Capítulo 39
Capítulo 14
Olimpia Righetti pintaba, en su taller de la calle Aguirre, poco antes de llegar a la Andes. Estaban preparando las ilustraciones para el segundo tomo de La Civilización Chaco Santiagueña, de los Hermanos Emilio y Duncan Wagner. El primero había salido en 1934 -dos años antes-, causando una verdadera conmoción en el ambiente académico de la Arqueología a escala internacional. Allí, con 19 años y su título de Maestra Normal obtenido en la Escuela Centenario, Olimpia había colaborado, coloreando los dibujos de Duncan o con algunas otras imágenes, como integrante anónima del equipo que dio a luz aquella importante obra.
Su taller había sido instalado, en realidad, en una pequeña habitación, complementaria a un amplio galpón, que ocupaba el resto del terreno, junto a un patio alargado en el que señoreaban las tuscas y un aguaribay. Sus propietarios eran Genaro Coria y su mamá, Dolores. Que usaban el galpón como depósito para su mercadito de frutas y verduras. Le habían cedido aquella habitación confortable, originalmente destinada a oficinas, gratuitamente.
Sonó la campanilla de la puerta. Olimpia puso el pincel en un frasco de aguarrás, y salió a atender.
-¡Mamá! -exclamó, apenas al abrir... -¡No te esperaba! ¡Me das una sorpresa! ¡Pasá!...
Eran como las diez de la mañana.
-Voy a poner la pava para tomar unos mates... sentate, mami -invitó la joven arqueóloga en ciernes.
-No te molestes, hija. -Solo estaré un ratito. No quiero interrumpir tus tareas. Vine a felicitarte por tu designación en planta permanente para el Museo Arqueológico... Bernardo me ha contado...
-¡Ah, sí! -celebró Olimpia, volviendo nuevamente hacia su madre y propinándole otro beso. -Hace dos meses que ha salido, con la firma del gobernador Montenegro... pero recién me han avisado ayer... porque dicen que antes, no había presupuesto para pagarme los salarios.
-¡Ay, mijita!... -exclamó Palmira Cari, quien conservaba aún su pronunciado acento italiano- ¡sobre eso también quería hablarte! ¡No te dejes engañar por estos políticos! ¡Que te paguen como corresponde! ¡Cuando corresponde!... Mirá que ya ha pasado... El Gaucho Castro, como ellos lo llaman, ha llegado a atrasarles los sueldos casi un año, a los maestros y a la policía...
-¡No te preocupes por eso, Mamá! Nosotros, con Edith, nos damos vuelta con poco dinero... nos alcanza con los trabajos de dactilografía, que hacemos para algunos estudios de abogados... y con el sueldito de ella, que hasta ahora le vienen pagando más o menos bien...
-Mmmm… -manifestó la mujer, de unos cincuenta años-... no me convence... quienes trabajan, deben cobrar en tiempo y forma su salario... así lo determinó el papa León XIII, hace 45 años, ya... en 1891...
-Eso está muy bien, mamá... es cierto... aunque se aplica más a las grandes ciudades... Aquí en Santiago somos una comunidad solidaria... vivimos con poco... A mí, por ejemplo, Genaro no sólo me presta este galpón, para que tenga mi taller, sino también nos regala frutas y verduras... tenemos comida asegurada, gratis, casi todos los días... no todos, porque nosotras, con Edith, no nos queremos abusar... pero él nos permite que elijamos y saquemos de aquí lo que necesitemos, sin cobrarnos nada... yo tengo la llave de las dos puertas: de esta habitación y del galpón de atrás.
-¿Sobre qué pintas, Olimpia? -preguntó la madre, cambiando bruscamente de tema, luego de incorporarse para observar la reproducción de una vasija sanavirona, que su hija hacía.
-Sobre madera aglomerada, mami -respondió Olimpia.
-Ah... ¿Y pintas directamente sobre la madera? ¿No absorbe mucho, quitando brillo?
-No, la recubro con una capa de yeso mezclado con aceite de linaza.
-Eso debe ser caro -opinó la inmigrante italiana. Olimpia no contestó.
-Ah, continuó la mujer: -¿Y por qué pintas de los dos lados?- inquirió, con tono de asombro...
-Para ahorrar material, mamá... ¡en todo te fijas!...
-Es raro... no he visto pintores que pinten sus cuadros de los dos lados... ¿Y esto qué es? Parece un autorretrato... tienes cara de triste aquí...
Olimpia regresó con el mate, chipaco troceado en porciones, además de pepas, y la pava con agua caliente, todo sobre una ancha bandeja de madera cubierta por un pequeño mantel. Puso todo en una mesita de caña y totora, entre los dos sillones, del mismo material.
-¿Te pagan algo para pintar los cuadros, los Wagner?
-No, mamá... para eso me han gestionado la designación como empleada... se supone que es parte de mi trabajo.... y será compensado por el salario.
-Ojalá te paguen...-continuó la mujer...-los Wagner deberían ser más generosos... a ellos les dan viajes a París, para recibir la Legión de Honor, que les ha dado el gobierno francés, les financian sus conferencias... deberían compartir un poco.
-A veces me dan para comprar los materiales...-reflexionó en voz alta Olimpia-... No les podemos exigir mucho a los Wagner... no creas que están nadando en la abundancia... ellos y sus familias, también pasan por dificultades...
