Capítulo 43

 Capítulo 18


    “Los ulalos no son individuos... en el sentido que damos nosotros a esa palabra”, pensó ella. “No son la unidad más pequeña de los sistemas sociales, como define la filosofía a los humanos. Son, en realidad, un sistema indivisible... es decir, cuando los vemos en su forma natural, sólo es una manifestación proyectada... con el propósito de poder establecer relaciones con especies diferentes, cuyas experiencias personales se basan sólo en realidades individuales”.

    Esto pensaba la bonita Edith Saganías, mientras viajaba, junto a Genaro Coria, en el asiento trasero del Fiat, 1500, por la ruta nacional 89, con rumbo a la ciudad de Quimilí. Manejaba Umbídez, y a su lado, el doctor Peña. Ambos silenciosos. Al igual que Genaro. Los tres hombres solían manifestarse, normalmente parcos. Muy fieles al estilo general santiagueño. Sólo que allí, en realidad, iba solamente un hombre: Genaro. Los otros dos, eran ulalos. O, mejor dicho, eran “Ulalo”. Es decir, no dos, sino un Ulalo. Con mayúscula: pues era la suma, indivisible, de todos ellos. De todas sus manifestaciones externas. Donde estaba cada una de tales manifestaciones, estaban todos -o todas. No tenían sexo ni divisiones. Eran una inmensa conciencia cósmica. Esto había llegado a descubrir Edith Saganías, sobre los ulalos, a lo largo de su ya extensa relación, durante unos 23 o 24 años: desde su primera infancia.

    -Vas muy callada, Edith. -dijo el doctor Peña.

    Edith se sonrojó. Y en el acto pensó: “porque me consideran una parlanchina; además, porque me gusta Saúl”. Simultáneamente, exclamó:

    -¡Eh, Saúl!... ¿debo hablar siempre? ¿me consideras una parlanchina? Eso es machista... -aunque, para mitigar el concepto, lanzó, también, una breve carcajada.

    -Sabes que no puedo ser machista...-deslizó con voz cordial el doctor Peña...

    -Ya lo sé... sólo era una broma... sé, por cierto, que la forma humana no es para ustedes un aspecto natural, sino sólo el disfraz para poder establecer relaciones con nosotros... Sé, también -agregó Edith-, que apenas ingresemos debajo de la corteza terrestre, cuando lleguemos, ambos serán solo dos pequeños seres sin ojos, boca, ni pelo, sino algo semejante a volutas de humo transparente, claro, con extensiones similares a brazos y piernas... también ello, posiblemente, únicamente para no espantarnos, pues nunca podríamos entender vuestra forma real, absolutamente indivisible...

    Umbídez y Peña la miraron simultáneamente, por unos segundos, a través del espejo retrovisor, al parecer sorprendidos.

    -¿Quién te enseñó todo eso? -dijo por fin Peña.

    -Me di cuenta-, confesó Edith. Sonrojándose nuevamente.

    -Eres extraordinariamente lúcida. -Exclamó el joven médico, Saúl Peña.

    Edith sintió que le ardía el rostro. Pero no se detuvo:

    -Entonces, ¿tengo razón?... -continuó-: ustedes, ¿son todos, uno? ¿Cada uno de ustedes... está unido indisolublemente con los que, habitualmente, suelen aparecer, aquí o allá, para comunicarse con los humanos?

    -Tú lo has dicho -manifestó Peña.

    -Estamos llegando -exclamó Umbídez. A la izquierda de la ruta, unos doscientos o trescientos metros hacia el Norte, se veía un gran cartel que decía “Estancia Pilagá”. Tras los alambrados, que se perdían en la distancia, podían divisarse galpones, edificios y otros espacios evidentemente destinados a realizar algún tipo de actividad lucrativa.

    -¿Pilagá? -se asombró Edith. -¿Una comunidad pilagá? ¿Los aborígenes pilagá han construido todo esto?

    -No. Contestó Umbídez. Una empresa belga.

    -¡Belga!-se asombró Edith. -¿Cómo es que llegaron aquí?

    -Más o menos desde la década de 1870 los belgas están aquí. El gobierno de la oligarquía porteña se había endeudado con ellos, y les pagó con tierras.

