Capítulo 44

 Capítulo 19

Juan Felipe Ibarra, orillando el Misky Mayu.

    Juan Felipe Ibarra se había bañado dos veces ya, durante ese día. Eran recién las nueve y media. De aquel lunes 29 de febrero, en 1827. Claro, él se había levantado, como siempre, a las cinco de la mañana. Luego de tomar mate con miel, tranquilamente, mientras el sol ascendía de un modo paulatino tras el Misky Mayu, desde el patio de su casa en la calle principal de Santiago del Estero, comenzó a repasar de memoria sus obligaciones como gobernador para ese día.

    Después había jugado un rato sobre su caballo, galopando hasta el río de ida y vuelta, con cuatro perros que lo seguían, por detrás y a los cuales desconcertaba girando súbitamente a gran velocidad para internarse en el bosque. Hasta que lo hallaban. Entonces el ejercicio se reiniciaba: Juan Felipe -por entonces de cuarenta años-, se lanzaba sobre su agilísimo caballo blanco de regreso (no era muy lejos, unos mil doscientos metros, hasta el Río Dulce, en quichua Misky Mayu).

    Juan Felipe Ibarra era un hombre agraciado. Blanco, de ojos verde oscuro, frente amplia, cabello castaño suavemente ondulado. No había en su cuerpo, de mediana estatura, ni un solo gramo de grasa. Se había criado, desde sus cuatro o cinco años, efectuando todas las tareas rudas de los gauchos santiagueños, tanto entre sus animales -vacas, ovejas, cabras, llamas, aves de corral, que en los amplísimos campos familiares sistemáticamente se alimentaban, separados en corrales e instalaciones adecuadas construidas totalmente con las manos. Jugaba carreras con los indios, que eran especialistas en correr descalzos. A veces ganaba, aunque no era fácil competir con aquellos tonocotés, quienes habían heredado siglos de tradición olímpica, tanto en carreras de a pie como en partidos de pelota, deporte inventado por los mayas, unos dos mil años atrás, y heredados por casi todas las etnias sudamericanas.

    A los trece años, ya huérfano de padre, fue enviado por sus tíos sacerdotes -quienes le habían enseñado desde su infancia a leer, escribir y efectuar las principales operaciones matemáticas- al Colegio de Monserrat, en Córdoba. Donde permanecería apenas tres años. Pues lo sintió como una verdadera cárcel: habitaciones estrechas y oscuras, abstención absoluta de ejercicios físicos, horas y horas en bibliotecas conventuales sacando y poniendo libracos de hojas amarillentas, para estudiar doctrinas tan arduas como la Summa Theológica de Santo Tomás de Aquino. Considerado un alumno insumiso y poco dispuesto a las letras o la filosofía, fue devuelto, entonces, a su familia. Con calificaciones “regulares”.

    Como se sabe, los españoles, desde sus primeros asentamientos en Santiago, desde 1550, no habían podido conquistar más allá de la frontera de Abipones, hacia el Este. Quedando un inmenso “hueco” geográfico, desde un punto de vista de los conquistadores, generalmente denominado El Gran Chaco. Desde allí partían, sistemáticamente, ataques muy difíciles de resistir, por parte de aborígenes extraordinariamente eficaces, quienes no sólo habían aprendido algunas tácticas militares de los españoles, sino, además, terminaron incorporando el caballo. Dándole a veces, mejores usos que los españoles y criollos. Juan Felipe Ibarra se dedicó, pues, desde su abandono de los anhelos de sus tíos, quienes querían hacerlo cura, a organizar comandos de indígenas civilizados, con el propósito, principalmente, de contener las oleadas de ataques chaqueños. En aquella función se volvió ducho en tácticas y estrategias de combate. Debido a lo cual obtuvo el grado de sargento, para comandar uno de los cuatro escuadrones enviados a Buenos Aires en 1806, para auxiliar al Ejército Virreinal contra la primera invasión inglesa.

