Capítulo 34
Capítulo 9
El día estaba nublado. Aunque no parecía que pudiera llover. Al menos no de un modo inminente.
-Busquemos algún refugio- les dijo el tonocoté Saphi Oqariq a sus dos hijas. Urpi de nueve años, Miski de siete. -Por las dudas-, agregó.
Caminaron hacia el norte. La comunidad sanavirona-tonocoté establecía la obligación de que cada uno de sus integrantes, hasta los sesenta años, debía efectuar rondas, de veinticuatro horas, por franjas de unas cincuenta hectáreas -de las cinco mil que se poseían- para controlar posibles daños o anomalías. Generalmente provocadas por invasores humanos. Generalmente se ocupaban de esto los hombres. No era infrecuente, sin embargo, que alguna joven quisiera acompañar a su novio, o que el responsable de la ronda pudiera llevar alguna de sus hijas o hijos.
Caminaron hacia el Este.
-Mirá papi, un quirquincho...-exclamó Urpi.
-Sí... nos está observando... si nos acercamos mucho, va a huir...-contestó el hombre, de unos treinta y cinco años.
Continuaron por el sendero abierto naturalmente, entre la espesa vegetación y grandes árboles más o menos separados por espacios de unos cinco metros.
La más pequeña de las niñas se acuclillaba, cada tanto, para juntar kishca-loros, tomándolos, con suma destreza, entre sus deditos sin lastimarse en absoluto, por entre las erizadas espinas de unas cactáceas enanas que abundaban sobre los costados de los senderos. Iba colocándolas dentro del morral que colgaba de su costado, igual que su hermana, o a veces comía, con fruición, alguna de las pequeñas y dulces frutas rojas.
-¡Allá hay un refugio!- indicó Urpi, la hija mayor.
-Está quemado...-observó su padre.
Efectivamente, aún desde esa distancia -unos trecientos metros-, se percibía el ennegrecimiento en las paredes y agujeros en el techo de la sencilla construcción. Eran chozas de un solo ambiente, donde solían dejarse elementos básicos que permitieran a los caminantes guarecerse de la lluvia, o el fuerte sol, durante algunas horas o incluso días. Solía dejarse adentro ollas y otros recipientes de cerámica, un brasero de hierro fundido, un pequeño armario con frazadas y otros elementos, además de cuatro sencillas camas de madera y tiento.
Al llegar comprobaron que había sido incendiado intencionalmente. En la pared externa, de adobe, se destacaba una mancha negra, subiendo hasta el techo, de paja y barro. Esa parte del techo se había derrumbado. La puerta, de quebracho blanco, se había quemado, asimismo, en parte. Pero sólo presentaba un agujero no demasiado grande. Había resistido el fuego, sin derrumbarse. Saphi extrajo una llave, de su mochila, y la abrió.
-Aquí se ha caído el techo...-constató, mirando el agujero abierto, hacia el sur, y señalando un gran trozo de adobe chamuscado, de donde emergían algunas cánulas de paja igualmente negras. -El resto de la mampostería, al parecer está bien. Tampoco han podido entrar... quizá ni siquiera les interesaba... Parece que es uno más de estos incendios que nos provocan, de vez en cuando, los ingleses... sólo para avisarnos de su presencia y sus ambiciones de apoderarse de todas estas tierras...
-¿Los ingleses? -se sorprendió Urpi.
-Bueno... sus soldados... u obreros... gente que ellos mandan...-amplió la explicación su papá. -No importa -dijo luego- lo repararemos... y podremos quedarnos aquí, hasta mañana... aunque llueva, no nos mojaremos... tendremos, también, para prepararnos la comida: la cena, la merienda y el desayuno...
-¿Qué vamos a comer esta noche? -preguntó Miski.
-¡Pescado!- contestó su padre.
-¡Qué rico!-festejó la niña.
-¿Por qué quieren adueñarse de nuestras tierras los ingleses? -indagó Urpi, quien mantenía su preocupación por lo presenciado.
-Porque ellos codician nuestros árboles -contestó su papá.
-¿Para qué quieren los árboles? -insistió Urpi en su indagación.