    -Obviamente ocupadas por los indígenas...

    -Así es... *

    Hubo un silencio largo. Con algo de temor por la respuesta que podría recibir, Edith preguntó, cautelosamente:

    -¿Y qué hicieron con los indígenas?

    -Los belgas fueron más o menos benevolentes. Les dijeron, a los wichí, matacos y pilagás, que por entonces ocupaban la inmensa franja que el gobierno de Roca les había regalado: “les daremos comida y vivienda si trabajan para nosotros". La mayoría aceptó. Algunos otros, se fueron. Así, pronto se desarrollaron, tanto en Formosa como aquí en Santiago, grandes criaderos de ganado vacuno, cabañas de mejoramiento genético y “Pilagá”, la empresa fundada por estos belgas, se convirtió en una de las mayores exportadoras argentinas de carne de primera, así como proveedora principal de tecnologías genéticas de avanzada. Hasta el día de hoy.

    - ¿Y aquellas torres que se ven a la distancia? -preguntó Genaro.

    -Petroleras. Una empresa estadounidense buscó encontrar petróleo, entre 1910 y 1920. Luego abandonaron el intento.

    Eran cerca de las 10 de la mañana cuando llegaron a la casa de Esteban Taccuny, Lira Diósquez y sus hijos. Como si hubiera estado esperando, Esteban andaba muy cerca de la tranquera y vino a abrirla. Montó su caballo y los siguió cuando entraron, a baja velocidad, por la angosta senda que conducía al garage. A cuyo costado se levantaba una construcción de adobe, a dos plantas, y un extenso galpón detrás.

    Tres niños -dos mujeres y un varoncito, de entre 7 a 3 años, jugaban en un ancho patio, tras la casa familiar y frente al galpón cerrado. Corrieron al ver salir del automóvil a los visitantes.

    -¡Tío Saúl! ¡Tío Saul!...-gritaban, alborozados.

    El doctor Peña los abrazó, uno por uno. Luego de algunas preguntas, como si estaban bien, si iban a la escuela, a lo que las niñas mayores contestaron contando breves anécdotas, como la de haberse encontrado a una lampalagua en el monte, dos días atrás, Saúl abrió su portafolio y extrayendo tres paquetes coloridos se los entregó. Cada uno contenía regalitos.

    No habían traído demasiado equipaje. Solo pequeñas valijas con una sola muda de ropa en ellas. Así que luego de acompañar a Genaro y Edith a la planta alta, donde cada uno tenía preparada su habitación, les pidió que no demorasen demasiado en asearse, si lo necesitaban, y bajar luego. Pues debían continuar el viaje.


    
Genaro y Edith no demorarían más de quince o veinte minutos en bajar. Ambos llevaban ropa liviana -era verano: enero de 1937-, Genaro unas bermudas, alpargatas, camisa manga corta; Edith igualmente bermudas y alpargatas, con una liviana chomba blanca arriba. El cabello recogido.

    Pronto fueron con Umbídez y Saúl Peña al galpón, cuyo ancho portón de hierro se abrió automáticamente, al parecer, cuando llegaron a unos cincuenta centímetros de él. “Si ven esto los alemanes, se vuelven locos”, pensó Edith. Adentró se encendió automáticamente una tenue luz -más bien un resplandor intenso- iluminando el gigantesco salón. ¡No había nada adentro!

    Pronto comprobarían que sí debía de haber algo -según comentarían luego- ya que los dos ulalos, tomándolos suavemente del brazo, los guiaron hasta colocarlos en un espacio preciso, a cada uno, distanciados entre sí como por unos diez metros. Luego, se colocaron ellos mismos en otros espacios, a continuación, con las mismas características.

    -Este salón es, en realidad, un acelerador de partículas, combinado con un generador y armonizador de campos magnéticos... -explicó el doctor Peña.

    -Ahora seremos todos ulalos -dijo Umbídez, riéndose-, pero de faz dos.

    -¿Vos viste a Saúl convertirse en faz dos, quenó, cuando te salvó de aquella bestia italiana, que intentó abusarte?

    -Ah, sí... qué lindo... seres pequeños, livianos, volátiles...

