Capítulo 30

 Capítulo 5

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El rabino Salomón Orban caminaba sin demasiado apuro hacia la terminal de ómnibus de Tucumán. Eran cerca de las ocho de la tarde y le habían dicho que recién a las veintidós tenía un colectivo de regreso para Santiago. Tres horas de viaje, más o menos... o sea, que iba a llegar a la una de la mañana, más o menos... y recién a las cinco de la mañana tendría, posiblemente, algún colectivo, quizá el suncheño, para poder regresar a su pueblo, Colonia Dora.

Había estado participando de un Encuentro Nacional de Comunidades Israelitas. Si bien culminaba con una cena, prefirió no quedarse. Por lo cara que resultaba la tarjeta en aquellos tiempos de crisis económica (1936). Y además ello lo hubiese obligado a un gasto más, algún hotelito, o pensión, para pasar la noche pues el de las diez era el último colectivo hacia Santiago.

La Zona de El Bajo era excepcionalmente desagradable: cientos, quizá miles de personas apretujándose por las veredas, reducido a un mínimo casi inexistente su ancho normal por las improvisadas mesas desde donde gritaban hombres y mujeres ofreciendo productos o mercancías. “Sanguches” de milanesa -“los mejores del mundo”, según los tucumanos, unos enormes panes franceses tipo “flauta”, cortados por la mitad y llenos de unas lonjas de carne superpuestas, rebosando de mayonesa por sus costados, con rodajas de tomate, ajo, pimiento, y quién sabe cuántas cosas más -pensó el rabino-, "manjar" de gran aceptación entre aquella clientela de tez oscura, mestiza, donde podía haber jujeños, salteños, bolivianos, hasta peruanos, haciendo cola para recibir lo que seguramente sería su cena aquella tarde, mientras agitadas mujeres gordas revolvían el aceite de las gigantescas sartenes, tirando una tras otra las porciones de carnes que ayudantes más jóvenes -sus hijas, o hermanas-, a gran velocidad, iban rebosando en preparados grasosos e inciertos que fluían, dentro de unas ollas oscurecidas por el uso, para asperjarlas con pan rayado luego, a mano, con dedos pegajosos, sobre las porciones de carnes enfiladas encima de chapas como bandejas y luego entregárselas a las freidoras, quienes iban lanzándolas con gran crepitar y humareda emergente a las inmensas sartenes, donde luego de unos cinco minutos las darían vuelta, con palas de aluminio hasta que, en cinco minutos más, irían extrayendo esa codiciada materia prima para colocarla cuidadosamente sobre una de las tajadas del rubio pan, el cual fuese recubierto, previamente, del más urticante chimichurri, así como del otro lado esperaba su hermana melliza, la tajada de pan que lo taparía y completaría, una vez agregados sus elementos vegetales, rebosantes todos, a esta altura del proceso, de blonda mayonesa: este procedimiento culinario era atentamente seguido por decenas de personas, casi siempre hombres, de piel cobriza brillante por el sudor, quienes formando colas esperaban anhelantes su turno para tomar, por fin, entre sus manos, el muy ansiado manjar y darle su primer mordisco.

Este abigarrado amontonamiento de personas, pobremente vestidos, le pareció al rabino contrastar de un modo chocante con los ambientes donde se habían efectuado las tres reuniones para las cuales viajara especialmente hoy.

Los judíos habían comenzado a llegar a Tucumán hacia 1900. Unos doce años antes que los de Colonia Dora. Se diferenciaban de sus paisanos -ahora "Santiagueños"- en varios aspectos. En primer lugar: los "Tucumanos" se habían integrado, rápidamente, a una sociedad industrial. Actuando muchos de ellos como financistas, pequeños y medianos comerciantes o industriales. Mientras que los de Colonia Dora, salvo dos o tres familias, eran esencialmente campesinos. Salomón Orban había venido, junto a su familia, todos húngaros, a sus cuatro años. Los siguientes 24 años los había pasado trabajando la tierra junto a su padre y sus hermanos. Manejando rastras tiradas por caballos, y estudiando los fines de semana. Con el rabino Samuel Berco, su amado maestro. A quien sustituiría cuando falleció, tres años atrás, el 2 de mayo de 1933, a sus setenta años.

Tucumán. Zona de El Bajo. Siglo XX. Años '30.


Pensaba en estas cosas caminando sin apurarse, por la calle Charcas y se aprestaba a cruzar el pasaje Díaz Velez, ya frente a la terminal, cuando lo detuvo un hombre, luego de bajar rápidamente de un auto, estacionado al frente, cruzar y dirigirse directamente a él:

-¡Buenas tardes, rabino Orban!-exclamó, con pronunciación rara, aquel hombre rubio, fornido, como de treinta y pico de años -calculó.

