Capítulo 28

Capítulo 3



El jueves 2 de abril de 1936 se iba a estrenar la película Bajo la Santa Federación, en el cine Petit Palais, de Santiago del Estero. Edith Saganías, Olimpia Righetti y Genaro Coria, se habían puesto de acuerdo para ir juntos, a la función Familiar. Con tal propósito, habían contratado un mateo. El coche lo iría a buscar, primeramente, a Genaro, el que vivía más lejos del centro. Luego, pasaría por la casa de las jóvenes -quienes habitaban, como se recordará, parte de una casita en la avenida Rivadavia, casi Aguirre.

La película venía teniendo gran éxito de público en otras provincias, desde su lanzamiento oficial, algunos meses atrás. Según la revista Radiolandia, “no se trataba de un tema nuevo para la literatura y teatro del siglo veinte”: el de “la eterna puja entre unitarios y federales”. Su argumentista, era un multifacético escritor, quien ya había guionado exitosos programas de radio. Con obras teatrales, difundidas regularmente, en horarios populares. Escribía, asimismo, letras, para las canciones complementarias, que, musicalizadas y difundidas en esos radioteatros con audiencia masiva, se convertían, rápidamente, en grandes éxitos de venta.

Entre 1929 y 1933, Pedro Blomberg, de 47 años,  había obtenido el primer lugar en ventas de discos argentinos, con cinco de sus canciones: “La guitarrera de San Nicolás” y “Tirana unitaria” en 1930; “La bordadora de San Telmo”; “Los jazmines de San Ignacio” en 1932; y “La canción de Amalia” en 1933. Además de haber escrito y publicado tres libros de novelas históricas: La pulpera de Santa Lucía, La mulata del Restaurador y La cantora de la Merced.  

Con tal currículum, en una producción nunca antes alcanzada por los realizadores locales, filmaron en muy poco tiempo la adaptación de este exitoso radioteatro al cine. Para dirigirla se había elegido a Daniel Tinayre, de 25 años, nacido en Francia pero afincado en Buenos Aires desde su adolescencia. Quien junto a Bloomberg se ocupó, también, en parte, del guion. Los principales nombres que se leían en los afiches de lanzamiento, impresos a todo color y colocados en todas las marquesinas y exhibidores públicos de la muy extensa argentina, eran los siguientes:

Adaptación del romance radial:

Manuel Lema Sánchez

Carlos M. Viale Paz 

Música: 

Héctor Pedro Blomberg y canciones de Enrique Maciel

Fotografía:

Francis Boeniger

Escenografía:

Carlos Ferrarotti

Protagonistas:

Tulia Ciámpoli

Carmen Valdés

Arturo García Buhr

Pepita Muñoz

Inés Padilla

Ricardo Passano

Domingo Conte

Valerio J. Castellini

Domingo Sapelli

María Esther Gamas

Félix Blanco

Isidro Martínez

Además de numerosos extras.


Tanto Edith Saganías, de 24 años, como Olimpia Righetti (22) eran jóvenes muy bonitas. Olimpia, hija de padres suizos, y Edith, de padre aborigen y madre criolla, ostentaban los más armoniosos rasgos de sus respectivas configuraciones genéticas. Trajinaban entre sus habitaciones y el gran espejo instalado entre ambas, probándose sombreritos. Mientras tanto Genaro, se había sentado en el living, hacían ya más de diez minutos.

-Nos espera el mateo... -recordó, por segunda vez.

-¡Ay, Genaro, que espere un poco, no se va a resfriar!... -resongó Edith.

-Es verdad, pero, también, que nos va a cobrar más...

-No será tanto...-apoyó Olimpia a su compañera-.

Cuando por fin llegaron al cine Petit Palais, frente a la plaza Libertad, se había formado una cola para comprar entradas que alcanzaba la vereda de la Catedral. Faltaban aún veinte minutos para el comienzo de la función.

Casi sobre la hora, por fin, entraron. 

En aquellos tiempos, los cines solían ofrecer dos películas, si duraban hasta 60 minutos cada una. O una más larga, y en la primera parte, variedades. Las que solían incluir noticieros, locales o internacionales, cortas cintas de cine mudo, o hasta números en vivo. Con un intervalo, de quince minutos, en el medio. Para que los espectadores saliesen a tomar aire, conversar, comprar golosinas para los niños o, incluso, algunos comían un gran sándwich, otros se tomaban un café, un helado, etcétera. Allí mismo, en el hall del cine o fuera, pues cuatro o cinco carritos ofrecían diversas alternativas.

Cine Petit Palais. Platea y anfiteatro. 1937. Fuente: familia Mazzure.


