Capítulo 8
En un vuelo de la empresa Lufthansa llegaron a Santiago del Estero, a mediados de junio, 41 alemanes, 10 alemanas y una española. 22 eran matrimonios de jóvenes científicos, ingenieros, arquitectos y otros especialistas. Los demás, técnicos, administrativos y auxiliares; algunos, militares.
Mientras tanto, partió de Bremen un transatlántico, trayendo 150 más. Quienes venían acompañados con diversos equipamientos, mobiliario y materiales metálicos de construcción, máquinas, equipos de radio y una antena, para transmisiones internacionales. Atravesando el canal de Panamá, entrarían por el Pacífico y se calculaba que en quince días, o poco más, estarían llegando a Valparaíso. Desde aquel puerto atravesarían la cordillera para dirigirse hasta aquí, en camiones comerciales de transporte.
Esta vez no hubo demasiado protocolo en el proceso. Apenas la presencia del entonces secretario de Seguridad, comisario Montes, el ministro de Gobierno, arquitecto Degano, y un pequeño grupo de santiagueños, integrado por policías de civil y empleados administrativos, para acompañar a los alemanes en su aposentamiento.
Al día siguiente dos diarios locales reflejaron la novedad. El Liberal, matutino, cautamente tituló “Promisorio arribo de industrias alemanas a Santiago del Estero” . El vespertino La Hora, en cambio dijo, con un gran titular de su portada: “Enigmática avanzada de capitalistas germanos se instala en nuestra provincia”.
Los integrantes de la delegación se alojarían en tres grandes fincas, ubicadas en la localidad de El Zanjón, muy cerca de la ciudad. Propiedades de santiagueños, residentes en otras provincias, que por intermediación del gobierno local, se las habían alquilado.
Dos días después el gobernador Castro recibió un telegrama de la Nación. Consignaba:
BAJE URGENTE A ESTA CAPITAL. PRESIDENTE CONCEDE AUDIENCIA PARA MARTES 11 - JUNIO - 1935.
Firmado:
GRAL. JUSTO
-Qué carajo quiere este milico ahora...- rezongó el gobernador luego de leerlo. -Bueno... -murmuró después- iré a verlo. Aprovecharé para asentar mi auto nuevo.
Efectivamente, el Gaucho Castro, salió el lunes por la madrugada, en su Bugatti Retrô 1935, solo, para reflexionar durante el camino acerca de los reproches que, seguramente, iría a recibir del presidente.
Al llegar puntualmente a la audiencia, tuvo que esperar aún por veinte minutos, antes de que la secretaria de Justo lo invitara a pasar. Allí se encontró con el obeso militar, tras de un escritorio impresionante, más poblado de objetos decorativos europeos, que de papeles.
-¿Se me ha vuelto amante del Tercer Reich, Castro, ahora? -le atizó Justo, sin saludar.
-No me he vuelto nada -replicó el santiagueño, sin arredrarse- siempre he sido amante de mi provincia, Santiago del Estero. Y de mi pueblo argentino.
-Digo, porque nos ha sorprendido a todos haciendo entrar un batallón de nazis por la puerta trasera... seguramente ya sabe que lo cité para que me dé urgentemente explicaciones sobre lo que está haciendo ahí con estos nazis, que han llegado sin avisar...
-Somos un país federal... -alegó el gobernador Castro-, tenemos autonomía en los asuntos relacionados con el bienestar y el progreso económico de nuestra gente. Son inversionistas alemanes, la mayoría privados, seguramente sin filiación política. El estado alemán interviene, por cierto, como debe ser: en condición de garante, o en algunos asuntos perfectamente comprensibles, como lo son las cuestiones de materiales estratégicos, y en parte inversor, también.
-No me diga que se tragó el verso de los yuyitos y las piedritas, Castro, ya somos adultos... seguramente usted sabe algo más, dígame qué otra cosa buscan los nazis allí... haga el favor, digameló ya...
-No sé nada más... de lo que me dijeron y los papeles que presentaron... ya le mandé copias mecanografiadas, por correo certificado, dos semanas atrás...
-Sí las leí, claro... es lo que ellos quieren mostrar... pero todos sabemos que estos no dan puntada sin hilo... los europeos andan temblando por los nuevos ejércitos y maquinaria de guerra, que están escupiendo las inmensas fábricas nazis, día tras día... con la petulancia de Hitler, que se está llevando a todos por delante y alega ser dueño de Checoeslovaquia, Polonia, Austria, Hungría... y quién sabe qué más va a exigir, cuando tenga terminados los cientos de aviones, tanques de guerra -nunca vistos antes-, acorazados, submarinos, que están sacando a relucir de un modo furibundo...
