Capítulo 25
Arturo corría desnudo por entre las ciénagas selváticas de Teutoburgo. Era de noche. Se había quitado la armadura luego de huir, a riesgo de su vida, por entre las patas de un elefante. Quizá de ser capturado tendría la chance, por su conocimiento del idioma español, de salvarse mintiendo que era un comerciante árabe, sorprendido por una banda de ladrones y escondiéndose de ellos luego de ser completamente despojado. Caía, cada tanto, enredado por lianas tortuosas ocultas bajo sus pies entre el viscoso fango. Exhausto, consiguió escalar un grueso árbol, reclinándose entre dos grandes ramas mientras refregaba sus doloridas piernas, hinchadas por el esfuerzo y consteladas de moretones. Estaba a punto de dormirse cuando el crujido de una rama lo alertó sobre la presencia de alguien: ante sí, pese a las sombras, apareció un gigantesco bárbaro, con su casco de astas, un collar de piedras, su olor repugnante a germano con una hacha de filo aterrador en su mano izquierda y una masa en la ot