-Buenas tardes...-contestó Salomón, con una carrera de pensamientos fugaces en el subconsciente, algo asustado.

-No se sienta incómodo... soy el capitán Rooney Gallagher... trabajo para el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica -afirmó, mirándolo directamente con sus ojos azules. Tras lo cual, extrajo una credencial, que puso frente a su cara.

-Mucho gusto...-titubeó Salomón Orban- ¿De dónde me conoce?

-El gobierno de los Estados Unidos tiene la obligación de conocer a muchas personas en todo el mundo... por la responsabilidad que le fue asignada por su destino manifiesto -declamó de un tirón el oficial, quien, por otra parte, impresionaba como una buena persona, de carácter amable.

-Ah, bien...-dijo sin comprender aún el rabino Orban- ¿Y qué se le ofrece de mí?

-Lo llevaré de regreso a su casa... en el camino, se lo explicaré...-contestó el capitán Gallagher. Salomón se asustó aún más.

-¿Estoy detenido? -atinó a preguntar.

-¡No, no! -se rió, al parecer divertido, Rooney Gallagher -¡Cómo se le ocurre! ¡Por el contrario! Para los estadounidenses el pueblo judío es un amigo de primera calidad... Miles de sus hermanos habitan, trabajan y evolucionan -incluso algunos amasando fortunas inmensas-, en nuestro país... Lo estoy invitando, con fraternal amistad, para llevarlo a su casa... Pues tengo algunas cosas que decirle... en nombre, por cierto, de mi gobierno. Para quien ahora mismo estoy trabajando...

Aún sin entender, aunque ya bastante calmo, Salomón sopesó la circunstancia, pero sin decidirse a dar una respuesta. “Y si me asalta en el camino?”...-dudó-“¡no tengo nada de valor que pueda quitarme!”, se contestó en el acto a sí mismo, para sus adentros: “el anillo de oro que lleva en su mano izquierda, nomás, vale cincuenta veces más del dinero que traigo en mi billetera”.

-Está bien señor...-dijo entonces el judío-santiagueño, con un tono algo mecánico...- Gracias por su generosidad... ¿Quiere que lo espere en algún lugar, por si usted tiene alguna obligación antes?

-¡Oh, no! -dijo, a su vez, el capitán Gallagher- ¡He venido para esto... para llevarlo a usted a Santiago! 

Buick Super. Modelo 1935. Fuente: Momentcar.


Salomón no conocía un automóvil tan lujoso y potente como el que ahora lo conducía de regreso hasta su casa. Antes de subir había visto que era un Buick Super, de color borgoña. En menos de una hora ya estaban cruzando el puente Carretero de Santiago a La Banda, para dirigirse, luego de pasar esta bonita y pequeña ciudad, a la ancha ruta nacional, que los llevaría, directamente, hasta Colonia Dora.

El norteamericano le había dicho, en el camino, para qué lo habían buscado:

La delegación nazi tenía en elaboración proyectos muy grandes. Que todavía los servicios de Inteligencia estadounidenses no habían podido discernir. Sustentaban leves sospechas, acerca de sus posibles objetivos. Los cuales podrían ser:

1) La creación de armas novedosas, como pequeños aparatos voladores artillados.

2) El aprovechamiento de energías alternativas, obtenidas de la atmósfera, los rayos solares o los vientos.

3) Obtención de minerales desconocidos, semiconductores, y también cobre, estaño, además de tierras raras.

4) La codificación a nivel complejísimo, para blindar sus comunicaciones, hasta hacerlas absolutamente indescifrables.

-Estas y otras, que aún es para nosotros muy difícil descubrir-explicó Rooney Gallagher-. Seguramente usted sabe los alemanes tienen un sistema de encriptamiento para sus mensajes radioeléctricos, denominado Enigma.

-No, no sabía...-contestó Salomón.

-Lo imaginaba -continuó el militar- pocos lo conocen, siquiera de nombre, en el mundo. Es un sistema que introduce cuatro o cinco transformaciones, por medio de una máquina, a sus mensajes, antes de que sean emitidos. Las claves para descifrar estos mensajes, encriptados con números primos, solamente las tienen sus receptores. Y deben destruirlas en el acto, luego de abierto el contenido conceptual.

Durante todo el camino, habló casi únicamente el estadounidense. Le había hecho a Salomón, al principio, algunas preguntas. Como si los nazis tenían algún tipo de relación con la comunidad de Colonia Dora.