El cine estaba colmado. Algunos no habían podido obtener entradas, al llegar sobre la hora. Durante el intervalo, Genaro, Olimpia y Edith se encontraron con Arturo del Malvar y su novia alemana, Ilsa Hagen. Acordaron reunirse de nuevo, al final de la función, para ir juntos a una confitería.

La película tenía como eje argumental un triángulo amoroso, entre una muy bella joven perteneciente a familias federales, su novio, oficial del ejército Nacional (constantemente mencionado por los protagonistas del film como “mazorquero”) y un refinado galán, proveniente de las clases adineradas argentinas. Presentado como un ser romántico, con grandes dotes intelectuales, elocuente, histriónico. Mas, pese a ello, detestado por el entorno social de la enamorada. El film fluctuaba entre un, por momentos, aparente respeto a las instituciones gubernamentales, conducidas por Juan Manuel de Rosas y su Partido Federal, y constantes insinuaciones de la supuesta rudeza primitiva de sus métodos y acciones en la existencia práctica cotidiana. Hasta tornarlo -según los guionistas- en insoportable republiquita sudamericana, salvaje y atrasada, en contraste con las luminosas sociedades europeas -particularmente la británica y la francesa-, que conocían muy bien los “distinguidos” miembros de la sociedad rural y el Partido Unitario. Presuntamente -según la meta atmósfera subliminal del film-, la única clase de personas que podría salvar a la Argentina de aquél “retroceso medieval” a la que “el tirano Rosas” y sus “hordas de gauchos salvajes, indios, negros y otra ralea inclasificable”, parecían haberla condenado.

Cuando terminó la película, un discreto vocerío se comenzó a escuchar desde todos los sectores de la sala, mientras la multitud se dirigía, por los pasillos del medio y los costados en la platea, hacia la salida. Y comenzaba a bajar, desde el anfiteatro.

Cine Petit Palais. 1930.Fuente: anónima.


Arracimados por corrillos en la vereda, muchos se quedaban a conversar. El público estaba compuesto por varones y mujeres mayoritariamente jóvenes -de entre 15 a 30 años- adultos -30 a 50- y algunos pocos de 60 para arriba. Quienes se quedaban eran principalmente los jóvenes, pues luego del cine solía acostumbrarse coronar la noche con una liviana comida o al menos algunas copas en conjunto con amigos. Había por entonces unos seis o siete bares y restaurantes muy amplios, en el centro.

Genaro, Edith, Olimpia -y ahora también Arturo e Ilsa- no eran la excepción. Desde el espacio del veredón en el que conversaban, Edith divisó a alguien que conocía. 

-¡José Luis Torres! -exclamó- ¡No sabía que estaba en Santiago! ¡Lo hablaré! Está solo... Le preguntaré si quiere venir con nosotros a la confitería... ¿les parece bien?

-Si es amigo tuyo, no tengo problema -contestó Olimpia. 

-Yo tampoco, por cierto...-expresó Arturo- ¿Quién es?

-¡Un talentoso escritor!... ¡hasta hace poco fue ministro de Gobierno de Tucumán! Pese a su juventud...

A unos diez metros de allí, en un rinconcito de las dos anchas escalinatas externas del cine, el aludido fumaba, en soledad.

-¡Hola José Luis!-exultó Edith, llegando a él rápidamente por entre medio de la multitud.

El hombre, de unos 34 años, pareció sorprenderse.. Mas luego de mirarla fijamente exclamó:

-¡Hola Edith! ¡No te había reconocido! Con ese sombrero...-e inmediatamente agregó: -que, entre paréntesis, es muy bonito, te queda muy lindo.

-Gracias José Luis... ¿Hace mucho por Santiago? ¿O viniste recién?

-Hace tres días... -contestó el personaje. Elegante, lucía traje gris y su cabellera oscura, frondosa, iba peinada hacia atrás. Sus ojos, muy oscuros, revelaban al fijarse en ellos cierta inquietante profundidad.

-Ah, ¿y te quedas algún tiempo? ¿O solo estás de paso?...

-Por ahora, me quedaré algún tiempo... ando buscando trabajo... ¡otra vez!... -articuló José Luis Torres. 

-¡Ah, bien! -manifestó Edith-: ¿quieres venir con nosotros a comer una pizza y tomar chop o cerveza? Estoy con un grupo de amigos, allá...-invitó, señalando al espacio donde, al costado de la vereda, que ya se iba despejando, su grupo también los observaba. A esa hora -aproximadamente las 21:30- el centro de Santiago ya no presentaba casi ningún tránsito de vehículos, sean estos motorizados o de tracción animal.