    La posterior carrera militar de Juan Felipe Ibarra continuaría durante la Guerra de la Independencia con su participación en el Ejército del Norte, donde protagonizó numerosas batallas, siendo distinguido en varias ocasiones por su valentía y capacidad bélica, obteniendo el grado de capitán. Desde entonces nunca dejaría de combatir, hasta alcanzar, por sus méritos, la dignidad más alta: Brigadier General.

    Aquella mañana calurosa de 1827, Ibarra se había vestido con ropa fina para recibir a los ilustres visitantes que llegarían a su despacho hacia las 10. Les había hecho avisar la tarde anterior, cuando llegaron, que a esa hora los recibiría.

    Eligió el mejor pantalón gaucho -que por entonces algunos llamaban “calzoncillo”, pues al viajar sobre un caballo solía recubrírselo con un chiripá, especie de acolchado aislante, en forma de bombachón, fijado a la cintura con anchos cinturones de cuero, a su vez ornamentados por monedas de plata u otros metales, denominados “rastra”: los habían heredado de los jesuitas. Como detalle, aquellos calzoncillos gauchos presentaban sus bocamangas anchas ornamentadas con imágenes, primorosamente bordadas a mano por su amiga íntima: Cipriana Carol. A quien Juan Felipe Amaba. Festoneadas, también, por ella, eran las pantuflas tipo alpargatas de yute que, dejando los dedos de los pies fuera, constituían el mejor calzado posible para disfrutar cómodamente aquellos días tan cálidos de Santiago, donde las temperaturas solían ascender a más de cuarenta grados centígrados cerca del mediodía. Arriba, una camisa blanca de seda, elaboración de las mejores teleras de Matará, con una Estrella Roja sobre el bolsillo izquierdo, en el pecho. A la altura del corazón. Como detalle humorístico -no desprovisto de advertencia simbólica- Juan Felipe tomó un liviano pañuelo de satén, rojo. Lo plegó en tres partes, y luego de aplicárselo a la frente, se lo ajustó con un nudo, sobre la nuca.

Centro de Santiago del Estero
    Aún no había terminado de acondicionarse, cuando su asistente, Juan Cruz Garro, le avisó que los emisarios de Rivadavia habían llegado.

    -Hacelos pasar al despacho -indicó.

    Unos veinte minutos después, luego de releer algunos de los puntos de la Constitución Nacional que los delegados de Buenos Aires pretendía que todos los gobernadores de provincias firmaran, se dirigió hacia su oficina, por un ancho pasillo de la casona donde vivía, a dos cuadras y media de la plaza principal.

     Apenas abrir las puertas dobles los vio, sentados sobre las butacas de algarrobo rústico a los costados de su escritorio. Dos de cada lado. Cuatro petimetres emperifollados, ¡de levita, bajo 40 grados!, con sus galeras en las manos. Sus perfumes densos le provocaron repugnacia, al avanzar los siete metros que lo separaban de ellos. Trató de evitar algún gesto hostil y saludó, sin detenerse:

    -¡Buenos días, señores! Espero que os sintáis cómodos, en nuestra modesta casa.

    -¡Sííí! -cacarearon los cuatro, a coro, mientras se incorporaban, como impulsados por un resorte.

    Ibarra ignoró la mano lánguida que tímidamente colgó hacia delante el emisario, Tezanos Pinto. Un jovencito amarillento de pelo oscuro, ondulado. Simplemente rodeó su escritorio, para sentarse tras él, luego de lo cual expresó:

    -Muy bien. Los escucho.