-Ellos van muy poco al pueblo... -advirtió Salomón Orban. -Algunas veces a la ferretería, o a los almacenes, para aprovisionarse de alimentos... aunque casi siempre suelen proveerlos directamente varios comerciantes de la zona, que tienen acuerdos con ellos.

-¿Y cómo es el trato con la gente? ¿Son cordiales, o reservados?

-Varía...-contestó Salomón-. Algunos, son reservados, otros, conversadores... incluso jocosos... especialmente los más jóvenes... A veces van a pasear, o incluso nos buscan a nosotros, pues tenemos, en la Colonia, judíos alemanes. Conversan con ellos, en su idioma original...

-¿Nunca los han maltratado por ser judíos?-quiso saber Gallagher.

-Que yo sepa... no... -respondió el joven rabino- tal vez usted sabe que nuestro pueblo se compone en casi un 70 por ciento con inmigrantes... no sólo hay judíos, principalmente rusos, alemanes o magyares... Hay también italianos, eslovenos, ucranianos...

-Ellos alquilaron la propiedad de López Agrello, ¿no? -inquirió el capitán Gallagher.

-Solamente el chalet...-aclaró el rabino-: ...y un pequeño espacio alrededor... No sé si usted sabe, los López Agrello tienen unas cincuenta mil hectáreas... unas cuatro o cinco mil se las hemos comprado nosotros u otros inmigrantes... el resto, sigue siendo de su propiedad.

Finalmente el oficial de Inteligencia le propuso a Salomón trabajar para ellos. Recogiendo todo tipo de información. Hasta la más insignificante, en apariencia. Pues, analizada por los expertos, podría serles de utilidad. Por supuesto, tanto el rabino como la comunidad se beneficiarían con dicho “intercambio”, como lo denominó: “de colaboración mutua”.

Salomón Orban contestó que no podía contestar esa propuesta ahora. Sin consultar antes con la comunidad. 

A lo cual Rooney Gallagher sugeriría que lo hiciese cuanto antes. Y, apenas tuviese una respuesta, se la comunicara.



***


El Chalet López Agrello era una construcción singular en Colonia Dora, por la suntuosidad de sus formas y materiales. Había sido levantado en 1888 por esta adinerada familia, quienes poseían, además de sus 50.000 hectáreas en esta región, otras tierras en Alta Gracia, Córdoba y en la provincia de Buenos Aires. Así como diversos negocios en varias ciudades de la Argentina. Constaba de dos pisos y un ático, con techos de tejas a dos aguas, hacia el Norte y el Sur. El lujoso edificio se había construido exactamente frente a donde luego estaría la estación del ferrocarril, del cual solamente lo separaría un ancho camino de tierra.

En su parte posterior ostentaba un espléndido balcón, de grandes dimensiones, con barrotes de hierro forjados. Que permitía otear el Oeste, por sobre el bajo y tupido bosque. Contaba, hacia ese sector, con un amplio jardín, donde además de sus flores, se habían cultivado plantas frutales, con especies exóticas. Esta bella plazoleta interior estaba ornada por una gran fuente en el centro, adonde en sus primeros tiempo retozaban algunos cisnes blancos, que los propietarios habían importado de Europa.* 


Chalet López Agrello. Foto publicada en el libro 
Historia de la ciudad de Colonia Dora. De Miguel Ángel Pajón.

Hacia 1920 esta pequeña familia de terratenientes comenzó a decaer. Algunas versiones populares lo atribuyen al licencioso estilo de vida que llevaban, superando con sus dispendios los ingresos de las empresas que debían sostenerlas. Lo cierto es que, al borde de la quiebra, amenazados por ejecuciones judiciales y bancarias, debieron deshacerse de algunas propiedades o alquilarlas. Como hicieron con el chalet de Colonia Dora. Donde, con el paso de los años, se había conformado ya, hacia 1930, una bonita ciudad agraria, en medio de numerosas pequeñas o medianas fincas, arduamente trabajadas por decenas de inmigrantes: judíos rusos y del Este europeo, ucranianos, italianos, austríacos, así como, minoritariamente, de otros países europeos.

La circunstancia coincidió con la llegada de esta delegación alemana ya descripta, en 1935. Siendo el chalet, además, exactamente adecuado para las condiciones que requería un uso especial, de alta prioridad científica, que venía programado entre los proyectos de desarrollo impulsados entonces por el gobierno alemán.