    -Así es -continuó Umbídez. También serán recubiertos de un óvalo energético, que los envolverá. Contiene una inmensa cantidad de códigos, para permitirles ver todo lo que normalmente, en los lugares que vamos a visitar, suele ser invisible para los humanos. Igualmente respecto de los seres que allí habitan. Les traducirán al castellano toda conversación que con ellos entablemos. En otros aspectos, dos cuestiones muy importantes: les permitirán internarse en zonas con muy altas temperaturas, que ningún ser de la superficie podría resistir. Y también traducirá, a conceptos entendibles, cualquier conversación o pregunta que ustedes deseen entablar con los seres inteligentes, que pululan por debajo de la Tierra.

    Unos cinco minutos después, el proceso se había consumado. Si otro humano hubiese estado presente, en aquel momento, solo hubiera visto cuatro huevos de luz fantasmagórica, azulada, que flotaban a una altura de más o menos veinte centímetros del suelo. Adentro, se distinguían las figuras de cuatro seres, semejantes a pequeñas figuras humanoides, pero sin ningún rasgo sino solamente dos brazos largos y dos piernecillas igualmente flacos y desproporcionados en relación con sus pequeños torsos. Y sin rostros. Ni algún otro miembro visible, más que los mencionados.

    Caminaron -o más bien, se desplazaron- por entre un bosquecillo de tipas, tuscas y algarrobos, durante algunos minutos. Enseguida llegaron hasta el lugar donde se levantaban las torres petroleras, que desde la ruta habían visto. Se las veía oxidadas e inútiles, sin duda alguna, invadidas por hierbas silvestres y algunas casi cubiertas por enredaderas. Continuaron hasta uno de los pozos, de más o menos cinco metros de diámetro, apenas distinguible por la vegetación.

    -Aprovecharemos esta entrada... que abrieron hace como veinte años nuestros amigos norteamericanos... -dijo el doctor Peña.

    Uno a uno, los huevos conscientes fueron descendiendo. Al principio, sólo se veían envueltos por paredes oscuras y circulares. Hasta que en determinado momento, comenzó a percibirse un intenso resplandor rojizo-violáceo, desde abajo.

    -Estamos llegando a la litósfera...- exclamó Umbidez.

    -Así es como la llaman los científicos terrestres... Quienes denominan a las capas terrestres de este modo: Corteza (continental y oceánica), Litósfera (Continental y oceánica), Manto (Superior e inferior), Astenosfera Núcleo (interno y externo), Mesósfera, Endósfera (núcleo interno y externo). Nosotros podremos visitar únicamente a la primera... esta, la litósfera... unos 400 kilómetros de espesor, aproximadamente... más abajo, la temperatura nos sería imposible de contrarrestar, con ninguna protección conocida, al menos para nosotros...



        A medida que iban introduciéndose en el inmenso espacio llano que se abrió ante sus ojos luego de atravesar un portal gigante, descubrieron que el resplandor rojizo que había captado mientras descendían era sólo parte de la iluminación imperante en aquella región. Ondas suavísimas de color pintaban el espacio, constelado además por exquisitas formas de elementos diversos, respecto de los cuales resultaba imposible suponer cualidades o características, ya que se parecían en muy poco a cualquier forma conocida por la experiencia humana sobre la superficie de la Tierra.

    Algunas de aquellas formas semejaban rocas, aunque también podrían haber sido descriptos como simples globos de colores, rojos, verdes, azules, amarillos, irisados, de interminables matices que modificaban su aspecto acompañando su flotación, en una especie de atmósfera sin alguna frontera visible, donde al parecer se podía avanzar de manera infinita, sin encontrar algún tipo de referencia que sustituyera esa especie de vuelo suave, en un ámbito fluido, semejante al interior de una pecera gigantesca.

    Iban y venían seres ovoides, de tonos oscuros, prevaleciendo el gris azulado en ellos, varios de los cuales se detuvieron formando una herradura alrededor de los visitantes, después de un rato. Saúl los saludó, en su idioma, que Edith y Genaro, maravillados, pudieron comprender.

    -Ellos son los amigos que custodian el kerógeno, el petróleo, el gas natural y el carbón. Estos materiales contienen hidrocarburos que, mediante procesos como la polimerización, se transforman en largas cadenas moleculares: los polímeros.

