Capítulo 36

 

Capítulo 11



    Petricor... -silabeó, para sí misma, Edith-: amo el olor de la tierra, luego de uno o dos días de acariciante rocío... amo la lluvia lenta...

    Caminaba por el sendero de tierra, húmedo, junto a la acequia de la Avenida Aguirre; curso sin caudal aunque igualmente impregnado, bajo deliciosas cortinas paralelas de árboles, a uno y otro borde, de cuyas hojas, de tanto en tanto, caían algunas gotas sobre su mejilla, su cabello, o su nariz, que no la molestaban, sino, por el contrario, la hacían sentirse más viva, más feliz.

    ¿Cómo puede sentirse feliz una mujer tan joven como vos, bonita, inteligente, en una provincia chata y aburrida como Santiago?”, le había preguntado con esa impertinencia habitual de los porteños una cuarentona gringa, durante cierto Congreso Nacional Docente en la ciudad de Río Cuarto: “hace unos años, pasé tres días allí... -remató, incontinente, la ajada mujer- me quería morir... prácticamente no tienen lugares de diversión... fuera de algunos cines...”

    Edith la había mirado sin contestar durante algunos segundos... con esa misma sensación interior de futilidad, vivida cada vez que se encontraba con estos seres vácuos, con quienes parecía levantarse una pared de vidrio entre sus criterios, que impendía algún tipo de comprensión mutua, como en una asíntota *, ubicándolos inexorablemente en universos obturados, salvo la imagen, y tactilidad exterior. Para contestarle, con algo de escepticismo, luego:

    -Seguramente sabes que la palabra «divertirse» procede del latín divertĕre: llevar por varios lados, pasear... Aunque, no menos importante, es su segundo sentido: Apartar, desviar, alejar de sí mismos la atención de las personas.

    En Santiago del Estero, existe mucha gente -la mayoría me atrevo a decir- que no necesitamos desviar nuestra atención de las cosas ni de nosotros mismos, para ser felices”.

    Alejó esa evocación desagradable de su memoria y volvió a concentrarse en la vivencia mística de caminar sin rumbo, por aquella tierra amada y bajo esos árboles, algunos de ellos florecidos, entre los cuales se deslizaba, como flotando.

    Un jacarandá muy alto junto a la esquina de Aguirre y Sarmiento presentaba campanitas, de un suave color lila; a su lado, castañuelas, normalmente en parejas. Observaba esa maravillosa combinación de capas y matices, junto a un limonero espontáneo, de un verde brilloso, dos enredaderas envolviendo casi completamente el ancho tallo de un eucalipto, otros jacarandáes y lapachos - flores blancas y rojas, en ciernes- la humedad en filamentos cristalinos formando volutas al aire, cuando advirtió algo, como una pequeña nube en medio de los árboles, elevándose, suavemente, hasta esfumarse por completo. Al observarla con atención vio que formaba un embudo, en el cual se movían cierto tipo de partículas transparentes.

    ¡Insectos! -pensó Edith... Unas especies de mariposillas, con largas alas, volaban entre la llovizna suave, elevándose, como en tirabuzón. Este se hacía más amplio a medida que tomaba altura, hasta disolverse en el grisáceo cielo, antes de alcanzar la copa del jacarandá. Siguiendo la dirección de la nutrida columna, comprobó que se originaba en el suelo, desde un agujero, recién abierto sobre la tierra mojada. Edith se acercó: y vio una situación extraordinaria. Había pasado una especie de estallido, al parecer, pues los bordes del agujero aparecían desmoronados, como si tal derrumbe hubiera sido provocado por una fortísima presión, proviniendo de lo subterráneo. Por él emergían millares de bichitos, apretujándose, pugnando para abandonar el hueco, tan compactos en su amontonamiento, que daban la impresión de un grueso chorro de miel quemada, antes de surgir por completo y ponerse a volar. Cada bichito pisaba la boca del agujero, caminaba unos pocos pasos, sacudía las alitas como para estirarlas y se lanzaba a volar, siguiendo la columna en tirabuzón que, ordenadamente, acababa abriéndose, en todas direcciones, al final.

    ¡Hormiguitas!, pensó Edith. Le costó creerlo... jamás había visto esa etapa de su evolución, en que se las percibía tal como si fuesen pequeñísimas hadas...