-¡Pues claro! ¡Me vendrá muy bien conversar!... trataré de no ser importuno...

-Eres siempre bienvenido, José Luis... bueno, vamos...

Juntos, caminaron hacia el grupo que los esperaba.

-¿Adónde vamos?

-Podríamos ir aquí a la esquina, nomás -contestó Edith -a El Nuevo Paraíso… de Rodolfo Tarchini. Tiene una linda terraza... que su dueño propagandiza con la frase: “¡Tómese un chop, junto a las estrellas!”...

-¡Qué buen jingle! -celebró Torres. Quien era un pionero de la comunicación radiofónica. -¿Tarchini es poeta?

-Quizá... no lo conozco personalmente, lo he visto, solo de lejos...



Al reunirse con el grupo, Edith presentó a su amigo:

-A Olimpia ya la conoce... Arturo del Malvar, es empresario; Genaro Coria, agricultor y comerciante; Ilsa Hagen, filóloga, alemana.

Efectivamente, la terraza de Tarchini era una espléndida plataforma al cielo. Aquella noche otoñal de 1936, exhibía un firmamento sin nubes, donde podían distinguirse a simple vista una inmensa Cruz del Sur y luego, como un delicioso panorama, la Vía Láctea, y algunas otras galaxias. El lugar estaba concurrido ya, aunque todavía quedaban algunas mesas libres. Eligieron dos junto a la baranda izquierda, desde donde podrían mirar, también, eventualmente hacia la calle Avellaneda, que iba por debajo, y la plaza Libertad.

Luego de juntar las mesas para ampliar el espacio disponible, pidieron dos pizzas, una fugazzeta, otra, Napolitana. También dos cervezas, y dos chops. 

Canal Feijóo, que había visto a Torres, desde una de las mesas donde también departía con un grupo de amigas y amigos, se acercó a saludarlo. Después de intercambiar algunas palabras corteses, le extendió una tarjeta personal, diciendo:

-¡Llámemé, y nos juntamos cuando usted quiera, a conversar!

-¡Cómo no, doctor! -¡Gracias!

-¿Usted es alemana? -preguntó José Luis Torres a Ilsa, apenas se hubo ido el abogado Canal.

-Así es -contestó la aludida.

-Pero habla muy bien el castellano- observó el joven ex ministro.

-He nacido en España y he vivido allí hasta mis veinte años. Mi padre y mi madre integraban el cuerpo diplomático.

-Ah, pero si nació en España es, entonces, española...

-Los alemanes lo somos aunque hayamos nacido en otro lugar del mundo. Es una ley medieval, que se mantiene vigente en nuestra cultura. ¿Y usted? -preguntó sin transición Ilsa, que buscaba alejar de sí misma el eje de los diálogos-... es tucumano, ¿no?... fue ministro, nos dijeron... ¿seguirá ahora con su carrera política?

-Ah, sí... soy tucumano...-dijo Torres- fui ministro... durante dos años... una experiencia muy agitada, se los aseguro.

-Se dice que los gobiernos de Nougués, fueron muy buenos, para el pueblo tucumano... con muchas mejoras, principalmente para los más pobres y los trabajadores...-comentó Genaro.

-Fueron los únicos gobiernos realmente democráticos, en lo que va del siglo... aunque, por cierto, los tachan de “populistas”, “demagógicos”, y otros epítetos que se suelen aplicar a quienes tratan de gobernar para todos, y no sólo para una pequeña camarilla de millonarios tras el trono. 

“De algún modo le pasó a Nougués lo mismo que a don Juan Manuel de Rosas. Cuando comenzó a poner límites a las gigantescas ganancias de los grandes estancieros de Buenos Aires, lo derrocaron. 

“Nougués intentó poner impuestos de un centavo por bolsa a las toneladas de azúcar que se producían en los gigantescos, ingenios de Tucumán, arrojando inmensos beneficios para sus quince o veinte dueños... Con más de 70 empresas, diseminadas entre Tucumán, Jujuy y Salta. Nougués quería gravar sólo a las que estaban en Tucumán. Duró poco. Consiguieron que este gobierno nacional corrupto lo interviniese.”

-Se publicó en algunos diarios locales que la idea del impuesto de un centavo había sido suya...-intervino Genaro.

-¡No importa de quién fue la idea! Nuestro propósito general era el mismo que se aplicó a pequeña escala cuando Nougués fue intendente, durante apenas dos años... también, de allí, habían logrado derrocarlo. Cuando volvió, plebiscitado por la inmensa mayoría del voto popular, queríamos ampliar ese programa de realizaciones... que buscaba dotar de viviendas, educación pública, dignidad, hasta el último pueblito de Tucumán... Sólo eso... que la gente viviera como personas, no sólo burros de carga o semiesclavos de los grandes millonarios provinciales... quienes, como usted seguramente sabe, han puesto y sacado presidentes de la República, desde Roca hacia acá...