    “De estos materiales, los humanos obtienen monómeros como etileno y propileno, que luego se usan para fabricar plásticos como el polietileno o el polipropileno.

    “Del gas, las industrias químicas obtienen etano y metano, con el producen monómeros base.

    “Aquí también hay yacimientos y formaciones gigantescas de carbón: insumo clave para la industria química, que sigue utilizándose en muchísimos procesos.

    “La química inventada por los humanos, transforma materias primas tan distintas en algo que forma parte de casi todo lo que se usa en las civilizaciones urbanizadas, hoy.

    “Pero aquí, tales elementos son igualmente esenciales para el mantenimiento, el desarrollo natural y la existencia misma de estos espacios naturales.

    “Pues bien... estos amigos se ocupan de cuidar y proteger en lo posible la destrucción introducida por agentes externos, de estas especies de lubricantes esenciales para el funcionamiento armónico de este espacio ecológico particular.”

    -¡Cómo la extracción de petróleo! -exclamó Genaro.

    -Así es... -contestó uno de los seres azulados-grisáceos que en aquel momento extraordinario dialogaban de un modo ameno con ellos. -Hace poco hubo intentos de establecer una plataforma petrolífera aquí arriba, justamente donde ahora estamos- expresó el ser. Edith y Genaro pudieron ver que su cuerpo oval cambiaba sutilmente de colores, a medida que hablaba, introduciendo matices naranja, bermellón, lapizlázuli…

    -Logramos impedirlo... -continuó el cuidador del kerógeno- con la ayuda de otras comunidades amigas, y el material mismo, que, como ustedes seguramente saben, no es algo inerte, sino igualmente posee conciencia propia.

    -¿Cómo lo lograron? -preguntó Edith.

    -Transformando la calidad de las muestras que ellos iban obteniendo para analizar... y contaminándolas de tal manera, con elementos rocosos, antígenos, polisacáridos, y otros elementos desconocidos por las especies que habitan la superficie de la tierra. En sus análisis, entonces, el kerógeno extraído de aquí resultaba ser inútil para sus fines industriales... así, luego de obstinarse por algún tiempo en repetir las extracciones en otros lugares cercanos, decidieron, finalmente abandonar sus propósitos. Al considerar que de Quimilí no podrían extraer jamás algún kerógeno o gases aptos para alguna utilidad humana. Declararon la zona de "baja calidad", y finalmente se fueron.

    Podríamos escribir un libro entero con las conversaciones que mantuvieron Edith, Genaro, Umbídez y Saúl con los numerosos seres que iban interpelando, con gran entusiasmo, a medida que avanzaban en aquel maravilloso paseo de características casi indescriptible. Seres sin parecido alguno con casi nada que se pudiera hallar en la superficie de la Tierra, por lo cual deberíamos elaborar un vademécum accesorio, pues no podía discernirse la presencia de rasgos, como bocas, ojos, orejas, o algún otro tipo de miembros que los humanos pudiéramos comparar con animales u otras criaturas terrestres.

    Nos limitaremos, pues, a transcribir una importante conversación que mantuvieron, Edith y Genaro, acerca de las relaciones, algo accidentadas, que a lo largo de millones de años, estos sistemas conscientes de vida natural subterránea fueron estableciendo, en algunas oportunidades, con la especie humana.

    -Conocemos a los humanos, aunque ellos no alcanzaron aún a conocernos a nosotros...-expresó con cierta tonalidad cuyos matices sonoros a Edith le recordaron de inmediato a un melancólico cello en la suite Nº 1 de Bach en Sol mayor. -Es que su aparición en el planeta fue bastante posterior a la de una gran parte de nosotros...

    -¿Desde qué tiempos ustedes forman parte de este planeta? ¿Y cuándo aparecieron los humanos?

    -Usted es humana, ya me lo dijeron... trataré de contestarle, entonces, en términos de valoración humanos...- contestó el ser estrellado, de gran tamaño, mucho mayor que los de sus visitantes, con su voz de violoncello.

    -Todos venimos del sol... -continuó- eso ustedes ya lo han establecido, aproximadamente... algunos de nosotros, lo hemos experimentado... Muchos millones de años después, fueron formándose sobre la superficie del globo, los seres que hasta hoy lo habitan.

