Capítulo 19
-La fórmula para transcurrir una existencia armónica y feliz consiste en averiguar por qué somos lo que somos... y cómo somos -dijo Umbídez.
Parece una fórmula fácil e ingenua -pensó Edith.
-Siempre aceptando lo que somos. Preguntarnos por qué hemos nacido en el lugar donde vinimos al mundo; y aceptarlo. Luego, para qué hemos venido al mundo, y aceptarlo. Siempre aceptar, en primera instancia. La aceptación de nuestro destino, el envase corporal con que hemos venido, el lugar donde existimos, la cultura que nos rodea, es clave para evitar una existencia turbulenta, extraviada, entre constantes marchas, contramarchas... y desvaríos...
Estaban en el ambigú Judicial, que, sin pretensión de originalidad habían abierto, sus propietarios, a poco de haberse inaugurado el nuevo edificio del Poder Judicial en Santiago del Estero. Umbídez trabajaba allí, como dactilógrafo. Edith había ido a consultarle si, los Ulalos, podrían conceder autorización para que algunos de los alemanes fueran a visitarlos. Como lo habían solicitado, formalmente, en una reunión con el ministro de Gobierno.
Umbídez era un Ulalo. Esto Edith lo sabía. No así la inmensa mayoría de la población santiagueña. Por entonces de unos ochenta mil habitantes, en su capital. Por lo demás, su apariencia era como la de cualquier santiagueño: una mezcla de aborigen, español y árabe. De estatura elevada, robusto. Como cualquier santiagueño, no contestaba directamente una pregunta, cuando consideraba que no sería a favor de los requerimientos de su interlocutora. Edith se había dado cuenta, ya, de que estos circunloquios y conceptos filosóficos de su amigo, significaban -en parte- que la solicitud de los alemanes no iba a tener una respuesta favorable. Esperó, respetuosamente, que Umbídez terminase sus conceptos y, allí recién insistió:
-Gracias por la sabiduría de tu conversación, querido amigo... En lo referido a la consulta de los alemanes, ¿crees que tendrán alguna posibilidad de ser recibidos, por la Comunidad Ulala?
-Lo dudo -contestó Umbídez. -Pero lo consultaré. ¿Y cómo saben ellos de nuestra existencia? -preguntó enseguida.
-Dicen que lo han leído en una publicación francesa... con declaraciones de un famoso pianista de allá, publicada en los años veinte...
-Eric Satie -murmuró Umbídez.
-Sí...
-Me lo imaginaba. Fue el único humano europeo en ser admitido, para ingresar a los sectores donde habitamos.
-¿Conoces esa publicación? -quiso saber la joven docente Normal.
-Sí. Tenemos copias. Te traje una, de aquellas declaraciones de Satie, a lo mejor te interesan... -replicó Umbídez, extendiéndole un sobre marrón.
-Sí, me interesan... -agradeció Edith...
En tres hojas de oficio, una prolija copia a máquina reproducía el artículo completo. Donde el sobresaliente compositor francés comentaba su admirable experiencia con los Ulalos.
Edith leyó, rápidamente, algunos fragmentos del texto:
«[...] desde arriba, podía percibirse una gigantesca lechuza, formada con lajas, sobre un gran piso de piedra pulida.
«[...] don Moisés me advirtió:
«‒No debemos acercárnosles demasiado, muchos en esta comunidad de Ulalos no están preparados, aún, para resistir la vibración humana.»
-Entraron al mismo lugar adonde estuvimos nosotros, con Genaro, hace poco... -musitó Edith.
-Sí, ustedes pueden entrar cuando quieran, porque son santiagueños...
«Pude disfrutar allí alimentos energizantes como los alfajores de palta;» siguió leyendo Edith: «conocer instrumentos musicales como el sipi donoro, un pequeño tubo cuyas nervaduras magnéticas captaban las vibraciones de los pensamientos, al apoyarlo en la sien, convirtiéndolas en notas musicales. O el monasoprepo, extraordinario bajo que, al rozar su rugosa superficie cóncava, profería sonidos como los tonos más graves de la garganta de un barítono...
«¡Había tantos objetos bellísimos allí, elementos de utilidad práctica que en ocasiones hube imaginado, sin atreverme a suponer que alguna vez la evolución humana podría conseguir que se los construyera!- decía en otra parte.
«Sólo en San Petersburgo había visto antes un paseo tan grande, estéticamente ornamentado con tan magnífico gusto, como el de los ulalos -agregaba Satie.
«Ante mesitas de piedra, los ulalos unían objetos irreconocibles con otros. Iban tejiendo delicados trozos de metal luminoso con especies de redes, semejantes a telarañas, con las cuales articulaban mecanismos que me era imposible comprender. -No debo efectuar analogías con la industria humana,- me dije. Y cuando sentía mucha intriga por algún objeto, preguntaba.
