uno de sus descendientes, Raúl Alderete Palacio.) 


***


Plaza Libertad. Entre 1920 -30. Fuente: El Sapucai.


Moisés Carol y Alberto Revainera almorzaban en el Jockey Club.

-Desde el lunes comienzo a trabajar en El Liberal... -dijo Moisés. Era viernes, 21 de febrero de 1936.

-¡Qué bueno! ¡Felicitaciones!-celebró Alberto.

-Gracias. Mi primera nota periodística será el acto de investidura de Pío Montenegro. Veremos como me sale.

-¿La estás escribiendo ya?

-Sí, en realidad ya la tengo hecha, a mano, en un cuaderno. He estado allí, el martes, tomando notas. Además de los datos de color, no hay mucho que decir, en lo estrictamente político. Me ajustaré a la línea del diario.

-¿Como fue que te designaron?

-Mi papá lo consiguió. Me recomendó ante el doctor Castiglione.

-¿Antonio?

-No, José “efe-ele”...

-Ah... ¿Tiempo completo?

-De lunes a domingo. Un franco de 24 horas, cada cuatro días...

-¿Sueldo?

-13.000.

-No está mal. ¿Cuánto te pagaba tu familia, por tu trabajo de administración de las propiedades?

-25.000.

-¿Qué ha pasado? ¿Lo has decidido vos, o te han echado?

-Me han echado. Con sutil diplomacia, pero esa es la verdad... 

-Te vas a tener que ajustar un poco, ahora...

-Viviré de lo que me gusta... y con lo que me gusta... no sólo de pesos vive el hombre... hace tiempo que mi familia, especialmente algunos primos, tíos, etcétera, que tienen parte en las propiedades, se venían quejando... de que no les hacía las liquidaciones a tiempo... de que se podría ganar mucho más y de inmediato vendiendo tal o cual campo... etcétera. Yo hacía lo posible, pero la verdad es que no me gustaba hacerlo... me fastidiaba... lo hacía nada más que para satisfacer a la familia, principalmente a mi mamá y papá.

-Lo entiendo... y muy bien... sabes que me ocurre algo semejante, aunque no tan intensamente como a vos...-empatizó Alberto.

-Ahá -asintió Moisés-. Y bueno... habrá que ver... espero que no me echen de aquí también, en algunos días...

-¡No!...-enfatizó Alberto-: ¡vos escribes muy bien!... Serás un lujo para el diario, ya lo vas a ver...

En ese momento se acercó Pedro Maguna, un joven estanciero, criador de ganado, del Sur santiagueño.

-Hola changos...-saludó- Che... ¿qué me dicen de Pío? ¿inventará algo? ¿o va a seguir con la política del Gaucho, de improvisar y aplicar remiendo tras remiendo?- exclamó, de un tirón.

-Sentate, si quieres...-invitó Moisés Carol.

-¿No estaban hablando algo privado?

-No hay problema...-dijo Alberto Revainera.-Hablábamos del nuevo trabajo de Moisés... periodista de El Liberal... qué te parece. Te vas a tener que cuidar... y pagarles bien a tus peones, porque si no, te va a hacer aparecer en letras de molde... para que te visite después Olmos Castro.

-Jé, jé, jé… -rió el otro-. No creo... Moisés es de los nuestros... ¿Y qué vas a hacer con los campos?-preguntó, volviéndose hacia el aludido.

-Los va administrar mi cuñado- contestó Moisés Carol.

-¿Silvestrini? -exclamó Pedro Maguna, en el acto (todos sabían que la menor de las Carol Lugones se había casado con un hijo de inmigrantes italianos).

-Exactamente -contestó Moisés-. Es contador. Graduado en la Universidad de Córdoba.

-¿No te digo yo?-se indignó el joven estanciero, volviéndose hacia Alberto -¿ves que es cierto lo que dicen los changos de la Liga Patriótica? ¿Que estos inmigrantes, traídos por los porteños, nos van a terminar quitando todo, a las buenas familias santiagueñas?

-Mm...-se incomodó Alberto, quien estaba casado con la hija de un inmigrante árabe y tenía, ya, dos hijas con ella-...no te entusiasmes mucho con los de la Liga Patriótica... son unos pelagatos, vagos, no tienen dónde caerse muertos, pero las paredes de sus viejas casas están llenas de condecoraciones y escudos... tienen mucho odio, adentro, y a cada rato cambian de posibles víctimas: un rato los negros -quienes, según ellos, nunca deberían haber dejado de ser esclavos-, otro rato los inmigrantes... Ahora se han vuelto ultra hispanistas: reivindican a Franco, el penoso milico que ahora quiere promover un golpe de Estado contra la República Española...

-Ah, sí los he visto... payasos... el otro día han hecho un acto en la plaza Libertad... -observó Moisés- rindieron homenaje a Primo de Rivera... Y lo peor, es que los acompañaba un cura, con sotana, por supuesto, todo de negro, con sombrero redondo, aludo, también negro.

-No, no... yo no digo que hay que apoyar a estos loquitos... sólo digo que, en algunas cosas, tienen razón...-desandó Pedro Maguna.

-Mirá Pedro... no creo que nadie nos quite nada... si nosotros no dejamos de hacer lo que debemos. Tenemos que ser críticos con nosotros mismos, también... si queremos salvar nuestros bienes, nuestra cultura y nuestra provincia...

“Desde el principio... mejor dicho, desde nuestra llegada -hablo de quienes somos descendientes de español o portugués, principalmente- nuestra dirigencia ha cometido muchos errores.

“Hemos actuado, antes y después de Mayo, como pequeñas bandas familiares. Y no como un Estado, que debía incluir a todos sus habitantes. Así, finalmente, nos hemos terminado hundiendo, unos a otros... para beneficio de solo muy pocos sinvergüenzas, que se han enriquecido convirtiéndose en gerentes de empresas extranjeras, más que en verdaderos empresarios o productores.

“Es hora de que tomemos el toro por las astas... y construyamos una región independiente,  Santiago solo, o con otras provincias como Catamarca, La Rioja, San Luis o Salta... si no logramos concertar con la Nación. Un espacio próspero, moderadamente industrial, protector de sus tradiciones y su religión, mayoritariamente católica... Un estado criollo, verdaderamente soberano.  Y justo,  con niveles de subsistencia dignos para todos sus habitantes, en primer lugar".

Dos hombres más, también productores rurales, de la Zona de Riego, se acercaron a ellos:

-¡Ehhh! ¡Cómo andan!... Alberto... Moisés... Pedro... -saludaron, con regocijo. Fueron invitados a sentarse: por lo que debieron acercar sillas quitándolas de otras mesas desocupadas. Estuvieron allí, conversando sobre estos temas, que igualmente les interesaban, más o menos hasta las cinco de la tarde.

Santiago del Estero. 1930. Avellaneda e Independencia.


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