    “Respecto de los humanos, hubo predecesores semejantes, desde más o menos de unos 300.000 años atrás... pero propiamente, con la constitución y formas conocidas por ustedes ahora, comenzaron a formarse, aproximadamente, hace unos 100.000 años.

    “Pronto, unos cincuenta mil años después, se habían organizado en ciudades muy pobladas, y habían evolucionado extraordinariamente.

    “Sintetizando, se desplegaron sobre todo el planeta de entonces, organizados en cuatro grandes razas: la Bermeja, la Sepia, la Ocre y la Azafrán. Se apoderaron del mundo y formaron grandes imperios.

    “La Bermeja, formó un gran imperio en lo que hoy llamamos América del Sur.

    “La Sepia gobernó el África.

    “La raza Ocre se organizó para controlar lo que hoy llamamos Oriente.

    “La raza Azafrán construyó un imperio muy poderoso en lo que hoy llamamos Europa y Occidente.

    “Hacia el año 20.000 antes de Cristo, aproximadamente, estalló una gran guerra. Que terminaría, luego de unos cinco años, con la destrucción absoluta de todas sus ciudades y exterminio prácticamente de toda la especie humana. Habían logrado construir armas tan poderosas, superiores incluso a las de hoy, que terminaron por pulverizar millones de edificios, extraordinariamente magníficos, sólidos, funcionales a las economías florecientes de esos tres imperios, sustentados por eficientes industrias diversificadas. No quedó nada.

    “Salvo pequeñas tribus... dispersas por diferentes lugares del planeta... cuyos descendientes, de cuarta o quinta generación, recomenzarían, en algunas partes a intentar nuevos proyectos de desarrollo social comunitario.”

    -¿Aquí quedó algo? -preguntó Genaro.

    -Sí. Aquí quedaron algunos sobrevivientes ancianos del antiguo Imperio de las Planicies, desarrollado durante siglos por las razas bermejas. Aquellos sobrevivientes, traspasaron gran parte de lo que sabían, en lo referente a Cultura, Religión y Filosofía, a los Sanavirones y Tonocotés. Porque eran las comunidades aborígenes más pacíficas que existían, un tanto alejados de la Civilización, en aquel entonces.

    -¿Y en el resto del planeta?

    -Los Atlantes, de la raza azafrán, transmitieron muchos de sus conocimientos a hechiceros de algunas derivaciones, entonces muy salvajes, de sus etnias, como los anglos, germanos, sajones y otros que por entonces merodeaban cazando grandes animales y alimentándose con carne cruda.

    “Los sobrevivientes de la raza sepia transmitieron sus saberes a los Amhara, parientes de los Tigray. Sobrevivían en el norte del macizo etíope, en la Región de Amhara. Bajo su dominio sobrevivían los tigray, los afar, los oromo , los benishangul, los gumuz, los gurage y los habesha, pueblos abisinios por entonces muy primitivos.

    “Los restos de las razas Ocre transmitieron los rudimentos de sus culturas a indoarios del norte de la India y los pueblos dravídicos, de la provincia de Baluchistán, cuyas emanaciones llegarían hasta los indoarios del Tíbet.

    “Por todas partes quedaron hilachas conceptuales, entonces. Tradiciones, métodos de pensamiento... mayormente abstractos... De sus construcciones, equipos industriales, armas o inmensas instalaciones, que habían llegado a asombrar a los humanos de entonces, nada... sólo cenizas y basura contaminante. Salvo unos pocos objetos, utensilios, pequeñas obras de arte, decoraciones, algunos libros incompletos, con los bordes de sus hojas chamuscados.”

    -¿Y por qué hicieron esto? ¡Parece una locura! -exclamó, sin poder contenerse, Edith.

    -Me gustaría saber por qué lo hicieron -contesto la gigantesca estrella, semejante a una asteroida, de nuestros mares- ...sabemos que los humanos, como todas las especies que habitamos el planeta Tierra, existimos principalmente para un propósito: amar y cuidar a nuestro hábitat natural... Y luego, desarrollarnos razonablemente y convivir armónicamente con nuestros semejantes y el resto de la Naturaleza... Por alguna razón, muchos humanos parecen no poder comprender esto, en apariencia tan sencillo. Debido a lo cual, terminan destruyéndose, unos a los otros.

