Capítulo 47

 Capítulo 22

Imagen creada con chatGPT

    Un automóvil reluciente, aunque ya algo opacado por el polvo del camino, se detuvo frente al rancho de  la familia Ibáñez. Bajó un joven de traje impecable, a rayas, cuyo pelo estaba prolijamente fijado hacia atrás con gomina.

    -Soy el doctor  Pasquini -dijo a la mujer de mediana edad que salió a atender luego que hubiese golpeado fuertemente las manos. -¿Quién es el jefe municipal de este pueblo? ¿Dónde puedo encontrarlo?

    Tras su vehículo venía otro, una camioneta, desde cuya caja miraban a la mujer cuatro hombres armados con carabinas Winchester 71. Además del conductor y su acompañante, también mirándola con expresión adusta.

    -No hay intendente, ni jefe, aquí, don... nosotros solos nos gobernamos- contestó la señora...

    -¡Ah! ¿Y cómo se gobiernan? ¿No tienen juez de paz? ¿Comisario?

    -No señor...-reconoció la mujer.

    -¿Y quién les administra justicia, cuando se pelean?

    -Nosotros vivimos tranquilos señor... nunca nos peleamos... hace muy mucho que vivimos aquí, ya nos conocemos todos, somos como hermanos...

    -Ah-, repitió Pasquini-, entonces ustedes viven sin ley...

    La mujer no dijo nada.

    -Bueno, yo vengo a decirles que por fin ha llegado la ley a este paraje...-exclamó, con ceremoniosidad, el joven legista. - Esta propiedad ha sido adquirida por la empresa Germán Compagno y Asociados, Negocios Forestales e inmobiliarios. ¿Usted vive sola aquí? ¿No hay ningún hombre? Necesito que alguien responsable firme el recibo de la copia que les voy a dejar.

    -Sí hay hombre, señor... ¿quiere que lo llame?

    -Sí, llameló...-indicó el pisaverde.

    La mujer se introdujo en el rancho. Durante varios minutos, la inesperada delegación armada que al parecer dirigía quien había emplazado a la mujer campesina, permaneció allí inmóvil, los hombres -duros peones rurales, de tez curtida por el sol, taciturnos, hoscos, no se movieron de sus sillas sobre la camioneta descubierta, ni los dos hombres en la semipenumbra interior hicieron gesto alguno mientras duraba la espera. Sólo el petimetre urbano caminó un poco, de un lado a otro, observando con desaprobación el gran rancho que iniciaba aquella improvisada urbanización rural, sin que se viera otra vivienda semejante en las cercanías.  Sólo un espacio redondo, alisado evidentemente por el uso, un aljibe de adobe, y a su alrededor el bosque, cerrado, miles de tallos muy altos coronados por frondas espesas, impenetrables con la mirada.

    Por fin apareció alguien emergiendo  de la umbrosidad del rancho.

    -Buenas tardes... -saludó...- ¿Qué se les ofrece?

    -¿Su nombre, señor? -interrogó el abogado.

    -Ramón Ibánez-, contestó el hombre, como de 55 años. -¿Y el suyo?

    -Doctor Federico Pasquini. Del estudio Benetuzzi y Asociados, de la ciudad de Rosario. Vengo a intimarlos a que en un plazo de diez días abandonen esta propiedad. Usted y todos los habitantes ilegales de este pueblo. Porque el terreno que usurpan ha sido adquirido legítimamente por una empresa que aspira a poner pronto en producción a toda esta área rica en materia prima inexplotada.

    -¿Y quién les ha vendido esta tierra? -preguntó el campesino.

    -Aquí tiene- contestó el citadino, extendiendo una carpeta forrada con cuerina marrón. Ramón Ibáñez leyó, en la primera página:

    “...a través de este boleto de compraventa, el señor Rudecindo Sabasta, descendiente directo del propietario legítimo don Emerenciano Sabasta, transfiere la cantidad de 1200 (mil doscientas) hectáreas de tierra, en la provincia de Santiago del Estero, con todo lo que tuviera edificado, plantado, instalado...”