-Para fabricar muchas cosas... como traviesas de tren, también llamados “durmientes”... ellos los llaman crossties…
-¿Qué son?- dijo aún Urpi, la hija mayor.
-¿Te acuerdas de las vías del ferrocarril? ¿Que te hemos mostrado alguna vez que fuimos a Icaño, o a Selva, a buscar mercaderías?
-Sí...
-Bueno, los durmientes, son esas maderas que se ponen bajo las vías, para que las sostengan... ¿te acuerdas de esas franjas de madera?
-Sí... -también Miski atendía la conversación con gran interés.
-Bueno... Las medidas de los durmientes de madera suelen tener una longitud de aproximadamente 2,6 metros a 2,7 metros. Estas medidas aseguran que los rieles estén correctamente apoyados y distribuyan de manera adecuada el peso de los trenes...
“Los durmientes de madera se fabrican con maderas duras, como el quebracho, el roble o el pino. Estas maderas son las más buscadas por los dueños de los ferrocarriles, por su resistencia y capacidad para soportar grandes cargas...
“Nosotros, aquí, tenemos millones de quebrachos... pero no los queremos cortar... solamente los usamos en muy pequeñas cantidades, para fabricar nuestros muebles u otros elementos domésticos...
“En cambio ellos, los quieren arrasar... porque ellos tienen miles y miles de quilómetros de vías, en varios lugares del mundo... y siguen construyendo más y más y más... porque su ambición es infinita... Y también, quieren todo el quebracho que pueda haber, porque del quebracho sacan el tanino... que les sirve a ellos, en sus grandes fábricas, para curtir cueros y también para fabricar varias otras sustancias útiles para sus industrias...”
-Ellos... ¿son los ingleses? -preguntó la de siete años.
-Sí.. los ingleses...-le contestó su hermana, Urpi.
-¿Papi... nosotros nos vamos a quedar siempre aquí?
-Vos no, el año que viene, si terminas aprobando todas las materias de tu escuelita primaria, vas a tener que ir a Selva, para cursar la escuela secundaria... Y después, si todo anda bien, podrás ir a la universidad...
-Sí, ya sé -contestó la niña-, pero yo digo, nosotros, la familia, ¿vamos a seguir viviendo siempre aquí?
-Y... creo que sí... ¿por qué no?- dijo el padre.
-Por los ingleses...
-Los ingleses en algún momento se van a ir... aunque tienes razón, ahora son peligrosos para nosotros... tienen mucho poder... tienen un ejército, con armas, el gobierno de la Nación los prefiere a ellos, antes que a nosotros... así que en cualquier momento podrían invadirnos, y quedarse con todo...
-Por eso digo... -murmuró la niña.
-El consejo de ancianos y el padre Colombo han encontrado una solución... creo...-manifestó el tonocoté Urpi Oqariq, entonces. -Como el gobierno provincial nos apoya, generalmente, se ha decidido crear una comisión municipal. Y elegir autoridades legales, de acuerdo a la Constitución de Santiago del Estero. Entonces formaremos parte de las instituciones provinciales, y tendremos mayores posibilidades de conseguir protección judicial.
-Ah...-exteriorizó Urpi, al parecer no muy convencida.
-También, otra cosa...
-¿Qué?
-Vamos a hacer un acuerdo con los alemanes...
-¿Qué acuerdo?
-Les vamos a alquilar tierras... todas las tierras que rodean nuestro pueblo... como tres mil hectáreas... con la única condición de que no desmonten más de doscientas hectáreas, en cada franja... Ellos se van a ocupar de la seguridad... porque tienen su propio ejército, también, como los ingleses.
-No me gustan los alemanes- dijo entonces Miski, la más chiquita.
-¿Por qué?- le preguntó su padre, sonriente.
-Tienen mal olor...-contestó la niña.
-¿Olor a qué?- se rio Saphi.
-A naranja agria.
***
-Bueno, aquí he traído los contratos -dijo Mariano Paz. Estaban en el café de Tribunales. -¿Quieres echarles una mirada?
-No-, expresó Umbídez. Si vos los has redactado, deben estar bien. Solo explícame qué dicen.
-Son dos. Uno, entre la cooperativa La Moreneta, de Silípica, y la comunidad Lucup Tiquiunky. Otro, entre ambas con la empresa harinera Marconetti.