«Varias esculturas, bastante grandes, colocadas hacia el oeste del foro, concitaron mi atención. Me recordaban a las formas de ciertas figuras de Dalí. O Max Ernst. Giorgio Di Chirico. O Joan Miró.
«¡Eran Bibliotecas!....
«Las “esculturas”, verdes, naranjas, azuladas, marrones, estaban cribadas por innumerables agujeritos sobre su superficie.
«[...] Introduje todos los dedos de mi mano. ‒Cada línea de agujeros me llevó a tiempos más remotos...
«¡Mi mente se llenó de imágenes!... Ví avanzar por anchas estepas legiones de jinetes armados con lanzas, vestidos con rústicos sacos de cuero sin curtir y tocados con cascos peludos, levantando puntas de hierro sobre sus cabezas. Escuché una suave voz femenina que me decía: “la ruta de la seda fue librada de facinerosos por el Khan... durante doscientos cincuenta años, su estirpe dominaría la estepa, estableciendo un imperio que llevaría el intercambio cultural de la humanidad a una feraz imbricación, nunca antes vista sobre la Tierra”.
«Ví otro ejército; miles de guerreros, calzados con sandalias de cuero, apenas cubiertas sus desnudeces por togas tejidas, muy cortas, que alcanzaban hasta los muslos. También mujeres, de hermosura sublime. Y ancianos. Y niños. Frente a ellos, iba un hombre, coronado con plumas, que parecía el jefe. Su aspecto era el de los aborígenes americanos.
“El gran cacique Namuncurá”. Explicó la voz. “Se dirige hacia el cerro sagrado del Uritorco, para depositar allí las reliquias del Santo Graal, recibidas de manos de su frater, Parsifal, quien las arrancó de manos de un Bárbaro Germano y para cumplir lo cual debió emprender un muy largo viaje”.
-¡Por esto querían conocer la comunidad ulala estos científicos alemanes!, comprendió entonces la santiagueña.
-Bueno, Andrés. -dijo en voz alta.-Cualquier cosa, avisame. Yo le transmitiré lo que vos me digas a Olimpia... que es en este caso, quien oficia de intermediaria.
* * *
Arturo había notado que durante toda aquella semana -la primera del año 1936- Sam se mostraba elusivo. Taciturno, pasaba largas horas tocando el piano: aunque, extrañamente, no ensayaba los temas alegres y rítmicos que habitualmente compartía sobre el escenario. Sino digitaba, repetitivamente, a veces de un modo moroso, mecánico, la Sinfonía Nª 6, en sí menor, Op. 74, de Piotr Illich Tchaicovsky: la Patética, su última obra, compuesta entre febrero y finales de agosto de 1893.*
Arturo no era alguien excesivamente comunicativo, más bien lo contrario. Sí se dio cuenta del desánimo del afroamericano, atríbuyéndolo, rápidamente, a algún desencuentro, quizá, con su novia Tina. "Ya se le pasará", pensó.
Por fin, el sábado por la mañana, Sam le pidió una reunión a solas. De inmediato Arturo le dijo que se quedara, y cerró la puerta de su despacho.
-Hay un problema, Arturo -casi sollozó Sam. -¡Debes echarme, de inmediato!...
-¿Echarte?- se sorprendió Arturo... -¿Por qué? ¿Me estás haciendo un chiste?
-No es un chiste, Arturo... ha pasado algo grave... que no puedo contarte, perdoname... En realidad necesito una constancia de que me voy forzado, para probar, realmente, que no estoy huyendo... aunque realidad tengo que huir... si no, todo terminará muy mal...
-¡Ehhh!... -se rió Arturo- ¿Es para tanto? Contame… ¿te has peleado con Tina? Decime lo que pasó; si quieres, tal vez entre los dos podamos encontrarle alguna solución...
-No... estoy muy bien con Tina... ya lo hemos hablado... nos iremos juntos a Buenos Aires... algún trabajo hallaremos allá..
-¡Chango!... ¡me dejas con la boca abierta!- exclamó Arturo... -¿Te he hecho algo malo, yo? Decímelo, porque no me he dado cuenta...
-No, amigo, no... vos siempre has sido demasiado generoso, conmigo... al contrario, soy yo el que estoy haciendo algo injusto, abandonando a quien más me ha favorecido, creo, a lo largo de toda mi vida...
-¿Por qué te quieres ir? Contámelo… prometo no decírselo a nadie más...
Sam lo miró, desolado... "es que...", exclamó, pero no pudo continuar... tapándose la cara con ambas manos, comenzó a llorar. Entonces Arturo, levantándose, le refregó un poco la espalda, hasta que se calmó.
-Te contaré todo- dijo, entonces Sam. -Me ha ocurrido algo muy malo...