    La exposición de Tezanos Pinto, por medio de la cual el abogado de Rivadavia pretendió demostrar la imperiosa necesidad de acordar una Carta Magna que unificara al país, ante la intensa guerra con el Brasil, que Buenos Aires había declarado, reclamando la restitución de La Banda Oriental (Montevideo) a las Provincias Unidas del Río de La Plata, duró aproximadamente una media hora. Juan Felipe Ibarra, que había permanecido durante todo aquel tiempo callado, habló por fin. Escuetamente, dijo:

    -No firmaré esta constitución. Que intenta sujetarnos a un poder central impuesto. Mientras acosa a nuestras provincias con recortes fiscales y mercenarios, como Araoz de Lamadrid o José María Paz. O el mercenario colombiano Matute, con sus bandas de criminales, armados por Inglaterra. Sí enviaré, en cambio, refuerzos militares, de la provincia de Santiago del Estero, para defender nuestros intereses nacionales contra Brasil.

    “Eso es todo. Pueden retirarse, señores, si me conceden esa gracia. Debo recibir a otras personas, esta mañana.

    Demudados, mojados de transpiración bajo sus sacos, chalecos, tiradores, un tanto asfixiados por gruesos corbatones al cuello, camisas mangas largas, pantalones, medias, relucientes botines puntiagudos, negros, recogieron sus portafolios, y se retiraron.

    Antes de salir de la gran Casa de Gobierno, entregaron un ejemplar impreso de la Constitución de la República Argentina, solicitando un recibo, que obtuvieron. No estaban lejos de la casa que les había prestado el cura Del Corro para alojarse, pero igualmente habían venido en el carruaje que los trajera desde Jujuy. Su conductor, que se había refugiado bajo la sombra de un árbol, vestido de etiqueta, lo mismo que ellos, tenía la pechera de su camisa empapada por la transpiración, bajo el jaquet negro. Sobre su rostro oscuro, una pátina húmeda de aquella misma emanación sudorífica, lo abrillantaba; su grueso bigote negro, asimismo, lucía perlado de gotas.

    Ya en sus habitaciones, en calzoncillos -pero no criollos, sino braies franceses, de lino marfil, cortos, hasta poco antes de la rodilla, cintura con cordón, ojales en las caderas con cordones a punta de chausses, se despacharon con todo tipo de calificativos irrepetibles contra el caudillo santiagueño. Estaban aún euforizados con aquella catarsis, cuando les golpearon la puerta. Era el conductor de su diligencia. Con una bolsa de arpillera en la mano. Adentro, estaba el ejemplar de la Constitución que hace poco más de una hora habían depositado en la Mesa de Entrada de Casa de Gobierno. Y un sobre sin cerrar. En su interior, tenía un papel blanco, tamaño carta, con una sola inscripción, a mano, trazada con tinta negra:

    Tienen 24 horas para abandonar la provincia de Santiago del Estero.

    Decía. Nada más.

    Apenas llegado a su zona de confort en Jujuy, Tezanos Pinto escribió un informe detallado al congreso de la Nación y al Presidente Rivadavia -ambas instituciones recién inventadas por el Partido Unitario-, en la cual se quejaba amargamente de la barbarie de “estos pueblos groseros y atrasados, a los cuales iba a ser muy difícil civilizar”. Entre otras numerosas disquisiciones, iniciaba la descripción de su experiencia en Santiago del Estero con la siguiente frase:

    “...el diputado que suscribe no pudo menos que llenarse de la mayor sorpresa al ver al señor gobernador de Santiago del Estero en un traje semisalvaje inapropiado para las circunstancias, tomado de propósito para poner en ridículo al Soberano Congreso en la persona del comisionado... una forma que choca con el pudor y la decencia, en calzoncillos, con la camisa abierta y una vincha en la cabeza....”

    Aquel mes de febrero de 1827 el incidente con Ibarra iba a ser motivo de numerosos comentarios en los más grandes periódicos, La Gaceta de Buenos Aires y El Redactor de la Asamblea.


José Miguel Carrera, Estanislao López y Pancho Ramírez.

    -¿Quién era este joven abogado, Manuel Tezanos Pinto, de apenas 29 años por entonces? -preguntó retóricamente Edith Saganias, ante un grupo de 35 alumnos de la Escuela Nocturna para Adultos, que funcionaba por las tardes en el Colegio del Centenario.