    -Esto no tiene valor... -dijo, serenamente, Ramón Ibáñez...-estos Sabastas sí vivían aquí, en la época de mis abuelos... pero se han ido hace muchos años... quién sabe dónde viven ahora...

    -Viven en Buenos Aires-, contestó el abogado.-Ellos han vendido, legalmente, esta propiedad a mis representados. Y ustedes deben abandonarla en un plazo de quince días. En caso contrario, serán expulsados por la fuerza pública.

    Ramón lo observó fijamente, sin perder la calma.

    -Muy bien- dijo luego. -Les voy a avisar a los demás pobladores...

    -¿Cuántos son? -quiso saber el trajeado.

    -Unas cincuenta, sesenta familias...

    -¿Tienen algún local, una plaza, o algo donde puedan reunirse?

    -Sí tenemos-, contestó Ibáñez.-

    -Bueno. Comuníquese con todos, reúnalos, si le parece, y nosotros volvemos mañana.

    -No, deje nomás... ya les voy  avisar a todos...

    -Entonces firme aquí.... estos tres ejemplares de la intimación... en todas las hojas...y aclare nombre y número de documento...   

    -Por ahora no voy a firmar...-contestó Ramón Ibáñez.-Nos reuniremos con los demás. De ahí, vamos a decidir qué hacer...

    -No queda más que aceptar y salir, señor-, aseguró el abogado.-Pero si usted se empeña en consultar con los otros, puede hacerlo, entonces... a lo mejor la empresa les da dos o tres días más para desalojar el territorio. Tome, aquí está la dirección de nuestro estudio jurídico. Cuando tenga la respuesta de todos, avísenos. Mande un telegrama, o llame por teléfono, si hay teléfonos en algún pueblo cercano a estas tierras, o vaya directamente a Rosario. Por ahora tendremos paciencia con ustedes. Queremos que se vayan por las buenas.

    -Muy bien. -contestó Ibáñez.

    -Pero no demoren en hacerlo: máximo, una semana... de otro modo, sepan que podemos ejecutar la acción por otros métodos -, amenazó. Luego de lo cual, subió a su automóvil, encendió el motor, y con un giro que levantó polvareda encaró de regreso a la ruta pública, seguido por la camioneta donde se habían mantenido rígidos y acechantes aquellos seis hombres armados.



***


    -¡Otra vez sopa! -exclamó Mariano Paz cuando Umbídez le describió la circunstancia por la que atravesaban los pobladores de Pago Lindo. Ramón Ibáñez lo había llamado por teléfono desde Selva, la noche anterior, para contarle la irrupción del abogadillo de la empresa Compagno con un grupo armado. -Y estos gringos, los Compagno… son insaciables… explotan miles de hectáreas en Santiago, Santa Fe, El Chaco, Formosa... pero quieren más... más... siempre más.

    -Ramón me preguntó si me parecía bien que se organizaran con hombres armados, para defender el territorio. Entre los hijos y nietos de las familias, cree que podrían reunir un pequeño ejército de poco más de cien hombres. Armados con escopetas, revólveres, garrotes, hachas... en fin... todo lo que se pudiera usar como armas... escopetas viejas, por supuesto, revólveres de sus abuelos, de la época de los trabucos... a estos tipos no los detienes con eso... me decía Ramón que todos tenían fusiles nuevos, el cree que Winchester, él último modelo, que había visto una vez en una revista Ahora que había llegado allí.

    -Claro. Sí. Los Compagno no van a armar a sus hombres con pistolitas de ceba -observó Paz.

    -Por cierto... le dije que no... que ni se le ocurra generar ningún tipo de incidente violento, en caso de que vuelvan... es lo que ellos quieren...