“...los ingleses están frenéticos, por lo que está haciendo en Santiago, Castro... y por supuesto, me están escorchando a mí, todos los días, desde la embajada, para que les diga qué carajo hacemos... aunque les jure que yo, me enteré, del asunto, más o menos al mismo tiempo que ellos...”
-El mundo es libre, mi general -contestó Castro- y los ingleses son los abanderados de la Libertad... a los santiagueños nos conviene hacer negocios con los alemanes, como los haríamos con cualquier otro pueblo del mundo... Además, usted sabe la situación de endeudamiento que hemos heredado nosotros... no estoy pudiendo pagar los sueldos de la policía, los maestros y la administración pública... tan es así, que he tenido que hacer un acuerdo con la comunidad Sirio Libanesa, para que en todos sus negocios les fíen ropa, comida, artículos de limpieza, etcétera... hasta que recompongamos nuestras finanzas. La contribución económica que traen los alemanes nos cae como maná del cielo... no podemos desecharla... ¡sólo porque a nuestros amigos ingleses les caigan antipáticos! (Además, ya hemos firmado compromisos mutuos.)
-No se preocupe Juan Bautista...- susurró meloso el general Justo: -ya hemos encontrado la solución... Sir Nevile me dijo que la Corona está dispuesta a otorgarnos un préstamo... de un millón y medio de libras esterlinas, para Santiago del Estero...
-¿Quién es “Sir Nevile” -interrumpió Castro
-Nuestro embajador de la Corona inglesa en Argentina, querido amigo... Sir Nevile Meyrick Henderson, distinguidísima y notable persona... que se tomó el trabajo de analizar meticulosamente la situación económica, política y social de Santiago del Estero... y generosamente intercedió, ante dos bancos londinenses, para obtener el crédito... No piden nada a cambio... serán tolerantes con los plazos de devolución... Sólo sugieren que la rescisión de cualquier contrato con otra potencia extranjera, agilizaría el trámite que, de otro modo... podría demorar varios meses... o incluso años...
-¿Un millón y medio de libras esterlinas? -repitió Castro.
-...bueno... hay tarifas, franqueos, gabelas... usted sabe cómo es esto... lo concreto es que a usted le llegarán 800.000 libras en mano... a devolver en veinticinco años... (con intereses, por cierto, calculados de acuerdo a la evolución del mercado de cambios).
El gobernador Castro reflexionó durante algunos segundos. Luego, secamente expresó:
-No.
-¿Cómo dijo?- pareció sorprenderse Justo.
-No. No aceptaré ningún préstamo. ¡Ya estoy hasta aquí de préstamos!, casi gritó: -¡hasta aquí!, ¿sabe?- siguió gritando, mientras señalaba su cuello, haciendo un rápido movimiento con el dedo índice de su mano derecha en posición horizontal.
“Nos prestan, nos prestan, nos prestan y, al final, los únicos beneficiados son ellos... pasamos décadas pagando solamente los intereses... y continuamos endeudados, mientras ellos nos dicen qué debemos construir y qué no, en nuestras tierras... cuántos empleados podemos tener, cuántos maestros, cuántos diputados... No... ¡no!, ¿sabe Justo?, no aceptaré ningún préstamo.
“Me quedo con los alemanes. Ellos pagan. Tiqui taca. Incluso tienen la delicadeza de cambiar marcos por pesos y así nos los darán, cada mes. Ya nos hicieron un adelanto. Por los servicios e instalaciones que nosotros brindaremos. Y no se meterán en nuestra política interna. Así que gracias... digalé a ese... ¿cómo se llama?... Nabili... que se guarde nomás sus libras esterlinas. Santiago va a salir adelante por sus propios medios” .
Unos tres minutos después de que el gobernador Castro hubiera salido de su despacho, el general Justo ordenó:-¡Abandone el puesto de guardia, soldado!
De tras de una cortina emergió entonces el subteniente Osiris Villegas. Era un joven robusto, como de 21 años. Llevaba un cinturón de cuero cruzándole el pecho. Con una cartuchera, de la cual emergía el mango de una pistola, calibre 45.
-¿Puedo retirarme, mi general? -preguntó.
-No - gruñó Justo. Y luego de una pausa: -tome asiento... no se quede ahí parado... usted es joven y tiene mucho aún para aprender... además... conozco a su familia, sé que viene de buena sangre... es preciso que vaya sabiendo, un poco, acerca de esta nueva casta de politiqueros populistas, que han ido pululando, hasta ocupar cada vez más espacios en el poder, durante este principio de nuestro siglo XX...
-No parecía peligroso...
-¡Es un forajido! -vociferó Justo.- Y asesino. Mató al hermano del gobernador Santillán... que además era diputado... Antes había secuestrado a Santillán, un hombre exquisito, miembro de antiguas familias patricias... amigo dilecto del general Roca... como usted sabe, el general es padre de nuestro vice presidente, Julito, y fundador de la Nueva República, que dio tanto brillo, en Europa, a nuestra nación argentina... hasta que comenzaron a reorganizarse, las hordas de salvajes, descendientes de bárbaros derrotados, como Leandro Alem y sus seguidores, más otros caudillejos incultos, o gringos berzas, que se les fueron sumando...