“El primero, es en realidad un Estatuto Cooperativo. Donde se consigna que la comunidad Lucup Tiquiunky participa, con bienes de capital y mano de obra especializada equivalentes a un 50 por ciento, de la cooperativa La Moreneta.
“El segundo, en que La Moreneta proveerá entre un mínimo de 5.000 y un máximo de 30.000 toneladas anuales de trigo, limpio y clasificado, a la fábrica Marconetti Hnos., con sede en la localidad de Bandera, luego de cada cosecha anual.”
-Está bien-, dijo Umbídez.
-Macanudo; tendríamos dos opciones: o viajamos mañana sábado, y nos quedamos dos días en Lucup Tiquiunky; o vamos directamente el domingo... siempre tendremos que ocupar, también, parte del lunes... porque las oficinas de Marconetti no trabajan ni sábado ni domingo... ¿a vos te dará permiso el viejo Carol?
-Sí, ya le he avisado. Ha dicho que no hay problema. Pero mejor viajemos directamente el domingo... -contestó Umbídez.
-Mirá que es un viaje largo...-advirtió el abogado-... primero, ir a Villa Silípica y volver... para agarrar la ruta nacional, en mejor condiciones que la provincial entre Silípica y Garza... es riesgoso viajar por allí. Este es el viaje más largo, unas cuatro horas... llegando a Lucup, ya no será problema, en menos de una hora vamos a estar en Bandera.
-Bueno, salgamos el domingo bien temprano, entonces... -propuso Umbídez.
-Está bien -dijo Mariano Paz. -Les mandaré a avisar a los muchachos de Silípica. Para que nos esperen a las ocho.
-Deciles a las siete, -corrigió Umbídez-. Para que se junten a las ocho.
-Meta.
Aquel domingo, 7 de junio de 1936, Umbídez pasó a buscar por su casa a Mariano Paz, a las siete y media en punto. En veinte minutos, estuvieron en Silípica, donde los esperaban ya unos treinta aborígenes tonocotés, prolijamente vestidos, en el edificio de la cooperativa.
El campo que les fuera asignado por el gobierno para su explotación, era propiedad pública. Había pertenecido al empresario francés Saint Germés. Prendándolo, el francés obtuvo el préstamo con el que pudo comprar las máquinas e instalar su fábrica de azúcar, en 1885. Pero después le fue mal, como todos saben, y dado que su familia no pudo pagar la deuda con el Banco de la Provincia, el fisco terminó quedándose con las hectáreas de Silípica.
Mariano Paz le había comentado a Umbídez por el camino, que al parecer no era verdad que Saint Germés se hubiera suicidado por el fracaso de sus empresas. Como se había impuesto en el acervo popular santiagueño. Sino que había muerto por accidente, cayéndose, debido a un resbalón, dentro de un trapiche, ya casi a principios del siglo XX.
-Si se hubiera suicidado, no figuraría en las actas eclesiásticas una inscripción diciendo, más o menos, que: «murió en la comunión de la Santa Madre Iglesia», asfixiado, según el testimonio de personas respetables-, explicó el Nano -y «fue sepultado, en el cementerio municipal [...] y se le hizo oficio cantado y misa cantada».*
El trámite en la cooperativa La Moreneta no insumió mucho tiempo. Apenas unos cuarenta minutos. Durante los cuales Mariano Paz respondió algunas preguntas de los socios. Y luego los contratos fueron firmados por Pedro Yupanqui, su presidente, y Silvia Palomino, contadora pública nacional, su secretaria.
Cuando regresaban hacia La Banda, para tomar el camino que los llevaría al Departamento Robles, Umbídez le preguntó al Nano Paz:
-¿Por qué le han puesto el nombre “La Moreneta” a la cooperativa?
-Por la Virgen.
-Ah, ¿sí? ¿Hay una Virgen con ese nombre?
-¡Sí! ¡La patrona de Silípica! Y de las embarazadas... ¡Tienen una magnífica escultura de bronce en la capilla!... Muy antigua... tanto, que se adjudica el retrato original, representando su rostro, a San Lucas... el autor de uno de los Evangelios Canónicos... tomando como modelo a la mismísima Virgen María...