    -Por lo que vos me has contado, que son familias con largos años de haber habitado esa tierra, con animales y producción de alimentos propia y otros bienes ancestrales, lo mejor será iniciar ya mismo una denuncia en nuestro Juzgado Provincial, acogiéndonos a la figura de usucapión...

    -¿Usucapión? -se asombró Umbídez, sonriendo - ¡la palabreja!... ¿Qué significa?

    -La usucapión -explicó Mariano Paz -se refiere al proceso legal mediante el cual una persona adquiere la propiedad de un bien inmueble o mueble por haberlo poseído de manera continua, pacífica y pública durante un tiempo determinado establecido por la ley. Aquí, la tradición jurídica establece que una familia, o individuo, que haya ocupado un terreno, vivienda o instalaciones de cualquier tipo, manteniéndolos en buenas condiciones, obteniendo de ellos los beneficios básicos para la subsistencia o utilizándolos como medio de vida, adquiere derecho a ser propietario luego de veinte años.

    -¡Uh! Entonces los de Pago Lindo tienen sobrada usucapión... casi todos viven y producen lo necesario allí desde hace siglos...

    -Perfecto... -celebró el abogado-. Hoy mismo redactaré una denuncia ante el juzgado del doctor Casimiro Orieta, solicitando se ampare a los pobladores de Pago Lindo bajo la figura de la usucapión. Necesitaremos un mapa y la ubicación exacta de la propiedad, certificada por autoridad pública... y los nombres y documentos de al menos uno de sus pobladores... ¿podrás conseguir eso?

    -Sí -contestó Umbídez-: tengo los nombres y números de documentos de varios de los pobladores... Por el mapa, tampoco creo que haya problemas... enseguida se lo pediré al doctor Olmos Castro, director de Estadísticas y Censo de la Provincia y defensor de los derechos humanos de los campesinos y trabajadores... seguramente él me lo otorgará enseguida.

    -No es doctor...

    -¿Qué?-dijo Umbídez, sorprendido.

    -Que no es doctor... -repitió el abogado Mariano Paz-: Olmos Castro... creo que apenas tiene un título secundario... incluso, de esto, no estoy seguro...

    Umbídez puso cara de sorna decepcionada:

    -Mariano... me extraña de vos que des importancia a eso... ¡título universitario! Amalio Olmos Castro es uno de los tipos más educados, inteligente, lúcido, erudito, que entre los humanos he conocido en toda mi existencia hasta ahora... dotado, además, con una eficiencia práctica envidiable... y vos me sales con que no es doctor...

    El amigo de Umbídez simuló hurgar papeles abriendo un cajón de su escritorio, para disimular su sofoco.

    -Bueno, ché… lo decía en joda... sí, por cierto, Amalio es un tipo excepcional, extraordinario. Seguro que nos ayudará con esto, pues se trata de una causa noble.

    -Así es- aseguró Umbídez. Ahora mismo voy a verlo.

    Respecto de los estudios universitarios: sí creo que la Universidad es un instrumento importantísimo para el progreso intelectual de las personas, especialmente en lo técnico. Pero hay que considerar, con mucha atención, que ciertos humanos suelen venir con valiosos talentos, la consciencia de ellos, y la capacidad como para desarrollarlos y aplicarlos por sí mismos... como nuestro amigo.




* Para que se pueda aplicar la usucapión, es necesario que la posesión del bien sea pública, pacífica, ininterrumpida y de buena fe.

Una vez que se cumplan todos los requisitos legales, el poseedor adquiere la propiedad del bien y puede solicitar su inscripción en el registro de la propiedad.


***


    Quince días después,  se presentaron nuevamente en Pago Lindo el abogado de la Empresa Compagno y sus custodios -ahora dos camionetas con hombres portando armas largas. 

    El doctor  Pasquini ostentaba una indumentaria diferente, esta vez, supuestamente adecuada para circunstancias de acción directa: pantalones color ocre, de fajina, botas de caña larga, casi hasta las rodillas, camisa verde militar, sombrero de cuero -semejante al de los cowboys que solían verse en las películas de Hollywood.