    Estaba comenzando a llover con goterones gruesos. Se acercó aún más, para comprobar si eran hormigas: no lo aparentaban; más bien luciérnagas, en su conformación física, como de cucuruchitos rosáceos, dotados con un par de alas transparentes, semejantes a las de las libélulas. Pensó en inmovilizar una para mirarla a sus anchas, pero se contuvo. Seguramente si intentaba tomarla, dañaría su cuerpecillo de un modo irremediable. Las “haditas”, pensó Edith, no debían medir más de un par de milímetros, su cuerpo daba la impresión de ser muy blando. Ahora llovía bastante fuerte. Pero las hormigas continuaban saliendo y formando su cono inverso, inalterable, hacia el cielo. ¿Adónde irían? Pronto perdía una de vista a las que llegaban a esa parte más ancha del abanico, y desde allí rompían formación, hacia la tangente, cualquiera que fuese (para la percepción de Edith). Se dijo que estos goterones cayendo, desde tan alto, debían de resultar abrumadores para los animalitos -en caso de encontrarse alguno directamente con ellos. Efectivamente, por primera vez comenzó a ver la caída de unas pocas hormiguitas. Quedaban como atontadas, muy cerca de su agujero; una que observó parecía borracha, por momentos se dirigía hacia el hormiguero, como si fuese a introducirse otra vez en él, mas enseguida cambiaba de rumbo, regresando a la desorientación. Unas cuatro o cinco quedaron así, sobre el arcén, muy mojadas. Se apartó de ellas por un rato. Cobijándose bajo el techo de un refugio para pasajeros del colectivo que, viniendo por la Pedro León Gallo, traía a las personas desde el centro hasta Las Cejas. Cuando cesó la lluvia, y Edith regresó al hormiguero, una media hora después, no había ninguna más. El suelo había absorbido la humedad, poniéndose oscuro. El hormiguero no existía - al menos hacia el exterior-, la febril actividad de los animalitos había cesado por completo. Edith no pudo encontrar ninguna, ni siquiera en las hojas de los árboles. Tampoco halló alguna muerta. “Sus alas se deben haber secado, y luego han ido volando a... a donde tuvieran que ir”, pensó, con optimismo.

    Después de haber estado mirando a las hormigas, ya en el refugio para evitar la lluvia, se le había ocurrido una teoría singular. Le pareció que ellas formaban una comunidad grandísima, organizada, con sus lenguajes, sus leyes, sus propósitos, su sistema político, su tradición cultural. ¿Por qué no habría de ser así? ¿Qué nos autoriza a creer que estos seres no dispongan de sistemas ideológicos, de ciertas sensaciones equivalentes a lo que en los humanos denominamos “sentimientos”, de ciertas vivencias homologables a lo que en humanos solemos mencionar como “inteligencia”? -se había dicho Edith.

    Satisfecha con la reflexión, continuó su camino, en dirección al monte. Eran aproximadamente las nueve de la mañana. Como había llovido durante el viernes, y algo del sábado, la tierra estaba húmeda por todas partes: la vegetación, limpia. Los árboles y las hierbas resplandecían. Con delicado fulgor interno.


* RAE – Asíntota:

Línea recta que se acerca indefinidamente a una curva, sin llegar jamás a encontrarla.



***



Imagen obtenida con IA. ChatGPT.

    -La Corte Suprema de Justicia ha anulado mi programa de asistencia a los desempleados, por considerarlo inconstitucional...-decía el presidente Franklin Delano Roosevelt a los hombres que, alrededor de una larga mesa, escuchaban atentos.

    Según nuestros jueces supremos, el Estado debería dejar que nuestros ciudadanos se mueran de hambre, junto a un inmenso depósito, repleto con alimentos... pues tales alimentos pertenecen, únicamente a quien los comercializa... y sólo entregaría un par de salchichas a un hambriento, si este le diera, en cambio, un precio en dólares, que el «mercado» estipula con rigor para esta «mercancía»... Esto es, por cierto, un procedimiento muy racional... Pero no funciona en la actual circunstancia en que, debido a voraces e irresponsables especulaciones de quienes acapararon de un modo artero el capital, para colocarlo únicamente en maniobras financieras, derrumban, quizá sin proponérselo, todo el sistema social y productivo de un inmenso país, con sus millones de habitantes, precipitándonos en un remolino inverso, que no puede hacer otra cosa que llevarnos a una debacle, como nación... peripecia que debemos, a toda costa, evitar... Y la única manera de hacerlo es interviniendo, con el Estado presente, en la economía social... De tal manera, que ningún ciudadano estadounidense carezca de un empleo productivo, si es posible, y de ingresos regulares, que en definitiva, terminarán beneficiando principalmente a esos grandes empresarios, incapaces de comprender, hasta ahora, esta sencilla ecuación.