-¡Mirá vos! ¿Y cómo llegó aquí?
-¡Ah, esa es una linda leyenda! Incluye, también, el origen del nombre de Silípica… Sucedió en mil seiscientos y pico... o mil setecientos... más o menos...
“Dice que venía una caravana de carretas, de Córdoba, con destino a Tucumán y Salta... al pasar por donde ahora es el pueblo, una de ellas, se detuvo. Los bueyes se le plantaron, a su conductor, seguramente un mestizo o un indio, como eran la gran mayoría en aquellos tiempos.
“Qué pasa ché… por qué se han parao los bueyes", le gritó el jefe de la caravana desde su caballo.
-¡No sé jefe! ¡Se han clavao! ¡No se quieren mover!
-Fijensé qué lleva adentro-, les ordenó a otros peones, que habían venido a saber, también, lo sucedido. El incidente estaba obligando a detener toda la caravana. -Capaz que está muy pesada.
“Fueron sacando cosas y dejándolas, momentáneamente, a un costado.
“¡Probá ahora”, ordenó el jefe, al conductor de la carreta. Que tenía en una de sus manos un látigo, y en otro una picana.
Los bueyes no se movían.
-¡Picalos, picalos, carajo-, gritaba el jefe.
- ¡Sí li pica, señor!- contestaba el indio.
Nuevamente, luego de un rato, subían y descargaban otros bultos.
-¡Picalos, picalos, chamigo!-volvía a gritar el jefe.
-¡Sí li pica, jefe! ¡Sí li pica, un montón! ¡Pero no se quieren mover, lo mismo!-contestaba el conductor de la carreta.
Otra vez a bajar encomiendas. Hasta que sacaron una caja grande, de madera. No muy pesada.. Y la carreta pudo ponerse en movimiento.
-¿Qué tiene esa caja?-quiso saber el encargado de la caravana.
-Una escultura de la Virgen, señor... para la catedral de Tucumán.
-A ver, volvela a poner... -ordenó el jefe. Lo hicieron.
Y otra vez, los bueyes se negaban a continuar. Al final, terminaron entregándole la encomienda a la familia Juárez, para su custodio. Pero finalmente, las autoridades eclesiásticas decidieron, por este suceso, que la Virgen Moreneta -como la llamaban-, se quede aquí.
-¿Y de dónde venía la Virgen? -preguntó Umbídez.
-De España... -contestó el Nano Paz.-Allá la llaman “la Virgen de Montserrat”.
-Ah...-asintió Umbídez- y todo esto... ¿qué tiene que ver con el nombre del pueblo?
Mariano Paz lanzó una carcajada.
-Hay una leyenda simpática sobre eso... dicen que el nombre “Silípica” le quedó porque, durante el incidente de los bueyes empacados... tanto le gritaba el jefe al indio que los pique a los animales, y el tipo le contestaba “¡Sí-li-pica!, ¡Sí-li-pica!, ¡Sí-li-pica!”, que esa parte fue la que más pegó en la imaginación popular... Entonces, cuando allá por mediados del siglo XVIII, los vecinos buscaron un nombre para ponerle a su pueblo, el más votado resultó ser el de “Sí-lí-pica” ** ...no sé si será cierto... Podría ser, también, quichua...
-No me suena a quichua... ni a ningún otro idioma aborigen conocido... debe ser, nomás, como cuenta la gente del pueblo... -opinó Umbídez.
* María Mercedes Tenti. Diario El Liberal.
** Libro del Cincuentenario. El Liberal. 3 de noviembre de 1948. Páginas 37 y 38.
Cerca de la una de la tarde los viajeros estaban llegando a la comunidad Sanavirona-Tonocoté de Lucup Tiquiunky. Donde fueron recibidos con mucho afecto por sus habitantes.
Luego de un dilatado almuerzo, que se extendió como hasta las dos y media, Umbídez y Mariano Paz se tomaron un rato para dormir la siesta. Que duró más o menos hasta las cuatro y media de la tarde.