Aquella tardecita otoñal -el mejor período climático en la provincia de Santiago del Estero, pues no hace ni frío ni calor-, estaba reunida en el Chalet de Colonia Dora la plana mayor de la delegación alemana en esta provincia.

-Debemos considerar a los Estados Unidos de Norteamérica como nuestro mayor adversario -decía Alfred Röhm-. Ellos investigan parecidas líneas científicas a las que nos ocupan; aunque nos separen algunas diferencias de criterio.

“Por ejemplo: ellos están dándole prioridad a la descomposición del átomo. Invierten millones de dólares en su investigación. Creen que por medio de ello podrían conseguir la bomba más poderosa del mundo.

“Si bien nuestro gobierno alemán, no deja descuidado dicho tema, tenemos otra perspectiva, sobre el desarrollo de largo y mediano plazo, en nuestros propósitos. Creemos que el futuro control estratégico de la humanidad reside en el manejo de las comunicaciones.

“Y de toda la red de sistemas comunicacionales que se irán desplegando para controlar hasta el último detalle de nuestra civilización industrial. 

“Como ustedes saben, hemos desarrollado eficazmente este aspecto de la praxis científica: nuestra central cordobesa, en la Argentina, cuenta con sistemas aún desconocidos por nuestros competidores. Y además de permanecer absolutamente incógnita para los demás, fuera del pequeño número de quienes trabajamos en sus utilidades prácticas, es lo más avanzado que se ha logrado construir en lo referido a computación, radio electricidad e informatización de los sistemas de ensamble técnicos operacionales, para todas las áreas de nuestros equipamientos ejecutores mecanizados y automáticos.”

-Doctor Alfred, ¿sabe usted si los de Bletchley Park **, han obtenido algún avance en sus experimentos con las teorías de Rejewski?- interrumpió Ilsa Hagen.

-Nuestros agentes de Inteligencia dicen que no han conseguido resultados importantes, hasta ahora. Más allá de haber ampliado de manera desmesurada sus instalaciones: cableado, nuevos equipos de gran tamaño, hasta el punto que debieron agregar dos habitaciones más a los cuatro salones, que hasta el momento ocupaban con sus máquinas electrónicas. Precisamente sobre este aspecto les iba a hablar a continuación.

El doctor Röhm hizo una pausa, tomó un trago desde el vaso con jugo de naranja, que tenía ante sí, sobre un platito de loza. Expectantes, los alemanes, en su mayoría relativamente jóvenes, guardaban silencio, con sus miradas fijamente dirigidas hacia él.

-Como ustedes saben -continuó Röhm- nuestros equipos de comunicación radioeléctrica se han basado, desde principios de siglo hasta ahora, en un elemento esencial: los tubos de vacío. Estos lograron algo que jamás antes la humanidad hubo creído posible: comunicar a las personas, salvando distancias inmensas, hasta alcanzar a cubrir todo el planeta con su sistema radioeléctrico.

“Este sistema tiene, sin embargo, un gran impedimento: el tamaño de sus equipos. Los tubos de vacío y sus complementos necesarios, obliga a la construcción de equipamientos demasiado voluminosos -como los de Bletchley Park, que ustedes han visto en fotos... o los nuestros aquí, en La Falda, que ustedes han visto y manejado ya, varias veces.

“Y ahora es cuando viene la información estrictamente confidencial que voy a compartir con ustedes hoy.

“Algunos de nuestros científicos ha descubierto, en Alemania, un elemento que revolucionará las comunicaciones radioeléctricas en el futuro. Aunque es aún desconocido.

En este punto la expectativa de los circunstantes había alcanzado un climax, casi se podía palpar en el aire.

-Se trata de un pequeño dispositivo, aún sin denominación, aunque sus descubridores alemanes lo llaman genéricamente “transistor”. El cual se ha derivado, a la vez, del klystron. Aquel tubo de velocidad modulada, en el que se puede hacer que un haz de electrones se agrupe en “racimos” y, por lo tanto, generar con una eficiencia razonable, ondas de radio, de frecuencia y potencia considerablemente más altas que las que eran posibles con los tubos de vacío convencionales o válvulas termoiónicas.

“Aún así, aunque redujo considerablemente los tamaños del equipamiento general, no lo hizo tanto como para convertirlos en fácilmente trasladables... como ustedes lo saben, pues nuestro equipo de Córdoba está basado en el klystron.

“Hasta que hace muy poco, apenas meses, uno de nuestros laboratorios logró el resultado que permitirá cambiar para siempre la historia de la Humanidad. Un elemento de transmisión integral tan pequeño, que nuestras máquinas comunicacionales podrán llegar a fabricarse, incluso, con el tamaño mismo de una billetera de bolsillo...