-Seguramente podremos intentar solucionarlo... -aseguró el santiagueño del Malvar.
-Un oficial del Ejército Estadounidense, que trabaja para el Servicio de Inteligencia del Pentágono, me ha seguido y me ha hablado...
-¡No me digas!- se sorprendió Arturo.
-¡Me habló en la calle! ¡El lunes, mi día de franco!... Me ha dicho que debo colaborar con su trabajo, que es espiar a los alemanes en Santiago del Estero...
-¿En serio?... ¿él cree que sos amigo de los alemanes?...
-No... el cree, tal vez, que vos, como amigo mío, me contarás algo, pues sabe que tu novia es alemana...
Arturo lanzó una carcajada. "¿Y por eso andabas tan triste?", dijo después.
-Sí...-contestó Sam-... me puso en la opción de traicionarte a vos... o "traicionar a mi Patria, los Estados Unidos"... lo dijo él...
-¿Y qué tendrías que hacer?
-Contarle todo lo que vos me cuentes o yo me entere de lo conversado con la señorita Ilsa, sobre las actividades de los alemanes en esta provincia...
Otra vez, Arturo comenzó a reírse.
-Parece un chiste...- dijo... -¿vos crees que nosotros nos juntamos con Ilsa para dialogar sobre temas científicos o políticos?
-No lo creo, por cierto...-contestó Sam-...pero evidentemente él piensa que puede obtener información de mis relatos.
-Es que él recibe un salario de su gobierno, para hacer esto... tiene que justificarlo... no debe haber podido averiguar nada sobre los alemanes, que no son nada tontos... Y está tratando de sacar algo, de cualquier parte... ¿ofreció pagarte, a cambio de colaborar?
-Sí, dijo que me dará dinero, en negro.
-¡Perfecto!... ¡Te vendrá muy bien!...-exclamó sonriente Arturo... Esto no es un problema para mí, al contrario, estoy ayudando a un amigo como vos... y no tengo nada que ocultar sobre mi vida... ¡Puedes contarle todo lo que hago, si lo crees conveniente! ¡Yo no me enojaré!
Sam lo miró con sus grandes ojos oscuros aún mojados:
-Oh, Arturo... ¿en verdad no crees que te estoy traicionando a vos?
-¡Para nada!... Es más: te daré una primicia, sobre Ilsa y yo, que podrás compartir con tu contratista norteamericano, a cambio de una comisión. Para la primera semana de febrero, estamos planeando irnos a pasear, algunos días, por Bariloche.
-¿Puedo contarle eso?
-¡Claro!...- le contestó Arturo, riendo.
* Singularmente, pocos días después del estreno, el compositor agonizaba. La interpretación más conocida de la Patética, supone una retrospectiva autobiográfica. Desembocando en un réquiem... para sí mismo. Atribuido a una premonición, que Tchaicovsky habría experimentado, sobre la cercanía de su fallecimiento.
El lunes por la tarde, como a las seis, se reunían el Captain Rooney Gallagher y Sam Dooley, con una mesa de por medio, en el bar La Estrella .
-Tengo algo para usted-, le había dicho Dooley al oficial de inteligencia norteamericano esa mañana, por teléfono. Ahora, apenas luego de haber llegado el hombre, se lo repitió.
-Buen muchacho...-expresó el blanco sonriendo-, soy todo oídos...
-Antes debemos arreglar algo...- anunció Dooley.
-Dímelo...
-Usted dijo que me pagarían...
El otro lo miró, con algo de cólera en sus ojos azules.
-Aprendes rápido... -dijo.
Sam no contestó.
-Sí, sí... te pagaré, no te preocupes...
-Cuánto-, deslizó Sam.
-Depende de la importancia de la información... anticípame un poco de lo que se trata...
-Es importante... -dijo Sam.
-50 dólares.
-200 -contestó Sam.
El otro parecía enojado. Se quedó unos segundos silencioso. Finalmente, ladró:
-Yes! I'll pay you, old man! Tell me everything, at once!
-Se lo diré en español... -susurró el afroamericano.
Impaciente, el militar extrajo un fajo de billetes de su bolsillo, separó dos billetes de cien dólares y los puso a su lado, sobre la mesa.
-Ilsa y Arturo viajarán a Bariloche, la segunda semana de febrero.
-¿Algo más?
-Saldrán de aquí el domingo 9 de febrero por la noche... en un colectivo turístico, desde la terminal de Santiago.
-¡Pues sí, esto es importante! ¡Hay una colonia de nazis en la Patagonia, que preparan algo muy gordo! ¡Se lo comunicaré a mis superiores!... Toma -agregó, empujando los billetes hacia Sam... -te los ganaste. Continúa así.