-No nos dijo si continuaría su carrera política...-observó Arturo del Malvar.

-¡No la continuaré! -afirmó José Luis Torres- estoy escribiendo un libro, ahora. Que en gran parte constituye una respuesta, a esta nueva agresión ilegal de los eternos enemigos de nuestra Patria. Una fatalidad que viene repitiéndose desde nuestros orígenes como nación. De algún modo lo muestra, en parte, la película que pudimos presenciar hoy.

“Desde el momento mismo que se gestó nuestra Independencia, fuimos juguete de intereses extranjeros... Los promotores de la lucha contra España estaban divididos, al menos, en cuatro bandos... Los que impulsaban San Martín, O'Higgins, Bolívar... manipulados por el imperialismo inglés. Los que impulsaban Carrera y Artigas, subsidiados por los norteamericanos... que ya comenzaban su expansión imperialista. Los únicos que, de verdad querían hacer una patria libre y soberana... y justa... eran varios caudillos, como Facundo Quiroga, Ibarra, Peñaloza, Pancho Ramírez, con otros varios grupos, encabezados finalmente por Juan Manuel de Rosas.

“Hasta cierto punto, el gobierno de Nougués fue continuidad de la ideología de los caudillos... de aquellos ejércitos, despectivamente denominados "montoneros" por los afrancesados portuarios... toda esa jerga infecciosa, que convirtió la palabra "gaucho" en sinónimo de "vago, rebelde" (o cosas peores) "indio", sinónimo de despreciable, "criollo", sinónimo de holgazán... etcétera... Otra vez, comienza a aplicársenos a nosotros, ahora.

“Por eso, les dije que no continuaría en la política postulándome para diputado o algo semejante. Como periodista y escritor vocacional, creo que mi sitio es en ese otro flanco donde se nos ataca. Y hay muy pocas respuestas, hasta el día de hoy. Que es en nuestra Educación y Cultura.

“Desde Sarmiento y José Mármol para acá, se lavan los cerebros enseñándonos que es malo ser como somos. Que los únicos dignos de gobernar, de ser ricos, de ser felices, en fin... son los porteños, y de entre ellos, los más blancos y europeizados. Los demás sobran. Deben agradecer cuando les "dan" trabajo los más ricos. Y eventualmente, estar en riesgo de ser eliminados.

“Es una batalla cultural. Soy un hombre de medios. De Radio, de libros, de teatro y cine. Esas son mis armas... no me apartaré de allí... hay mucho por hacer, en este frente, aún.”

-¿Cómo se llama su libro?

-Los Perduellis. 

-¿Qué significa?

-En la antigua Roma se llamaba perduellis al enemigo interno de la patria, y hostis al enemigo exterior. El crimen de perduellio (contra la patria) y el de peculado (apoderamiento ilegítimo de cosas del Estado), eran castigados con la pena de muerte. Escribo este libro para denunciar a los eternos perduellios (latrocinios de los bienes públicos), a lo que parecemos condenados como nación. Pero también para desplegar un programa de gobierno, que es un camino inverso al seguido, hasta ahora, por la mayor parte de quienes gobernaron la Argentina. Menos don Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga, o algunos otros pocos caudillos del interior... incluyendo al gobernador Juan Luis Nougués… de cuyo equipo ejecutivo tuve, hasta hace muy poco, el honor de formar parte.


***


Ese mismo día, desde las siete de la tarde, estaban reunidos el jefe de la delegación alemana en Santiago del Estero, Alfred Röhm, con el antropólogo Hans Meißner y la arqueóloga Gerda Groß. Röhm había viajado especialmente para ello, desde Garza, donde habitualmente residía. La casa que habitaban los jóvenes científicos Hans y Gerda, estaba construida sobre un gran galpón, donde almacenaba sus mercancías el comerciante local José Bonacina, propietario del edificio. Los alemanes se la alquilaban. Estaba ubicada en la calle Pedro León Gallo, una cuadra antes del estadio del Club Central Córdoba, del barrio Cantarranas.

Portadilla de la Lettera Apologetica.


Sobre la larga mesa de aserrín prensado, recubierto de polietileno blanco, se desplegaban las instantáneas, impresas en el tamaño más grande que podía revelar y copiar, por entonces, el estudio fotográfico santiagueño de Julio Andreoli. Eran las páginas del libro Lettera Apologetica, de 1750. Que trataba sobre la interpretación de los Quipus, lenguaje utilizado por los aborígenes sudamericanos antes de ser conquistados por los europeos.