    Desde las ocho de la mañana de ese día primaveral, los más importantes empresarios de los Estados Unidos se habían reunido para escuchar y compartir información con el presidente.

    -Ustedes saben- continuó Roosevelt -que ante la crisis de sobreoferta y una insuficiencia del consumo, desde 1929, hemos venido aplicando una nueva distribución de las rentas, un nuevo acuerdo, entre empresarios y trabajadores, que reduzca los excesos de producción, mientras se aumenta el poder adquisitivo. Con tres medidas principales:

    En el ámbito financiero, y con el objetivo de frenar la cadena de quiebras bancarias, autorizamos a la Reserva Federal a conceder créditos sobre títulos y efectos descontables. En otras palabras, una utilización inteligente de la inflación, estrictamente controlada.

    En el aspecto social, iniciamos la lucha frontal contra el desempleo. Autorizando el pago de subvenciones a las gobernaciones regionales, para que distribuyan salarios mínimos entre los desocupados. Combinando con esta política la realización de grandes obras públicas, en todas las regiones del país, principalmente en las menos desarrolladas. Cientos, miles, de carreteras, puentes, hospitales, escuelas, viviendas económicas para los más humildes. Obras que no sólo benefician a todos los ciudadanos, sino también proveen fuentes de trabajo a miles y miles de desempleados. No fueron construcciones arbitrarias, sino orientadas a ofrecer posibilidades de empleo futuro. Como, por ejemplo, en Tennessee: donde se crearon presas hidroeléctricas y sistemas de riego.

    En septiembre de 1935 se aprobó el Social Security Act, con un plan de ayudas para jubilados y desempleados.

    Todas estas medidas fueron financiadas mediante impuestos a las bebidas y a las rentas no participadas de las empresas.

    Pese a una serie de trabas impuestas por la Corte Suprema, dominada, como sabemos, por el Partido Republicano, hemos decidido crear tres leyes nuevas: la segunda AAA (subsidios y regulación de la agricultura), el National Labor Relations act (fijando la legitimidad y afianzando el poder sindical) y el Fair Labor Standard act (marco general de los contratos laborales y 40 horas de trabajo).

    Estimamos que, gracias a la disciplinada aplicación de nuestro New Deal, las empresas estadounidenses consolidarán estructuras sólidas, a partir de ahora, durante décadas.

    Hasta hoy, en estos cuatro años de labor, las estadísticas muestran, claramente, cómo se han incrementado las competencias del Estado federal frente a los distintos Estados, sin afectar la libertad de empresa. Asimismo, el sindicalismo y los trabajadores consiguieron más poder, en un marco de respeto y diálogo constante con sus patrones. Y algo muy importante: el número de desempleados descendió, de 14 millones, a 7.5 millones, entre 1931 y 1936.”

    Exactamente a las 10 se dio por concluida esa reunión. Para continuar, luego de un descanso de media hora, con otra, en el Salón Oval. Donde participarían algunos altos funcionarios, ministros y jefes operativos, relacionados con las políticas internacionales del Estado.

    -Ante el muy evidente debilitamiento de nuestra pretérita Weissland, nos ha tocado la responsabilidad de ir ocupando, sin prisa pero sin pausa, el lugar de potencia hegemónica, necesario, como ha venido demostrándolo ya la Historia de la Humanidad, desde los griegos. Fundadores, sin duda alguna, de nuestra Civilización, sustentada, principalmente, en cuatro pilares básicos: nuestra Ciencia, nuestra Política, nuestro Arte y nuestra Fuerza.

