Capítulo 12
Desde mediados del siglo XIX, en que la “política de puertas abiertas” es impuesta por Buenos Aires a toda la Federación Argentina, comienzan programas estatales de la metrópoli para subsidiar inmigración europea hacia nuestro país.
Dando continuidad al proceso que, desde 1800, partía del repudio a la civilización hispánica, junto a una oscura fobia hacia las etnias aborígenes, principalmente por parte de la oligarquía porteña. Bajo un singular nimbo político de jubileo, luego de la “solución final” aplicada por el militar tucumano Roca. Quien, financiado por aquella oligarquía vacuna de Buenos Aires, aniquila a los aborígenes del Centro y Sur argentino: legítimos custodios naturales de aquel espacio físico que habían habitado, durante milenios.
Roca entregó, casi gratuitamente, aquel fecundo territorio, a dos o tres centenares de familias porteñas. Las mismas que convierten al aventurero tucumano, apenas terminada su “Conquista del Desierto”, en presidente de la República. Por medio de elecciones fraudulentas -como todas las que se venían efectuando, en la Argentina, desde 1820.
Mitre y Sarmiento habían preparado antes el terreno político nacional, para ponerlo al servicio de Buenos Aires y de Inglaterra. Masacrando sistemáticamente a las fuerzas militares provincianas, durante la década de 1860.
Luego, estos mismos socios emprenderían el destrozo de la única potencia industrial Sudamericana, aflorada por mérito propio: la República del Paraguay. Invadiéndola para repetir el genocidio, contra paraguayos y jesuitas, efectuado por mercenarios brasileños en el siglo XVII. Esta vez, los sicarios de Mitre iban junto a grandes ejércitos brasileños y uruguayos. Los tres armados y equipados con préstamos, en libras esterlinas, otorgados por bancos ingleses. Los cuales endeudarían, por más de un siglo, a toda la futura población argentina.
La “República Liberal Agroexportadora” de Roca, Mitre, Sarmiento, Alberdi, junto a enjambres de ávidos oportunistas provincianos, emergentes del mediopelo social, y la pichinga oligarquía porteña, se fundaba en tres simples conceptos:
1) Supuesta ineptitud de la raza española, displicente, degenerada, reblandecida, tras 800 años de regencia árabe y paulatina agnación con ella. Así como su posterior mestizaje masivo, con casi todas las etnias originarias de América. O hasta incluso con esclavas y esclavos negros. El cual mestizaje, había arrojado ese producto singular, denominado el “criollo”, o “gaucho” (anagrama del aimara “guacho”). Al cual, en particular, las clases “propietarias” del puerto, detestaban. Por haber obstaculizado, sistemáticamente, sus sanguinarios intentos de controlar absolutamente el poder, desde incluso antes de la independencia nacional.
2) La supuesta inferioridad “natural” y “barbarie” biológica de los habitantes originales -llamados “indios” por los europeos- de la ahora flamante República Argentina.
3) La presunta superioridad de las razas rubias del norte y centro de Europa, en especial las anglosajonas y germánicas. Según los tenebrosos cerebros de los “fundadores liberales”, fascinados por los encantos de ingleses, franceses y holandeses.
El proyecto proclamado de estos “civilizadores” porteños consistió, así, en subsidiar la inmigración masiva de inmigrantes rubios a la Argentina. Buscando construir un “país blanco e ilustrado”, donde antes solo habían existido -según su alucinada percepción-, salvajes feos, impresentables, junto a europeos meridionales, decadentes y perdedores.
La depresión económica mundial del capitalismo en 1890, precipitó lo que sería una constante repetida, para el devenir económico de la humanidad bajo este sistema administrativo: retracción y blindaje de las grandes fortunas, garantizada por los estados, de los más ricos, dueños de los bancos y gobernando los países, de un modo abierto o encubierto. Y el cautiverio, bajo espantosos períodos de pobreza masiva, sobre el resto de la población: clases medias, trabajadores industriales, administrativos, comerciales y campesinos.
Viendo esta circunstancia como una oportunidad para su proyecto de sustitución étnica, el liberalismo oligárquico de Buenos Aires organizó operativos de seducción en Holanda, Suecia, Alemania, Polonia, Checoeslovaquia o Irlanda y Escocia. Fracasó, pues los pobres de aquellas tierras prefirieron, casi en su totalidad, emigrar a los Estados Unidos de Norteamérica. Entonces debieron conformarse con inmigrantes semi-rubios: esto es, italianos del Norte (si era posible), algunos franceses bastante equívocos y alemanes del sur, sicilianos, napolitanos, genoveses -muchos de ellos “moros”- y, de nuevo... españoles, principalmente gallegos...