Pedaleó contento regresando a Villa del Carmen, cuando las nubes iban tiñéndose de rojo, por la huída del sol. Dejando su bicicleta apoyada en la pared, frente a La Orquídea, Sam subió las escaleras, rápidamente, hacia la oficina de Arturo.
-Pasá, le dijo este, desde dentro.
-¿Y qué tal te fue con el yanki?- agregó, cuando lo tuvo sentado frente a él.
-¡Bien! -contestó Sam... -se puso contento... dice que allá hay una colonia importante de nazis... cree que irán en un viaje de coordinación, quizá...
-¿Te pagó?
-Sí-, dijo Sam, extrayendo los doscientos dólares y extendiéndolos hacia su amigo.
-No- dijo Arturo, guárdatelos para vos.
-La mitad... -insistió Sam...-, separando cien y guardándolos en el bolsillo de su camisa.
-Bien -aceptó esta vez Arturo. -Seremos socios, en esto.
* * *
-El hombre nace con un solo sentimiento -deslizó Moisés Carol-: el odio. En cambio la mujer, nace con los dos: Odio y Amor. Eso porque es una criatura biológicamente construida para tener hijos.
Estaban en la finca de los Revainera Saadi. En Fortín Melero. Allí, junto a una pileta de natación, bajo una frondosa sombra de jacarandás, algarrobos y lapachos, tomaban mate con tortilla al rescoldo, hacia las 9 de la mañana, Alberto, Maira, Cecilia, Griselda y Moisés.
-El hombre sí tiene amor, pero atrofiado-. Continuó su disertación, Moisés Carol. -Lo comienza a desarrollar recién cuando su madre le da la teta. En cambio la mujer no, la mujer ya viene con los dos sentimientos básicos: completa.
En ese momento se acercó a ellos, deteniéndose a unos tres metros de distancia, Belinda, la cocinera.
-Díganos, Belinda -autorizó Alberto.
-Tenemos Cadera en filetes, Babilla y Redondo, que han traído temprano de la estancia. Quería saber si pensaban encargar algo especial para el almuerzo.
-Comeremos lo que usted y Maira decidan, Belinda..
-Muy bien señor.
-Yo le ayudaré a cocinar... como a las once estaré allí, junto a usted, en la cocina.
-Muy bien señora.
-Quién lo ha visto y quién lo ve a tu amigo Arturo del Malvar -lanzó imprevistamente Alberto, cuando se fue la mujer. -Nosotros aquí, en medio del monte, y él veraneando en Bariloche.
-Es por su novia alemana...-introdujo Maira- ellos tienen plata fuerte... les pagan bien, y el marco se ha valorizado increíblemente...
-Creo que no es alemana, sino española... -dijo Alberto.
-Alemana -aclaró Moisés-.
-Habla como española... con un manejo perfecto del castellano.
-Se crió en España. Su padre era un diplomático alemán, destacado allí junto a su esposa e hija, por más de veinte años...
-Ah... Pero me quejo de pendenciero nomás. En realidad lo pasamos muy bien aquí, en nuestra tierra...
-Ves cómo es de cierto lo que decía Mariano Paz de Arturo del Malvar...-añadió, con risas, Moisés Carol-: "No es que Arturo se parezca a Humprey Bogart, sino que, el norteamericano, es quien se parece a él". Tan es así, que la alemana no consiguió olvidarlo. Y apenas pudo, se vino a Santiago del Estero, para buscarlo a él... Creo que, siendo hija de un diplomático, si hubiera querido un destino más cómodo, más cerca de su país o allí mismo, lo hubiera conseguido... Eligió, en cambio, emigrar a Santiago... porque parece que tiene ganas de quedarse...
-Sí, es un caso, este Arturo... y se vino de Filipinas con un negro norteamericano... No sé si sabías de sus últimas hazañas...
-No...-contestó Moisés- hace tiempo que no charlo con él.
-Hay un espía del gobierno yanki en Santiago... y lo apretó al amigo negro de Arturo para que le pase información, sobre los alemanes...
-¡No me digas!
-¿Qué hizo Arturo? Lo mandó a Sam que le cuente que ellos se iban a Bariloche, cobrándole doscientos dólares por la primicia... ¡cuando todo Santiago sabía que Arturo y su novia iban a viajar a Bariloche, de vacaciones!
-¿Y cómo el yanki no lo sabía?
-Porque es espía... -dijo riéndose Alberto- se maneja con sigilo... no conversa con nadie, salvo que sea alguien a quien cree que podrá extraerle informaciones cuando le interesen.
-No tiene la menor idea de cómo somos los santiagueños... aquí todo el mundo sabe todo de todos... los chismes son el mejor entretenimiento que tenemos... si le hubiera preguntado a cualquiera, en alguna confitería, se lo hubieran contado, gratis...-se rió Moisés Carol.
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