    Ramón Ibáñez lo recibió con amabilidad, invitándolo a pasar a su modesto comedor para esperar un momento, hasta que convocase a los vecinos, anunció, pues ya habían decidido una posición colectiva, según le dijo. Para continuar en buenas relaciones con la empresa y el estudio jurídico demandante, sin necesidad de conflictos que, sin duda, ninguna de las dos partes anhelaba.

    Unos diez minutos después de que hiciera sonar una campana, desde el patio de su casa,  comenzaron a llegar numerosas personas. Jóvenes en bicicleta o a caballo, mujeres y niños en sulkys, ancianos junto a numerosas familias completas, en grandes carros cuadrados, tirados por mulas.

    -Ya tenemos un fallo-, comunicó Ramón, luego de una breve explicación de que esta se trataba de una reunión de “acuerdos” entre los ancestrales pobladores de Pago Lindo y la empresa que, según expresó, “había sido víctima de una estafa, por alguien residente en Buenos Aires”.

    -¿Qué fallo?- se sorprendió Pasquini.

    -El del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de Santiago del Estero. Que ha recibido la demanda de nuestro abogado, y nos ha otorgado la propiedad legítima de las 1200 hectáreas que nuestras familias dedicaron desde hace tantas décadas, que se pierden en el tiempo, para vivir, criar sus hijos e hijas, producir respetuosamente lo que la tierra nos permitía, sin contaminarla, y utilizar los bienes naturales que estos campos nos brindaron siempre.

    -¿Propiedad? ¿Tienen los papeles?

    -Aquí están -respondió Ramón Ibáñez, extrayendo de un cajón del aparador una carpeta negra, que entregó al abogado rosarino animándolo a explorar su contenido.

    Durante una media hora el joven examinó, página por página, párrafo por párrafo, el extenso texto -unas diez páginas tamaño oficio-, del documento judicial.

    -Esto no puede ser- reflexionó al fin... como para sí mismo. -No es legal... apelaremos...

    -¿A quién van a apelar? -retrucó el campesino. El Superior Tribunal de Justicia es la máxima autoridad de la provincia en Santiago del Estero.

    -A la Nación... apelaremos a la Suprema Corte de Justicia de la Nación...

    -Bueno... háganlo... si les parece...-musitó Ramón. -Y luego, en tono más bajo- ...pero no creo que tengan chanchitos...


***


    A medida que iba leyendo el fallo del Superior Tribunal de Justicia de Santiago del Estero, el cuerpo del abogadito rosarino se iba modificando, paulatinamente, como si algún ungüento atomizador lo estuviera corroyendo por dentro. De un torso erecto, una mandíbula desafiante, una mirada altanera, estaba pasando a hombros bajos, torso que se iba encorvando hacia delante de un modo indetenible, manos que parecían crisparse... pronto la posición corporal del doctor Pasquini fue la viva figura de la desolación.

    Cuando pudo articular alguna palabra dijo:

    -¿Tenemos copias de esto?

    -Esa copia es para usted... -le dijo Ramón Ibáñez -sólo nos tiene que firmar un recibo. Si es con sello, mejor.

    -Pero... -articuló el muchacho con voz insegura: - ¿por qué no buscamos algún acuerdo?

    -Qué acuerdo...

    -Por ejemplo... se me ocurre... -titubeó Pasquini: -Compagno y Asociados les podría comprar el campo... dejándoles para ustedes, digamos, unas trescientas hectáreas... para que se agrupen allí, y constituyan un pueblo más organizado...

    -Nosotros estamos bastante organizados... -contestó Ramón.

    -Sí... pero viven lejísimos unos de otros... y hay demasiado monte... ¿ustedes saben el inmenso capital que hay allí en monte virgen? Eso se podría comercializar muy bien... aquí nomás, cerca, los ingleses de La Forestal se volverían locos por esos gigantescos quebrachos colorados que tienen en el monte...