    -Hijo de Manuel Tezanos, un español inmigrante, cuyos padres habían podido criarlo hasta los 16 años y, con ayuda de algunos curas, educarlo de un modo elemental para que pudiera desempeñarse en actividades comerciales. Pero ya no podían alimentarlo, en el pueblecito paupérrimo de Los Tojos. Por ello decidieron enviarlo con su tío, Joaquín Pinto, hermano de su madre, quien sí había hecho fortuna en Buenos Aires y no había podido tener hijos varones.

    “Así, el niño rápidamente escaló posiciones hasta llegar, a los veinte años, a ser designado por el próspero comerciante y contrabandista de Buenos Aires, como encargado de una sucursal que la Casa Pinto, cuyo rubro principal era la venta de Yerba Mate y Sebo, instalaría en Potosí.

    “En 1790, la ciudad de Potosí pertenecía al Virreinato del Río de la Plata, creado en 1776 por la Corona española. Este virreinato incluía territorios que hoy forman parte de Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay, y fue establecido para mejorar el control administrativo y económico de la región, especialmente sobre los recursos mineros como los del Cerro Rico de Potosí.

    “Potosí fue una de las ocho intendencias creadas por la Real Ordenanza de Intendentes de 1782, y su importancia económica seguía siendo enorme debido a la producción de plata.

    “El muy ambicioso Manuel no iba a detenerse allí, sin embargo, en su constante persecución de la riqueza material. Habiendo trabado relación con los comerciantes más adinerados del entonces próspero mercado de Bolivia, Perú, Salta, Jujuy y Chile, logró casarse con una rica heredera, Josefa Sánchez de Bustamante. Burlando a su tío Joaquín, que lo había acogido, permitiéndole su crecimiento económico, y ansiaba casarlo con su única hija.

    “De esta unión, que permitiría al otrora tinterillo inmigrante desvalido independizarse de su tío -salvo en su apellido, que había agregado a su nombre, firmando ahora, pomposamente Manuel Joaquín de Tezanos Pinto -obsérvese el de, que era uno de los recursos frecuentes entre la naciente clase media escaladora porteña, pues sugería un origen nobiliario.

    “Manuel (h), el futuro entrevistador de Ibarra, por cierto, fue criado ya con todas las comodidades, servidumbre incluida, instructores privados y estricta observancia de los modos y costumbres de las clases aristocráticas europeas, principalmente inglesas y francesas. Y alejado de cualquier tarea «subalterna», como las que de modo cotidiano, a veces durante jornadas que se prolongaban desde el amanecer hasta la oración, se solían llevar a cabo en las estancias, u otros ámbitos, donde solamente «debían utilizarse indios, negros y gauchos». En la burbuja social urbana que habían logrado establecer ya aquellas pequeñas burguesías parasitarias, entre las cual destacaban los Sánchez de Bustamante y los Uriburu -de vasta proyección depredadora en el futuro de la Argentina, hasta hoy, década de 1930, en que proveyeron un militar dictador que empujó hacia atrás los derechos conquistados por las clases medias y trabajadores durante más de cuarenta años- se agregarían con entusiasmo, ahora, los Tezanos Pinto. O “de” Tezanos Pinto, como gustan llamarse ellos.

    “De esta familia, pues, surgió el petulante abogado que pretendió humillar al gobernador legítimo de Santiago del Estero, el brigadier Juan Felipe Ibarra. En el inicio de un proceso constante y muy lamentable de gravísimos desencuentros. Que había emergido apenas comenzar la Guerra de Independencia, hacia 1813. Y a todo lo largo de ella, dividiendo así de un modo permanente a los sudamericanos.

    “Uno de los picos iniciales del sangriento conflicto fue la toma de Buenos Aires, por parte de los generales Francisco Ramírez, Estanislao López y José Miguel Carrera. Quienes, luego de derrotar a las tropas porteñas.