Alrededor de las cinco, empezaron la reunión con los ancianos y representantes de las mujeres, los jóvenes, y los niños de la comunidad aborigen. A quienes Mariano Paz, como su apoderado legal, informó primeramente de la causa judicial contra la empresa inglesa The Argentine Forestry Company S.A. A la que habían denunciado ante el fuero criminal por reiterados incendios, provocados intencionalmente, en territorio legalmente inscripto a nombre de la comunidad Lucup Tiquiunky.
Después de otros informes, conversaciones e intercambio de opiniones sobre varios temas, el más importante de los cuales resultó ser el propósito de enajenación temporaria de un anillo territorial externo a la delegación alemana, se firmaron los compromisos ya acordados. Con su cooperativa La Morenata, de Silípica, y con la empresa Marconetti Hnos., de Bandera.
Luego de lo cual, se sirvió una gran cena, al aire libre, con toda la comunidad. Para ir todos, cerca de las once de la noche, ya, a dormir.
Al día siguiente, lunes 8 de junio de 1936, a las nueve de la mañana Mariano Paz y Umbídez partieron, rumbo a Bandera. Un pujante poblado agrícola e industrial que quedaba bastante cerca, más o menos cuarenta minutos de viaje, ya en el límite con la provincia de Santa Fe. Allí se reunirían con el hijo más joven de don José Marconetti. Que conducía la planta local de esta empresa harinera.
-La firma Marconetti e Hijos-, le comentó Nano a Umbídez por el camino -con cinco molinos, el de Santa Fe, el de Buenos Aires, el de Santa Clara, el de Tacural y el de Santiago del Estero, alcanzó el año pasado una producción de 6.600 bolsas de harina diarias. Como te habrás percatado, para una demanda tan extendida, necesita tener numerosas fuentes externas, que le provean con seguridad materias primas. Los Revainera, los Carol y los Saadi también trabajan para ellos, haciendo lo mismo que comenzaremos a hacer nosotros, ahora, con la cooperativa. Garantizarles que no les falte nunca el trigo.
-Me parece muy bien-, dijo Umbídez.
Luego de un rato de silencio, donde cada uno de ellos pareció reflexionar sobre sus propios pensamientos, Umbídez dijo:
-Che Nano... vos que sos un experto en toponimia... ¿de dónde le viene su nombre a “Bandera”?... es bastante obvio que no tiene nada de regional...
-Ah, sí... puedo decirte algo...-contestó su amigo-...que he leído por ahí...
“La tradición narra que dos muchachos muy jóvenes, Enrique y Ramón Basualdo, fueron capturados por aborígenes Mocovíes y Matacos, en 1883.
“Una partida de gendarmes, comandados por el capitán Crespo, salió en su búsqueda, dos o tres días más tarde. Pero no lograron recuperarlos.
“Cuando regresaron de su expedición, hasta muy dentro de lo que hoy serían los territorios de El Chaco y de Santa fe, en medio de la selva muy tupida de la región, se dieron con un gran pozo de agua potable. Cavado seguramente por los aborígenes. En el centro de un extenso espacio descampado.
“Mientras descansaban allí, como también acostumbraban hacerlo los guerreros indios, durante sus campañas contra los huincas, uno de los soldados divisó, atada a una rama vertical muy alta, una gran lonja rectangular, de cuero de vaca. Como estaba atada donde finalizaba la copa del árbol, dura por la sequedad de su superficie, seguramente los matacos y mocovíes la utilizaban como señal, para poder orientarse, muy fácilmente, al descampado, donde habían abierto aquel benéfico pozo de agua...
“-¡Claro!-había dicho uno de los soldados, entonces... -¡es una bandera!...
“De allí, le quedó al lugar, y al pueblo que se iba construyendo, poco a poco, alrededor, hacia principios del siglo XX, el nombre de «Bandera»...” *
-Ah, mirá vos...-musitó Umbídez-, sin apartar su vista de la ruta, algo sinuosa, por donde manejaba el automóvil. -¿Y nunca se supo nada de los muchachos blancos secuestrados?
-Sí. Algunos aseguraron haberlos visto, mezclados con los mocovíes, matacos, y varios otros criollos renegados, durante no pocos asedios al pueblo... que aún por entonces, casi habitualmente, se sucedían.
* Libro del Cincuentenario. El Liberal. 3 de noviembre de 1948. Página 60.
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