    Conversaron con aquel ser y otros que iban encontrando en su recorrida, sobre varios temas. Luego de lo cual, Saúl, Umbídez, Edith y Genaro, emprendieron su regreso a la superficie.

    Llegaron al gran galpón de donde habían partido, como a las nueve de la noche. Allí, luego de pasar nuevamente por el acelerador de partículas invisible, recuperaron sus formas humanas. Para volver, tranquilamente, a la casa familiar. Donde los esperaban Esteban Taccuny, y Lira Diósquez, con sus hijitas e hijito.

    Luego de bañarse y cambiar sus ropas, cenaron. Para retirarse, poco más tarde, a sus aposentos y descansar. Ya que, al día siguiente, debían ir a la Casa Comunitaria Parroquial. Pues habían sido invitados, por el párroco, a participar en una reunión ecuménica.


* Los pilagás son un pueblo indígena, que originalmente ocupaban regiones del centro en la provincia de Formosa y otros espacios del Gran Chaco Argentino. Emparentados con los tobas, en el siglo XXI se registran unos 2000 sobrevivientes. Conservan su idioma, junto con el español.​ Escriben el pilagá con un alfabeto latino de 4 vocales y 19 consonantes. Han podido conservar gran parte de su cultura autóctona. Son de estatura alta y complexión fuerte. Antiguamente fueron cazadores y recolectores. Entre los frutos que recolectaban estaban los del algarrobo, chañar, mistol, tuna y del molle.

***



    Luego de desayunar, como a las 9:45 salieron con el propósito de concurrir a la conferencia en la Casa Parroquial. Umbídez ingresó al garage para sacar el auto. Pero no arrancó. No hacía frío, así que supusieron que se había echado a perder. Luego de varios intentos fallidos de Umbídez para encender el motor, decidieron ir caminando. No era tan lejos. Unas veinte cuadras. Pero llegaron tarde.

    El gran salón estaba concurrido, por unas cincuenta personas, calculó Genaro. Entraron en puntas de pie, tratando de pasar desapercibidos y ubicarse en las últimas filas, donde aún quedaban sillas desocupadas. El sacerdote católico, sin ningún púlpito, desde una silla al costado de la habitación, hablaba.

    -Para un pobre, comer todos los días es un milagro -decía el padre Francisco Dubróvich. -Por eso Jesús, que era Dios encarnado, cuando visitó el mundo se dirigió, en primer lugar, a los pobres. Ya que estos comprenderían, con mucha más facilidad, su mensaje: el de que cada pan que nos alimenta cada día, es su cuerpo. Y cada vaso de agua, vino, limonada o jugo de frutas que nos da frescura y lubricación para nuestro organismo interno, es su sangre.

    Luego de referirse a este concepto desarrollándolo en varios aspectos prácticos, el disertante anunció que finalizaría con la narración de una vida, la de un santo católico ejemplar. Como una manera de estimular a todas y todos los concurrentes a esforzarse por alcanzar, en sus existencias cotidianas, vidas provechosas y útiles para sus prójimos. El único camino para obtener, además, el Reino de Los Cielos. Que se va construyendo, poco a poco, en nuestras sociedades humanas, pero que, esencialmente, debe ser una construcción interior.

    A continuación, reproduciremos íntegramente el pasaje final de su conferencia:

    -Pedro Claver era un catalán nacido en 1580. En su adolescencia decidió unirse a los jesuitas y ser misionero en América del Sur. Llegó a Cartagena en 1610, todavía como novicio. Cinco años más antes fue ordenado sacerdote católico. Su profesión final, en 1622, fue con este voto: Petrus Claver, aethiopum siempre servis (Pedro Claver, por siempre esclavo de los negros).

    “Desde entonces, el joven padre Claver se dedicó a recibirlos desde el momento mismo en que llegaban a Cartagena. Hacinados en las bodegas pestilentes de los barcos negreros, aquellos pobres secuestrados padecían durante uno o dos meses un viaje horrendo. Los traficantes de esclavos -ingleses, holandeses o portugueses- los amontonaban hasta el límite de lo imposible. La comida que se les daba era el mínimo para mantenerlos vivos. El hedor de sus excrementos era tal que cuando los barcos se acercaban al puerto la fetidez solía sentirse desde la distancia.