    No cabe duda que para ello, es necesaria la confluencia de todos los habitantes de una nación, tanto sus clases dominantes como sus más subalternos ciudadanos, en un propósito común. Que es engrandecer a esta patria, entre todos, para irradiar hacia el exterior una potencia sin fisuras, con la cual implantar reglas claras en las diversas formas de relaciones sociales, económicas e institucionales que se establezcan con ellas.

    Hemos visto como, en tal sentido, tanto los dirigentes preclaros de la antigua Atenas, como los sucesivos estadistas romanos, han cuidado celosamente tales principios. Desde Pericles, hacia adelante, en Grecia. Desde Julio César hasta Vespasiano y Constantino, en la Gran Roma. El primero, construyendo el ejército más grande del mundo, para consolidar con él un orden estable y beneficioso sobre aquellos inmensos territorios integrados. Vespasiano, recuperando el orden interior y restaurando el poderío romano, en una etapa de transición. Y el de Constantino, utilizando, en una época muy anterior a Maquiavelo, los recursos que el florentino iría a inscribir como método trascendente de filosofía política, inmortalizada en su obra maestra, El Príncipe.

    Estamos claramente entrando en un momento de transición. En el cual la guerra, que si bien esperamos no llegue a materializarse, en el mediano plazo, si se repite, trayendo nuevamente desolación sobre la Tierra, podría ser, para nosotros, también, una nueva oportunidad. Por ello, es necesario continuar hoy, con más intensidad que nunca, la consolidación de nuestra América. Alcanzar altos niveles de productividad industrial, integración política y social, así como superioridad militar absoluta. El futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos, e incluso el de toda la Humanidad, depende extraordinariamente de todo lo que estamos construyendo, y planificando ahora.”

    Tras algunas consideraciones más del presidente, en tal sentido, se dio comienzo al tratamiento de informes sobre asuntos internacionales, tanto en el plano político, como en el de Inteligencia. Relacionado con este último, fue el del almirante Stephan W. Conally, quien informó que la semana anterior, había sido encontrado, muerto, un hombre de los servicios especiales estadounidenses en la Argentina.

    -Luego de 48 horas en que no se reportara, los empleados de nuestro consulado en Tucumán ingresaron a su casa, donde lo encontraron sentado ante una mesa, con la cabeza apoyada en sus brazos, como si hubiera fallecido mientras dormía -dijo el almirante.

    -¡48 horas!-exclamó el presidente Roosevelt- ¿por qué esperaron tanto? Si no se reportaba...

    -Es que allá las comunicaciones no son tan fáciles como entre nosotros... a veces, Gallagher solía desaparecer por dos o tres días, siempre con aviso, pues viajaba a Santiago del Estero, una provincia vecina, para cumplir con su tarea.

    -¿Cuál era su tarea?

    -Vigilar a los alemanes...

    El presidente pareció sobresaltarse.

    -No me habían informado de esto... ¿Quiénes son esos alemanes y qué hacen allí? -exclamó.

    -Son una delegación empresaria, principalmente de las Industrias Bayer y otras menores, auspiciadas y acompañadas por algunos científicos militares o estatales del Tercer Reich. Estábamos esperando tener datos más precisos sobre sus actividades, señor presidente, para presentarle un reporte completo, correctamente sustentado sobre verificación objetiva.

    -Está bien... y ¿qué es lo que se conoce sobre ellos, hasta ahora?

    -Los de Bayer trabajan, aparentemente, solo en el cultivo, procesamiento y elaboración de productos medicinales, a partir de hierbas u otros vegetales propios de la región.

    -¿Y los militares?

    -Esto es lo más difícil de inferir, señor... los alemanes han sido muy eficaces en ocultar celosamente cualquier posibilidad de observación exterior... pese a ello, a través de una comunidad judía en Colonia Dora, donde algunos científicos trabajan en una mansión que alquilan, Gallagher pudo obtener elementos dispersos, que le sirvieron para suponer que tienen el propósito de crear ciertas armas electrónicas, aún no descubiertas ni utilizadas en la actividad militar hasta ahora. A manera de la canalización etérea para energía eléctrica, el control remoto de pequeños aparatos, como aviones en miniatura o cohetes y la vibración atmosférica inducida-

    -¿Qué es la vibración atmosférica inducida?-, preguntó el presidente Roosevelt.