    -El monte tiene sus funciones... -dijo suavemente Ramón.

    -¿Qué  funciones? 

    -Sostener y proteger la vida de cientos, miles de especies animales, otras plantas menores, insectos... y mucho más...

    -Mire, con la venta de 900 hectáreas de tierra a nuestra empresa, ustedes podrían edificar una hermosa ciudad, dotada de agua potable por cañerías, pozos sanitarios, sistema de riego por goteo para sus cultivos, corrales mecanizados para sus cabras, vacas, cerdos, lo que decidan criar en las trescientas hectáreas...

    -Tenemos el río Salado a cuatrocientos metros de distancia...-replicó Ramón...

    -Bueno, ese es un inmenso valor agregado, es cierto... por eso los señores Compagno estarían dispuestos a hacerles una buena oferta, una jugosa oferta, se los aseguro... no se imaginan todo lo que podrían hacer con ese dinero...

    -¿Y los señores Compagno qué harían con estas tierras?

    -En primer lugar, racionalizarlas. Determinar claramente que valor de mercado tiene cada área de la propiedad... y proceder a ponerla en producción de inmediato. Seguramente, en una primera etapa, desmonte de algunas áreas, venta y transporte de la mayor parte del quebracho colorado, vendiéndolo para durmientes de ferrocarril y extracción del tanino.

    “Luego, estudio de suelos, para uso agropecuario... determinando, con ingenieros agrónomos, que tipo de cultivos se podrían realizar, para provisión del mercado nacional e internacional, con rentabilidad suficiente para sostener inversiones que multipliquen al máximo sus rindes anuales.”

    -Le agradezco su buena voluntad, doctor...-dijo cautelosamente Ramón Ibáñez-: Y compartiré su propuesta con todos los propietarios de Pago Lindo... No le garantizo una respuesta favorable... Hemos vivido aquí durante siglos... Estábamos muy bien, hasta que apareció esta amenaza, que por suerte la ley ha detenido.

    -¡Por favor! -exclamó el doctor Pasquini -¡Jamás quisimos amenazarlos! ¡Siempre estuvimos dispuestos al diálogo! ¡Usted mismo es testigo de que les dimos un plazo prudente para arreglar sus asuntos... ¡Seguiremos visitándolos, si nos lo permite! ¡Creo que con el tiempo, podemos hacer grandes cosas en común! Y contribuir al progreso de este hermoso paraje rural, incorporándolo al desarrollo de la civilización, como ha ido haciendo, con fantásticos logros sociales y económicos, nuestra provincia de Santa Fe...

    -Gracias señor Pasquini-, dijo Ramón Ibáñez. -Espero que tenga muy buena semana. Será hasta otra oportunidad.

    -Le voy a dejar mi tarjeta, para que me avise si quieren vender parte del campo...

    -Gracias, ya me ha dejado una  la vez pasada -contestó Ramón Ibáñez.

    -Tenga otra, por las dudas...-insistió el rubio abogado, extendiendo el cartoncito plastificado.

    -Suficiente con una, doctor... Adiós... le deseo mucha suerte con sus litigios y sus negocios... 

    -Gracias don Ibáñez... ya nos veremos, adiós...

    El automóvil Buick Special Sport Coupe, modelo 1937, gris, en que había venido Pasquini, junto a las dos camionetas con civiles armados que lo acompañaban, giraron nuevamente para ascender, con lentitud, la senda por la que habían llegado, hacían más o menos dos horas. Por varias mirillas en las ventanas rústicas del gran rancho de los Ibáñez, decenas de ojos de ancianos, niños y jóvenes campesinos los vieron perderse en el horizonte. Después, todos comenzaron a salir de sus escondites, para felicitarse y abrazarse mutuamente, riéndose a carcajadas.


Capítulo 48


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