    “Claver trataba de comunicarse con ellos por medio de señas, pero entre el terror de las pobres víctimas y sus idiomas desconocidos, el sacerdote salía muchas veces frustrado pues no lograba algún tipo de diálogo real. Entonces se le ocurrió pedir a algunos españoles católicos, amos de esclavos, que le prestaran sus sirvientes hispanohablantes, como auxiliares e intérpretes. No tuvo éxito. Los amos no estaban dispuestos a perder el tiempo laboral de sus esclavos acompañando a curas en acciones humanitarias y evangélicas.

    “Tras mucho insistir ante sus superiores, Pedro Claver consiguió que su monasterio comprara algunos esclavos. Para utilizarlos únicamente con ese propósito. Esto pronto le trajo conflictos con sus hermanos de religión, pues algunos insistían en tratar a los esclavos como tales, y requerir de ellos servicio personal. Mientras Claver los trataba como a iguales, rogando a los demás jesuitas que respetaran y amaran a los intérpretes, con quienes convivían. Pronto estos traductores se volvieron fieles acompañantes y amigos del misionero.

    “Cuando llegaba un barco, Claver y sus intérpretes iban adonde estaban los esclavos. A veces podían visitarlos en las bodegas mismas de los navíos. Pero casi siempre tenían que esperar a que estuvieran en los barracones donde se les colocaba a fin de prepararlos para el mercado. En estas cárceles, el único alivio para los esclavos africanos era que había más espacio que en los barcos. Y se les empezaba a dar comida mejor, con el propósito de poder venderlos a mayor precio. Aunque, aún allí, eran muchos los que se morían, martirizados por los castigos y privaciones del viaje o por enfermedades. Muchas veces Claver y sus traductores negros entraban en aquellos barracones y encontraban varios muertos tirados en el suelo, completamente desnudos, como todos los demás, pero cubiertos de moscas.

    “A tales infiernos los misioneros llevaban frutas y ropas. Se dirigían primero a los más débiles y enfermos, y después al resto. Cuando alguno estaba en malas condiciones de salud, el propio Claver o alguno de sus intérpretes lo cargaban hasta un hospital cercano, que habían hecho construir para los esclavos enfermos. Con los demás se comenzaba de inmediato la obra de evangelización y bautismo, que tenía que ser rápida, pues pronto la mayoría de ellos partiría hacia las plantaciones de sus nuevos amos. Y por largo tiempo no tendrían ocasión de escuchar la predicación cristiana.

    “Puesto que los esclavos llegaban sedientos porque en la travesía se les daba poquísima agua, Claver les daba de beber hasta saciarse. Así como alguna fruta o un trozo de carne con pan. Luego, les explicaba que el agua del bautismo y el bautismo, satisfacían las ansias del alma, del mismo modo que comer y beber satisfacían las necesidades del cuerpo. Separados en grupos, según las lenguas que cada cual entendía, Claver se sentaba entre ellos, le daba la única silla al intérprete, quien se colocaba en el centro del grupo y así enseñaba los principios de la fe cristiana. A veces les decía que, como la serpiente cambia la piel, así era necesario cambiar de creencias al ser bautizado. Otras veces, para explicarles la doctrina de la Trinidad tomaba un pañuelo, lo doblaba de tal modo que se vieran tres pliegues, y después mostraba que se trataba de un solo lienzo. De ese modo, el jesuita Pedro Claver bautizó a trescientos mil esclavos durante su ministerio en Cartagena.

    “Pero aquella no era toda la obra del misionero, que seguía ocupándose de los esclavos después de su bautismo. Puesto que la lepra era enfermedad común entre ellos, y cuando alguno la contraía su amo sencillamente lo echaba a la calle, Claver fundó una leprosería. en la que pasaba buena parte de su tiempo cuando no había barcos recién llegados. Allí lo vieron repetidamente sus compañeros, abrazado a algún esclavo leproso a quien nadie osaba acercarse, tratando de darle consuelo en medio de su soledad.