Pareció desinflarse la expectativa generada entre los miembros de la delegación germana, en su mayoría suabos.

-No hablemos más. Puedo mostrarles, ahora mismo, los resultados concretos de este componente radioeléctrico. Si me acompañan, hasta la última habitación.

Todos se enfilaron tras él, transitando el pasillo interior, ornado con pinturas al óleo, del antiguo chalet López Agrello en Colonia Dora.

Al encender la luz eléctrica, Röhm, se vio un aparato sobre la mesa de algarrobo que, sobre el lado sur de la habitación, era lo único que la ocupaba, por lo demás, vacía.

Una máquina singular -aunque se habían usado algunas parecidas, en los experimentos con pequeños aviones de control remoto.

Dotada de una pantalla oscura, de vidrio al parecer, sobre un aparato con botonera al frente, rectangular, metálico, y un teclado como el de las máquinas de escribir, adelante.

-Esta es la nueva computadora -exclamó con tono triunfal Röhm. -De la cual hay sólo tres, al día de hoy, en todo el mundo. Dos están en Alemania. Esta nos las enviaron especialmente a nosotros. Para poder comunicarnos.

-¿Comunicarnos? -se asombró Ilsa-. ¿Nos podremos comunicar a distancia, con estas máquinas?

-Ahora lo veremos-dijo el doctor Röhm. Y agachándose, introdujo el tomacorrientes en la fuente de energía eléctrica montada sobre la pared. Luego, dio vuelta hacia la derecha uno de los botones del aparato y rápidamente se encendió la pantalla. Con luz fantasmal, quedando luego de un extraño desfilar de códigos alfabéticos, números, signos matemáticos y otros desconocidos por quienes la miraban, fascinados, quedó nuevamente a oscuras, aunque con un tono azulado.

-Ahora viene lo mejor -anunció Röhm. Y sentándose en una silla frente al aparato, tipeó algunos códigos. Con un flop, se abrió sobre la pantalla un rectángulo claro, que titilaba. Y a través de los parlantes emergió cierto zumbido, apenas perceptible, como de lejana lluvia.

-Hola -tipeó el doctor Röhm-. Aquí Alfred. Y la delegación austral. ¿Estás en el puesto, Heinz? (Todo en alemán.)

Transcurrieron algunos segundos, en que no ocurrió nada. El mensaje de Röhm seguía allí, solo, parpadeando sobre el rectángulo azulado de la pantalla. Hasta que se comenzó a ver debajo un movimiento, como el de un gusanito, que avanzaba y retrocedía, trazando un delgado camino luminoso, una y otra vez, hasta desaparecer. Durante dos o tres segundos. Y luego... otra vez: ¡Flop!

-¡Hola, Alfred! ¡Aquí Heinz Neumann! ¡Estamos comunicados! ¡Albricias! ¡Felicitaciones! (Todo en alemán.)

Espontáneamente las mujeres y hombres que habían estado esperando estallaron en aplausos y vivas... Daban grititos de alegría, mientras se abrazaban... Gerda rodeó con su brazo derecho el torso del doctor Röhm, quien sintió la suavidad de su corta melenita rubia acariciarle la nuca por algunos instantes, mientras lo estrujaba.

Intercambiaron saludos y expresiones sencillas, durante un rato... se contaron, mutuamente, detalles climáticos de Argentina, en otoño, como antes dijimos y la primavera de Munich.

Hasta que en cierto momento, sorpresivamente y con otro ¡flop!... sucedió algo que no habían imaginado: una figura nítida, una fotografía, en blanco y negro, apareció repentinamente sobre la pantalla. ¡Era Heinz!... 

-¡Oh!...-exclamó Gerda-: ¡no nos habías dicho que se podrían transmitir, también, imágenes!...

-Pues ahí lo ven...-contestó Alfred Röhm.

Estaban todos tan felices, que se fueron a celebrar en la confitería del Inti Puncu. Un espacioso hotel, que había inaugurado pocos meses atrás, a un costado de la ruta nacional, entre Lugones y Garza, Filemón Diéguez. Un empresario peruano. Que residía en La Banda.


* Miguel Ángel Pajón - Historia de la ciudad de Colonia Dora. Origen y trayectoria de una colonia agrícola en Santiago del Estero. Editorial Bellas Alas. Santiago del Estero, 2020.

** Bletchley Park. Instalación militar en Buckinghamshire, Inglaterra. Donde se dieron los primeros pasos para construir posteriormente la computadora Colossus. En la década de 1930.


Capítulo 6 (31)



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