Osiris Villegas escuchaba en silencio.
-El tipo, este Castro, se fue encaramando... sublevó a la plebe, consiguió impunidad y, astutamente, llegó a ser diputado y gobernador... ¡Habla en quichua!... arenga en quichua a sus turbas; de hecho, ese es su idioma verdadero, porque es medio indio... sólo que, para disimular, estos tipos aprenden español.... como lo hacía el degenerado ese de Condorcanqui.
-¿Y no había jueces que lo juzgaran, por lo del gobernador y su hermano?
-No le digo que consiguió impunidad... ¡ojo!... no es un pordiosero... de hecho, su padre y sus hermanos, construyeron un poderoso clan, adueñándose de tierras, robando ganado hasta convertirse en ricos... son esa mezcla ladina de indio con lo más bajo de la población española, que dieron origen al gaucho. Así le dicen a él: “El Gaucho Castro” . Y a él le gusta... me jodió siempre, pero no lo pude neutralizar... a principios de este año, sin ir más lejos... me jodió las vacaciones, insurreccionando a la plebe en su rancherío, que incendiaban los pocos edificios elegantes que allí había, atacando a la gente de bien, al alto clero y al periodismo liberal... ¡Me cagó mis vacaciones en Mar del Plata, con un telegrama pidiendo indulto para un cabo! ¡Un negro de mierda, que había matado a uno de nosotros, un oficial distinguido del Ejército Argentino! Ni le contesté. Ordené al tribunal militar, como corresponde, que fusilen nomás, a esa lacra.
En ese tono continuó, durante un rato, el monólogo del general justo, adoctrinando a su par acerca de cómo ocuparse de la ralea populista, sin terminar aplastado por ella. A Villegas le iba a ser de gran provecho la perorata, algunos años más tarde.
El cabo 1º Luis Leónidas Paz. Fusilado por orden del general Agustín P. Justo, quien dictaminó, desde la playa, proceder con la sentencia. Pese a que el gobernador Juan B. Castro y grandes manifestaciones populares en Santiago del Estero, habían solicitado su indulto.
Por su parte, el gobernador Castro, quitó de su mente lo ocurrido con Justo, apenas salió de la Casa Rosada. Lo esperaba su amigo Pío Montenegro, con quien almorzaron juntos en un lujoso restaurante, que el ya aporteñado senador Montenegro había detectado como el más chic de la gran urbe. Después, pasaron casi todo el resto de aquel día recorriendo joyerías y tiendas elegantes. Donde Castro iba a adquirir pendientes, anillos y pulseras para su esposa, doña Mercedes Cordero, y también varios otros regalitos, para su numerosa parentela, e igualmente para algunas amigas y amigos.
El jueves lo aprovechó adquiriendo y pagando con cheques, materiales de construcción, difíciles de conseguir en provincias. Ciertos azulejos, picaportes de bronce labrado o manijas en el mismo estilo, más algún mobiliario, particular, para la opulenta casa que estaba terminando de construir en Santiago, frente a la acequia Belgrano, apenas a una cuadra y media de la sede central del Gobierno.
Con estos afanes ocupó todo el jueves y la mañana del viernes el gobernador, en Buenos Aires. Luego de ducharse y acicalarse, con un elegante traje deportivo, almorzó liviano, en el hotel, y partió rumbo al pago chico, con su reluciente cupé, que suscitaba, al pasar, la admiración de muchos porteños.
Llegando a Rosario, prefirió desviarse hacia Soldini. Dirigiéndose a un ampuloso Motel, Maison du Bonheur, que regenteaba madame Ludmila. Una aristócrata rusa, quien ayudada por los franceses, había logrado escapar, a duras penas, de los bolcheviques. Para recalar, finalmente, en Santa Fe. Donde consiguió erigir este discreto negocio del placer, boite y alojamiento, en un caserón cedido por el poderoso estanciero José Alfredo Iturraspe. El Gaucho, ya conocido por aquella élite, pasaría, esta vez, dos noches en la elegante morada. Entre muy bonitas jóvenes ucranianas, polacas, húngaras, croatas y turcas.
Asomando el meridión de aquel domingo, el gobernador Castro emprendió, esta vez sí, el último tramo del regreso a su Santiago Querido. Pensó que le había venido bien, finalmente, la convocatoria compulsiva del cerdo milico. Ocupante ilegítimo de la Presidencia de la República.
Todo iba a salir como él quería, finalmente. Pese a cualquier intento de interferencia. Como el que acababa de superar.
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