Este proceso, efectuado con el apoyo de los grandes millonarios vacunos de la aún rústica oligarquía terrateniente porteña, y usurarios préstamos e inversiones financieras de los ingleses a través del Estado Argentino, generó una repentina movilidad social, acelerada industrialización de algunas regiones -especialmente Buenos Aires, Rosario y Córdoba-, durante la década de 1880, que se prolongaría, aunque a los tumbos, hasta bien entrado el primer trienio de siglo XX.
La Casa del Pueblo de La Banda estaba notablemente concurrida, la tarde del sábado 10 de agosto de 1935. Numerosas personas, prolijas, aunque sencillamente vestidas, componían un singular público -para lo habitual de Santiago del Estero. Se trataba, mayormente, de familias relativamente jóvenes y también varios ancianos o niños, casi todos blancos, muchos rubios, algunos con tonadas nítidamente extranjera. Habían pasado unos minutos de las 18:00 cuando se escuchó, desde la bocina amplificadora colocada junto al escenario, la llamada del locutor. Quien solicitaba a los asistentes tomar ubicación en las sillas del gran patio, con techos de chapa. Pues iba a comenzar el acto. Aquella tarde el Partido Socialista Argentino, regional Santiago del Estero, celebraba el día de su Fundación.
-Se cumplen hoy, ya, 37 años desde la fundación de nuestra central santiagueña del Partido Socialista Argentino -comenzó su presidente, el señor Federico Mackeprang-. Apenas dos años después de que el doctor Juan B. Justo, preclaro médico, periodista, político, parlamentario y escritor argentino, lo fundase en nuestra Nación -continuó.
“Numerosas circunstancias, felices, alentadoras, y también de las otras, hasta algunas, incluso, dramáticas, hasta trágicas, han jalonado la existencia de nuestra hoy sólida organización política. Desde aquella tarde en que naciera, de un pequeño grupo, compuesto mayormente por inmigrantes, en la relojería de nuestro apreciado y nunca suficientemente bien ponderado camarada Fortunato Molinari. Local que todos conocen, ubicado en el centro de nuestra capital, Santiago del Estero.
“Es necesario mencionar algunos nombres de los fundadores, como acto de justicia, a su tesonera actividad, y compromiso con los derechos de los trabajadores y el futuro socialista de nuestras próximas generaciones. Pues perdura su presencia cotidiana en los logros de nuestra organización, hasta el día de hoy.
“Ellos son: don Pedro Piergiovanni, don Eugenio Pesarini, don Romulo Rava, don Cristóbal Vert, don Adrián Padroni, don Gaspar Cesar, don Tadeo Ugo... acompañados siempre por sus respectivas esposas e hijos.
“Muy pronto surgirían, pujantes, los centros socialistas de La Banda y Frías... para seguir diseminándose enseguida por Añatuya, Monte Quemado, Suncho Corral, Colonia Pinto, Icaño... hasta alcanzar hoy varias otras localidades del interior santiagueño”.
Mackeprang siguió en este tono unos veinte minutos más, describiendo someramente el proceso de creación de bibliotecas públicas, como la Biblioteca Alberdi, de Santiago del Estero, y la edición de periódicos militantes, como 1º de Mayo, o Alborada, entre otras publicaciones propias. Para ceder luego el uso de la palabra al presidente del Centro Socialista de la ciudad de La Banda, el señor Bernardo Irurzun.
-He sido criticado en numerosas oportunidades por mi vocación política frentista y democrática -introdujo Irurzun en su arenga, después de haber hablado, también, unos diez minutos, sobre los logros y dificultades, durante el proceso de construcción socialista, que comenzara aquel agosto de 1898, en la provincia de Santiago. -Una vez más- continuó- ante nuevas acusaciones, esta vez de ex camaradas, hoy militantes del partido comunista de Stalin; quienes pese a ello, tienen acceso a las columnas del diario El Liberal, esta vez, adjudicándome supuestas complicidades con la masonería santiagueña. Deliberadamente reproduzco la palabra “complicidades”, pues así fue publicada por el periódico de marras -aunque, por cierto, con la firma del supuesto autor, un tal Bernardo de Ubiaurrez. Probablemente miembro de la Liga Patriótica Argentina, dados los conceptos expuestos a lo largo de la nota, de la más desembozada filiación fascista, antiobrera y falsamente nacionalista.”
Un estremecimiento recorrió al público presente, al recordar la sangrienta represión aplicada por el Ejército Argentino, a las huelgas obreras forestales y ferroviarias de 1919, en apoyo al paro nacional y protesta activa que pronto sería calificada por la prensa como “La Semana Roja”. Si bien algunos de los presentes eran muy jóvenes o niños cuando ocurrieran los sucesos mencionados, todos habían recibido, de sus padres y sus abuelos, abundante información, durante su vida cotidiana, a lo largo de todos estos años. Allí habían participado, como colaboradores civiles de la policía y los militares, comandos armados de la Liga Patriótica. Organización financiada por los más poderosos millonarios y terratenientes argentinos.