    “Las fuerzas de Buenos Aires, comandadas por el Director Supremo, José Rondeau, seguido en el mando por el general Juan Ramón Balcarce, fueron derrotadas en la Cañada de Cepeda, cerca de Arroyo del Medio, por los ejércitos del Interior, comandadas por el gobernador entrerriano Francisco Ramírez, el gobernador de Santa Fe, Estanislao López y el general José Miguel Carrera. Criollo que había sido el primer presidente de la República de Chile, expulsando a los españoles. Tácticamente derrotado en su país por una fuerte contraofensiva realista, se había refugiado en la futura Argentina. Uniéndose a las fuerzas políticas que defendían el Federalismo. Esto sucedió el 1º de febrero de 1820. Luego de lo cual los porteños firmaron un armisticio, cuyas condiciones, más tarde no cumplieron. Desatándose por ello, nuevamente, la Guerra Civil, de un modo simultáneo, incluso, con la guerra que el general San Martín efectuaba, en nombre todos los habitantes de nuestra nación, contra el Imperio Español.

    “¿Se va comprendiendo todo”, preguntó Edith Saganías a sus alumnos, mayoritariamente varones, aunque también concurrían siete mujeres, todas mayores de cuarenta años.

    -Sí señorita -dijo un muchacho moreno, como de veinticinco años... si puede hablar un poco más lento, mejor, porque voy tomando nota de todo...

    -Bueno, Fabián... trataré de ralentizar mi narración.

    “Ahora veamos quién era Rivadavia... el jefe de los Tezanos Pinto.

    “Bernardino Rivadavia fue quien, en 1824, como ministro de Gobierno de Buenos Aires, y luego, desde 1826, cuando inventó para sí mismo el cargo de Presidente de la República Argentina, dictando la primera Constitución... creó, también la Deuda Externa. La misma que nos tiene atenazados hasta hoy, 1937, en una crisis económica permanente. Por la cual seguimos pagando intereses usurarios, mientras aceptamos imposiciones políticas del imperio inglés. Que obliga a todos nuestros gobiernos a priorizar los pagos a bancos británicos, en lugar de construir hospitales, rutas, escuelas, impulsar industrias, o sencillamente mejorar las condiciones de vida de nuestras inmensas mayorías, que permanecen bajo una eterna pobreza. Mientras de sus míseros salarios se extraen porcentajes, que van a engrosar la recaudación manejada por un pequeño grupo de millonarios en Buenos Aires.

    “El primero de julio de 1824 -continuó Edith- se contrajo con el Banco Baring Brothers un empréstito por un millón de libras esterlinas. Los prestamistas descontaron de ese total, el 15%, por el supuesto servicio de «colocación»: 150.000 libras. De ellas, un consorcio, integrado por miembros de la naciente oligarquía porteña y por gerentes ingleses, se llevarían 120.000 libras: en carácter de «comisión». Los 30.000 restantes fueron para la Baring.

    “Ese «empréstito» argentino de 1824 no fue el único de su tipo en Latinoamérica:

    “En 1822, Colombia había negociado un préstamo de 2 millones de libras esterlinas desde Inglaterra. Ese mismo año, Chile recibió un crédito por 200.000 libras. El reino de Poyais -país ficticio, inventado por el estafador Gregor McGregor, «en la Costa de Mosquitos», supuestamente ubicada entre Nicaragua y Honduras- consiguió «ayudas» por 200.000 libras esterlinas (2,4 millones de dólares estadounidenses de ahora). * Perú fue comprometido con un empréstito por 1.200.000 libras. México también tomó un crédito de este tipo en 1824. Y Colombia obtuvo enseguida un segundo crédito. Entre 1822 y 1826, las antiguas colonias españolas se endeudaron con Londres por la suma de 20.978.000 libras. Que, habiendo Inglaterra descontado una serie de quitas por gestiones, cláusulas de resguardo e intereses anticipados, desembolsaría una suma real de sólo 7.000.000 de libras.