    “En aquellos tiempos, hubo tres grandes epidemias de viruela en Cartagena: durante todas ellas fray Pedro Claver se dedicó a limpiar las llagas de los enfermos negros, de quienes nadie más quería saber nada. Aunque sus superiores, repetidamente, lo acusaban de ser imprudente, el santo misionero sabía los límites a que podía llegar sin que su ministerio fuera aplastado por los blancos. Nunca atacó a los blancos, ni dijo que la iglesia debía condenarlos. Pero cuando caminaba por la calle únicamente saludaba a los negros. Y a aquellos de entre los blancos que apoyaban su obra. Cuando alguna rica señorona venía a pedirle que la confesara, Claver sencillamente respondía que había muchísimos confesores disponibles para los españoles. Mientras él debía dedicar todo su tiempo a los esclavos, a quienes ningún sacerdote quería confesar. Cuando escuchaba confesiones, y terminaba con los esclavos, daba preferencia a los pobres, y luego a los niños. Quizá con esa conducta lo que buscaba era no tener que condenar abiertamente la vida

    “Entre los esclavos de Cartagena, y especialmente las esclavas, Claver encontró fieles discípulos y ayudantes. La esclava Margarita, con la anuencia de su dueña, doña Isabel de Urbina, que apoyaba la labor de Claver, preparaba los banquetes que el misionero daba en honor de los leprosos y mendigos de Cartagena, en ocasión de las grandes festividades eclesiásticas. Otras se dedicaban a enterrar a los esclavos muertos, de los que nadie se ocupaba. Otras visitaban a los enfermos, recogían frutas y ropas para los necesitados.

    “Mientras tanto, inquietos por la opinión de los más ricos, que desconfiaban de Pedro Claver, sus superiores informaban a España que “el padre Claver era escaso de inteligencia, carente de prudencia, y casi incapaz de aprender la Teología Católica”.

    “Ya en la ancianidad, lo atacó una enfermedad paralizante, que por sus síntomas parece haber sido la que hoy se llama mal de Parkinson. Recluido en su celda monástica, raramente se le veía en la calle. Sus últimas tres salidas, espaciadas entre sí, fueron a la casa de doña Isabel de Urbina, donde vivía Margarita, a la leprosería y a un barco recién llegado cargado de esclavos. En esta última ocasión, no pudo más que mirar desde el muelle, mientras corrían sus lágrimas ante tanto dolor, que ya no podía aliviar.

    “Próxima la muerte del viejo misionero, los habitantes de la ciudad se percataron de que estaban a punto de perder un santo. Entonces se afanaban por ir a visitarlo en su lecho de enfermo, lo cual muchas veces le causó nuevas torturas. Todos querían llevar alguna reliquia o recuerdo, y despojaron su celda de cuanto había en ella. Ni siquiera su crucifijo le quedó al santo, pues cuando el Marqués de Mancera se antojó de él, el superior del convento le ordenó al enfermo que se lo entregara. Con todo, nadie le oyó pronunciar la más ligera queja, ni siquiera solicitar comodidad alguna. Murió en la mañana del 5 de septiembre de 1654. Más de doscientos años después fue declarado santo por nuestra Iglesia.” *

    Cuando terminó la conferencia, los concurrentes fueron a un patio con largos tablones cubiertos por manteles blancos. Allí, se sirvió un almuerzo comunitario, gratuito. Financiado por algunos generosos empresarios locales. Ya que la mayor parte de los participantes en aquel concilio, eran hacheros, obreros rurales, pequeños comerciantes y otras mujeres, hombres, con algunos niños, mayormente pobres.

    Luego de aquel agradable almuerzo, donde departieron alegremente con los quimilenses, incluyendo el padre Dubróvich, Edith, Genaro, Saúl y Umbídez, regresaron a la casa familiar. Donde los esperaba Esteban, con el automóvil ya arreglado.

    -No era nada grave-, aseguró con una sonrisa. -Sólo la bujía, empastada... se la cambié por una nueva... ya que, además, estaba deforme, muy gastada...

    Aquello iba a ser motivo para algunas cargadas al propietario del vehículo, durante el camino de regreso a Santiago del Estero. Que emprenderían enseguida.


* Historia del cristianismo. Tomo 2. Desde la era de la reforma hasta la era inconclusa. Justo L. González. Editorial Unilit Miami, FL. USA. 1994.



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