    -La ionización, a través de aparatos, de los ámbitos climáticos de ciertos poblados u otros objetivos bélicos, para desactivar sus sistemas electrónicos. Y dejarlos inermes, de tal modo, para un masivo ataque militar por otros medios.

    -Vendría ser, a ver, explíqueme bien, para ver si entiendo, ¿un apagón eléctrico general?

    -Exactamente...

    -¿Y eso se puede conseguir de algún modo?

    -Sí, al parecer estos nazis estarían construyendo, en Santiago del Estero, algunos aparatos que pueden ionizar artificialmente la atmósfera, en un grado suficiente como para afectar los sistemas eléctricos. Hay modelos teóricos, que hemos obtenido de nuestras universidades, aunque aún ninguno se ha experimentado en la práctica. Uno de ellos, es el generador de pulso electromagnético (EMP). Un dispositivo diseñado para producir campos electromagnéticos intensos. Este campo puede ionizar extremadamente el aire, al generar una gran cantidad de iones y electrones libres. Creando un medio conductor, que induce mayores tensiones magnéticas en los sistemas eléctricos. Estas corrientes pueden dañar o interferir el funcionamiento de equipos electrónicos y redes eléctricas, dependiendo de la potencia y el alcance del aparato.

    Otros dispositivos, como las armas de microondas, también pueden ionizar la atmósfera, al crear canales de plasma o generar pulsos electromagnéticos. Con un efecto más localizado en comparación con un EMP de gran escala. Los generadores de EMP, en particular, podrían ser desarrollados para aplicaciones militares, y su capacidad para afectar sistemas eléctricos, depende de factores como su diseño y la energía que despliegan.

    En el despacho oval se había instalado un silencio absoluto.

    -¡Es tremendo! -exclamó Roosevelt. -¿Por qué no sabemos más acerca de esto?

    -Precisamente, es posible que la frustración haya sido un factor determinante en la depresión de Gallagher... al parecer murió por un exceso de cocaína y heroína, que estuvo tomando indiscriminadamente.

    -Dejemos de lado a Gallagher, por ahora. ¿Cómo es que no pusimos más recursos en Santiago del Estero? ¡El asunto lo amerita!

    -Yo pedí un equipo técnico... -se quejó el almirante -me mandaron a Gallagher... un veterano de guerra, bastante conflictuado... Un tipo capaz de sacar su pistola y dispararle a un gato, por estar maullando de noche sobre el tejado... de hecho, mató a un alemán... aparentemente, sin necesidad.

    -Bueno, dejemos atrás cuestiones internas -exclamó entonces el presidente- Por orden mía, pondremos un equipo especializado, lo antes posible, en Santiago.


***

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    El 7 de agosto de 1936 llegaron a Añatuya cinco mexicanos. Dos mujeres y tres varones. El menor, Blas “Mescalito” Giménez, tenía 21 años. El Mayor, Felipe Gutiérrez, 24. Las mujeres, ambas muy bonitas, se llamaban Amanda (20) y Rita (19). Habían arreglado lo referente a viviendas -en La Merced-, mobiliario, y alquiler de un local, en el barrio Centro, para su negocio, con un comerciante santiagueño, Miguel Achem. Quien los esperaba, en el aeropuerto de Mal Paso, con todo listo para que viajasen inmediatamente hacia aquella antigua «Tierra de Los Juríes», en dos autos. Uno lo manejaría Achem -hombre amable, como de cuarenta años-, el otro, Luis Fons, uno de los mexicanos, de 23 años. Mescalito quiso ir al lado de Achem, no sólo porque era muy conversador y quería adquirir datos sobre su nuevo domicilio, costumbres de los añatuyenses, etcétera, sino porque en el asiento trasero trasladaría cómodamente sus tres cajones con macetitas, atesorando cada una de ellas plantines de maguey, cuidadosamente protegidos por dos capas de cartón prensado, y luego puestas en cajas de madera terciada, fabricadas exactamente para su tamaño.

    El maguey era un vegetal muy apreciado en México, desde tiempos milenarios, mucho antes de que aparecieran los carapálidas. Algunos solían confundirlo con cactus, áloes u otras plantas suculentas, le informó Blas Giménez a Miguel Achem. Pero aunque comparte con ellas ciertas apariencias externas, similares, como por ejemplo la suculencia, pertenece a una familia diferente. Además -aseguró Blas-, los linajes de Cactáceas son eudicotiledóneas, mientras que los áloes y agaves, como el maguey, son monocotiledóneas.