    “Rivadavia con el dinero recibido creó un Banco Nacional. Que se dedicaría principalmente a otorgar préstamos a grandes comerciantes porteños. Quienes invertirían en el crecimiento de sus propias estancias. Y su expansión, protegida también por el presidente con una ley, llamada de enfiteusis, a través de la cual facilitaba la adquisición de tierras públicas a muy bajos precios por parte de los estancieros.

    “Simultáneamente, Bernardino Rivadavia multiplicó sus negocios personales, con empresas inglesas, de las cuales se había hecho hombre de confianza durante los siete años que permaneciera exiliado en Europa, debido a su fracaso como Secretario del Primer Triunvirato. De donde volvería triunfal. Para asumir la primera presidencia de la República Argentina, creada por él, y a la vez fundar la empresa River Plate Mining Association, con un capital nominal de 1.000.000 de libras esterlinas, aportado por el banco inglés Hullet Brothers. La cual obtuvo un cierto éxito inicial que se debió, sobre todo, a una “burbuja financiera”, llamada a estallar poco después. El desarrollo de su iniciativa minera, tenía por objetivo conseguir metales preciosos con que acuñar moneda. El Congreso, a iniciativa del presidente Rivadavia, otorgó la exclusividad de la acuñación de moneda en el país... a la River Plate Mining. Pero el gobernador de La Rioja, Facundo Quiroga, iba a llevar al fracaso aquella empresa privada de Rivadavia

    Una mujer canosa, como de cincuenta años, calculó Edith, había levantado la mano.

    -Sí. Dígame, Paula -se interrumpió Edith.

    -Yo quiero preguntar... -expresó la señora- ...porque nos han enseñado, que muchos próceres nobles y generosos, como San Martín y Belgrano, lucharon valientemente para tener una Patria Libre... ¿no podían ellos impedir que los de Buenos Aires estuvieran haciendo sus propios negocios, en vez de apoyar todos juntos la verdadera independencia de nuestras provincias?

    -No era fácil... San Martín, empeñado en la lucha contra los realistas, apenas terminó esta en 1821, tuvo que irse también al exilio... Belgrano, ya había muerto...

    -Mientras tanto, hacia 1827, exactamente cien años atrás, se iban conformando en la recientemente fundada República Argentina, dos tendencias políticas principales.

    “Una, la de los más ricos -aproximadamente un 2 por ciento de la población, casi todos concentrados en Buenos Aires-. Quienes tuvieron como articulador, principalmente, a Rivadavia, ya durante los primeros años del pronunciamiento de Mayo, en 1810. En que se formó el partido de los ricos, al cual pusieron como nombre Unitario.

    “Con aquella iniciativa, dejaron decididamente librada a la intemperie política al resto de la población. El 98 por ciento restante. Compuesto por las clases medias más pobres, los obreros industriales y los trabajadores rurales, los pequeños y medianos campesinos, principalmente del interior y la Provincia de Buenos Aires. De los cuales, más o menos un variable 50 por ciento se iba a adherir a diversas articulaciones federales. Así como padecería, sucesivamente, sanguinarias represalias, cuando sus representantes eran expulsados del poder. Durante las escasas oportunidades en que lograrían alcanzarlo.

    A esos dos bandos, hasta ahora inconciliables, pertenecían ya, embrionariamente, Tezanos Pinto y Juan Felipe Ibarra. El primero, al de los ricos: unitarios y dependientes de Inglaterra, en lo administrativo, discriminatorios y excluyentes en lo social, extranjerizantes, en lo cultural. Ibarra, en cambio, se constituía, desde sus inicios, en uno de los fundadores del Partido Federal. Independientes y desarrollistas en lo económico administrativo; soberanistas y patriotas en lo cultural, partidarios de la distribución equitativa de las riquezas, en lo social.


* Gregor MacGregor, el estafador que se inventó un país y vendió su deuda. La Información. Houston, USA. https://lainformacion.us/gregor-macgregor/

Comentarios

Entradas populares