-¿Han logrado descifrar algo? -preguntaba Röhm.

-En principio, sí... aunque sólo cuestiones elementales... es muy poco el tiempo que hemos tenido... además que no entendemos demasiado el italiano, especialmente este, que es bastante arcaico... hemos comprado un diccionario, pero no basta... el trabajo es muy lento.

-Les mandaré a Ilsa... ella conoce muy bien el italiano.

-¡Gracias!...

-Según lo que ese brujo indígena les ha sugerido, los quipus podrían tener un valor extraordinario para el conocimiento científico actual...

-No es brujo... es curaca...-corrigió Gerda.

-Bueno, algo parecido...

-No es parecido, insistió la joven alemana, “curaca”, es sinónimo de “conductor”, “jefe político”, “consejero”... no de taumaturgo...

-Gracias Gerda. Decía que, según lo comunicado a ustedes por el curaca, los antiguos sabios habrían establecido, al estudiar la Galaxia Quipu, un sistema de conceptos equivalentes a los de quienes, supuestamente, controlan todo el Universo, desde aquella Galaxia... 

-Así es... -contestó Hans (hablaban en alemán).

            -¿Se dan cuenta? ¡Para nosotros, sería un descubrimiento extraordinario, que supera nuestras expectativas!... Habíamos venido para trabajar tranquilos, lejos de la baraúnda europea, en la complejización y perfeccionamiento de nuestro sistema criptográfico Enigma IV, y en el desarrollo de la computación binaria... y nos encontramos con esto... ¡un lenguaje por medio del cual se pueden manejar los fenómenos naturales de la Tierra!

              -Es lo que dijo el curaca... 

              Röhm estaba enfervorizado:

               -¿Ustedes se imaginan? Podríamos desatar vientos... maremotos, hacer nevar sobre Santiago del Estero en pleno verano, si lográramos descifrar este lenguaje maravilloso...

               “¡Nadie podría superarnos en conocimiento aplicado... los norteamericanos están trabajando a paso forzado para obtener la descomposición del átomo... para lograr una bomba, que según los judíos Einstein y Oppenheimer podría destruir el mundo entero; pero esto es infinitamente superior... 

                “¿De qué serviría destruir el mundo? Lo que necesitamos es controlarlo para el bien de toda la humanidad... con este conocimiento, los humanos podríamos hacer llover sobre los campos secos, crecer los árboles a velocidad más rápida... desviar ríos y achicar mares...” 

                  -Debo decirle algo, doctor Röhm...-susurró, cautelosamente, Hans.

                   -Qué...

                   -Mejor dicho... dos cosas... Primero: no estamos seguros de que Raimondo di Sangro, el napolitano descifrador, según él, de los códigos secretos con que se manejan estos quipus, verdaderamente lo haya hecho. Todos los supuestos significados que figuran en su libro, bien podrían haber sido producto de su inventiva e imaginación.

                    “Segundo: el curaca nos advirtió que este conocimiento era tan peligroso, para los humanos, que ni siquiera los Incas, los príncipes mayas o los reyes aztecas lo conocían... Sólo algunas pocas mujeres y hombres elegidos, desde su nacimiento, y preparados durante toda su vida para este saber, llegaban a recibirlo. Y no podían revelárselo a nadie, ni hablar de ellos, salvo con seres superiores, no humanos. A quien sólo ellos podían ver, y los cuales únicamente con ellos se comunicaban.

                     -Los Ulalos...-discurrió entre dientes Röhm.

                     -No mencionó en ningún momento a los Ulalos-expresó Gerda.

                     -No... digo... los Ulalos deben saber algo más sobre esto... de hecho, están manejando tecnologías más avanzadas que las nuestras... ¿no se acuerdan cómo iluminaban los gigantescos salones de aquella exposición indígena a la que fuimos el año pasado, cerca de Palo Negro? ¡Sin cables! ¡Saben cómo trasladar la energía eléctrica por el aire!...

                      -Es verdad -contribuyó Hans. Pero no hemos logrado encontrar a nadie que nos pueda dar alguna pista de cómo llegar a ellos...

                       -Insistan-ordenó Röhm. El director general de aquella delegación alemana, la cual se había desplegado con diversas instalaciones tecnológicas e industriales por varios pueblos santiagueños. E incluso, en su capital. Desde mediados de 1935. Es decir, ya casi hace un año.


Capítulo 4 (29)


ÍNDICE


Comentarios

Entradas populares