    -De él se obtiene el mescal, que es un término de la lengua náhuatl: mexcalli, significa 'maguey cocido', de metl 'maguey' e ixcalli 'cocido'-explicó Blas Giménez al simpático negociante santiagueño, de origen árabe. -Tiene varios usos, todos muy buenos para alegrarnos la vida-, aseguró. El primero, como alimento, obtenido de la cocción del tallo y la base de las hojas de esta planta.

    Pero también del maguey, se obtienen bebidas alcohólicas, muy tradicionales en México. Elaboradas a partir de la destilación del corazón del maguey. Esta función tiene, incluso, su Leyenda del Mescal: ella dice que una tormenta se habría abatido, hace miles de años, sobre un campo de agaves. Varios rayos habían caído sobre las plantas. Lo cual, combinándolas con el agua, provocó, en su fluir, el nacimiento de los licores. La leyenda asegura que fue Mayahuel -la diosa de la Tierra- quien provocó esa tormenta, para poder regalar el licor a los humanos.

    Mayahuel -o Meyehuali- la que rodea el maguey, es la diosa mexica del mezcal, y por extensión, de la borrachera. Es una de las divinidades relacionadas con la fertilidad. Por lo tanto, emparentada íntimamente con otras mujeres divinas, como Tonantzin, la madre de los dioses, Xochiquétzal, la dadora de la fertilidad y de la vegetación, Cihuacóatl, patrona de las mujeres muertas en el parto y Tlazoltéotl (una señora coprófaga, diosa de la sexualidad y la lujuria). También comparte atributos con Xilonen y Ilamatecuhtli, matronas del maíz; y con Chicomecóatl, la señora de las Siete Serpientes, matrona de los mantenimientos y también diosa de la tierra.

    Existen diferentes tipos de maguey, y cada uno produce una versión diferente de mezcal; una de las más conocidas, aunque no responde exactamente a la definición tradicional del mezcal, es el tequila.”

    Entusiasmados con estas conversaciones, y otras acerca de Santiago, sus habitantes, sus fiestas, sus costumbres, llegaron pronto a la ciudad de Añatuya. Donde se dirigieron al barrio de La Merced, para descargar, en dos casitas pegadas que los viajeros habían alquilado por un año, sus bártulos, algunos cajones pequeños con equipamiento y ​otros elementos livianos. Con anticipación, habían remitido por vía marítima tres máquinas, algo voluminosas, que en cajones encintados con finas láminas de acero, llegaron una semana atrás a Buenos Aires. Para ser remitidas, desde allí, por ferrocarril hasta Añatuya.

    Dos días después, tras acomodarse en sus domicilios, descansar y pasear un poco por los alrededores del barrio, los emigrantes pusieron en condiciones su negocio, de fotografía, revelado, e impresiones. Al que denominaron Tonatiuh. De cuyo nombre explicaban, a quien quisiera saberlo, que provenía, también, de la mitología azteca. En la que el sol se conoce, principalmente, como Tonatiuh. Este nombre náhuatl significa “sol” y también “el que calienta”. Solía ser mencionado, asimismo, como el águila que se eleva” (cuauhtlehuánitl) para el sol de la mañana, y “el águila que cae” (cuauhtémoc) para el sol de la tarde.

    Los mexicanos habían vivido varios años en Estados Unidos. En esta oportunidad, trajeron una máquina novedosa, llamada a revolucionar la cultura social de Añatuya, e incluso de toda la provincia. Un equipo singular, que ellos llamaban La fotocopiadora”. Inventada hacia 1933 por Chester Carlson, permitía duplicar documentos, en forma rápida y fácil, de una manera antes jamás vista. Conocida luego como electrofotografía, en pocos minutos se podían obtener diez, veinte o más copias, de textos escritos a máquina -incluso con figuras, si se las dibujaba con tinta negra en los originales.

    Pronto Casimiro González Trilla, periodista que había sufrido la desaparición de su periódico, El Chaqueño, por causa de un incendio que urdieran los ingleses, arruinando su máquina impresora, iba a convertirse en principal beneficiario de esta “fotocopiadora”. Instalada providencialmente ahora en Añatuya.



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