-Debo ratificar, una vez más, por si hiciera falta, la absoluta vocación democrática, pacifista y no violenta de nuestra organización política. Siempre hemos sostenido, aquí y en todo el mundo, a través de la Internacional Socialista, que construiremos nuestra revolución por medio de las ideas. Es decir, a través de la Educación sistemática, la difusión impresa u oral, la actividad sindical lícita, la representación política, obtenida, en todos los casos, por elecciones populares libres, efectuadas con respeto irrestricto de las leyes vigentes en todos los estados nacionales, provinciales o municipales.
“Gracias a ello hemos tenido, como se sabe, el honor de obtener y ejercer la representación política en numerosos cargos, tanto en la Legislatura nacional, como en la provincial y municipal, en los últimos cuarenta años.”
Después de la extensa exposición de Irurzun, el locutor anunció la palabra de Ismael Soria, representante de la Juventud Socialista Santiagueña. Quien acudió presto, para hablar de pie frente al escenario, a través de un micrófono conectado por un larguísimo cable al equipo de amplificación. Sobre el tablado, permanecieron sentados los presidentes de la capital santiagueña y de La Banda, junto a tres ancianos, representativos del ya consolidado Partido Socialista en Santiago. Luego de los agradecimientos y algunas generalidades, el joven -un moreno alto, con cabello crespo aplastado a la gomina y rasgos de afrodescendiente, de expresión muy enérgica-, pasó al meollo de su arenga, con particular énfasis:
-Sin duda los sucesos ocurridos en enero de este año, con motivo del absurdo juicio y fusilamiento del cabo primero Luis Leónidas Paz fueron, al mismo tiempo, una prueba de fuego para nuestra abnegada Juventud Socialista, a la vez que una oportunidad para demostrar hasta donde las ideas socialistas y populares están calando hondamente en la consciencia y la acción política de nuestro pueblo.
“Millares de humildes pobladores de todos los barrios santiagueños, inundaron las calles del centro de la ciudad, para protestar frente al regimiento de nuestra ciudad, como en la plaza pública y la casa de gobierno, solicitando el indulto presidencial inmediato para nuestro suboficial, condenado por un tribunal casi secreto, al fusilamiento. Por el sólo delito de haber defendido su honor y su dignidad humana, ante un oficial abusador, que pretendía ejercer un derecho medieval, seduciendo a su novia, con quien legítimamente y por su fe católica nuestro cabo primero Paz se disponía a contraer matrimonio la semana siguiente.
“Sabemos que el gobierno de la burguesía terrateniente y financiera concentrada en Buenos Aires desoyó nuestro lejano clamor, ejecutando sin demoras un fusilamiento casi a escondidas en el patio de armas del regimiento. Debemos rescatar, sin embargo, la digna actitud democrática y representativa de nuestro gobernador, Juan Bautista Castro, de la Unión Cívica Radical Unificada. Quien, en todo momento bregó por el indulto a nuestro joven comprovinciano, tal como lo había prometido, desde los balcones, al pueblo reunido frente a la casa de gobierno.
“Por el contrario, nos toca señalar, con tristeza, actitudes ultra izquierdistas y contrarrevolucionarias, divisionistas, en algunos sectores de nuestro propio partido. Que vienen promoviendo ideas abstractas, incompatibles con nuestro ideario marxista, como ser la opción “indigenista” o un “nacionalismo criollo”. Además de la aplicación de métodos de acción directa, peligrosos y voluntaristas. Como los cortes de vías. para los trenes, donde durante los tristes sucesos de 1919 y otros posteriores, promovieron la colocación de inmensos peñascos sobre las vías férreas, interrumpiendo así el ciclo productivo durante varios días, perjudicando con ello no sólo a la burguesía sino también a los trabajadores. Quienes debido a las osadas acciones mencionadas, de pequeños grupos, se quedaban sin recibir sus jornales cotidianos, únicos sostenes para sus muy modestas familias.
“También estos indigenistas y criollistas, en alianza con anarquistas o comunistas stalinistas, se ocupó este verano, de incendiar edificios públicos, como la catedral, los principales diarios u otros destacamentos administrativos, socavando así la credibilidad de nuestra inmensa movilización popular pacífica...”
Muy aplaudido por la concurrencia, el joven Ismael Soria se retiró luego a su lugar entre los asistentes. Con lo cual se daría por terminada la conmemoración ideológica de aquella tarde. Para pasar a un lunch popular, con sándwiches de miga esparcidos aquí y allá sobre largas mesas-tablones, donde también había empanadas, soda y Naranjín -una bebida dulce elaborada por una pequeña fábrica bandeña, regenteada en cooperativa por socialistas- y también alfajores, masitas, bizcochos, junto a otras numerosas manufacturas panaderiles, producto de las laboriosas cooperativas socialistas de la ciudad de La Banda y otros pueblos santiagueños, presentes allí con sus delegaciones y aportes alimentarios para esa ocasión.
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