“Seguramente sabes que don Emilio, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se fue a Francia, como voluntario, pues era oficial de reserva en el Ejército Francés... bueno, cuando volvió, tres años más tarde, se encontró con que no poseía ninguna propiedad... su campo, en Mistol Paso, sus animales -unas cuarenta vaquitas, algunos cerdos, patos, gallinas... todo enajenado. Su abogado -y supuestamente mejor amigo- Napoleón Taboada-, había perdido un juicio entablado por un alemán, y tuvo que indemnizarlo por una gran suma. Como Wagner estaba ausente, le pagó él, según le dijo a don Emilio, pero para cobrarse la deuda y sus honorarios, había escriturado el campo a su nombre -el de Taboada-. ¡Ah!, -y «para que no se le mueran las vaquitas», las había hecho arrear hasta su estancia -la de Taboada-, a varias leguas de distancia. Pero «como no tenían marca», en el transcurso de los años, esas vaquitas «se perdieron». Finalmente, don Emilio pudo lograr, por intermedio de Bernardo Canal Feijóo, que Taboada condescendiera alquilarle el campo y su propia casa -casa construida, ladrillo por ladrillo, por don Emilio-, al igual que las pocas hectáreas de esa propiedad en Icaño. En estas condiciones vive don Emilio, su esposa y sus hijas en Mistol Paso, hasta hoy. Desde hace dieciséis años, desde que regresó de la guerra... todavía no ha podido pagar todo lo que «le debe» a su «buen amigo», el abogado Napoleón Taboada.
Doña Palmira Cari se quedó algunos segundos silenciosa. La historia la había impresionado.
-Es así, mamá... por eso los comprendo, a los Wagner... porque siento lo mismo que ellos... nosotros hacemos esto, por vocación... no por dinero, ni siquiera por reconocimiento o fama... Creemos que los descubrimientos hechos desde Mistol paso, extendidos luego a casi toda la región ocupada por culturas aborígenes, son algo maravilloso... Que nos demuestra que aquí había culturas delicadísimas, con un pensamiento filosófico sutil y desarrollado... no meros salvajes, como nos quieren imponer quienes los aplastaron a sangre y fuego, desde una ideología auto percibida como "la Ilustración"...
-Nosotros pertenecemos a esa cultura, hijita... no te olvides... a la Cultura Europea... hemos venido de allá... apenas sos la primera en haber nacido aquí... y también has mamado, desde mi vientre, y por lo menos hasta los dieciocho años, cultura europea. Que tiene mucho que ver con tu trabajo ahora, pues aprendiste a pintar con técnicas europeas, generosamente inculcadas por tu maestro, Schettini.
-Sí, Schettini es inmigrante italiano, como vos... pero pintaba paisajes santiagueños... solía decir que no había visto mejores paisajes en ninguna parte... Es cierto, parcialmente, lo que dices vos... sus técnicas provenían de la Perspectiva, el Renacimiento, el Neo Clasicismo, el Impresionismo... todas corrientes plásticas europeas...
“Y también hace esas composiciones extravagantes, pintando con óleo sobre chapa, y cuando se secaba la pintura recortándolas, para armar, con varias de ellas, un cibernético cuadro compuesto por recortes de chapas pintadas, fijadas, en diferentes planos, con pernos, como una especie de cuadro-robot...
“No reniego de ello, mamá. Solo que aquí he encontrado algo más grande... algo desconocido... o más bien, no tanto desconocido, sino olvidado por el mundo... la frescura de un universo estético con armonías pocas veces logradas en el devenir histórico de la Humanidad...”
-Tanto, crees vos...-cuestionó doña Palmira-... y por qué, entonces, las doctrinas de los Wagner son tan combatidas por las grandes universidades Argentinas... como la Universidad de La Plata, por ejemplo...
-Eso es una infamia... tramada por una pandilla de tránsfugas porteños... encabezados por el Perito Moreno, junto a otros como Estanislao Zeballos, apoyados por Hermann Burmeister, alemán radicado en Buenos Aires, Paul Broca o Paul Topinard, dos franceses etnocentristas. Broca, Topinard y otros franceses, propugnaban el «carácter civilizador de los eslavos y celtas braquicéfalos», considerando a los «dolicocéfalos rubios europeos, ancestros primitivos. Por su parte, Moreno y compañía, complementaba tal aserto con los cráneos tehuelches llevados por él mismo a París. Que, según su criterio y el de Burmeister, reforzaban la hipótesis de Broca. Debido a lo cual fueron recibidos con entusiasmo por él y por sus discípulos. Según nuestros «embajadores», Burmeister, Moreno y Zeballos, el «patagón antiguo» era equiparable, en fisonomías y antigüedad, al Hombre de Neanderthal. Lo cual, según todos ellos, abría la puerta a la posibilidad de «un origen americano del hombre».
“La colección de cráneos y restos arqueológicos, paseados por toda Europa, le valió a Moreno la creación del Museo Antropológico de la Provincia de Buenos Aires, a fines de 1877, y el envío de un álbum de fotografías de los cráneos, a la Exposición Universal de París, al año siguiente.
-Esto es demasiado complejo para mí -dijo doña Palmira- ¿Por qué esto motivaría un rechazo a los descubrimientos santiagueños?
-A eso iba, mamá... los descubrimientos santiagueños, de los Wagner, ponen en jaque las teorías etnocéntricas del perito Moreno y sus cómplices. Pues abre una alternativa diferente: la de otras culturas, más antiguas, incluso, que las configuradas teóricamente por los porteños. Y autónomas, o, en todo caso, derivadas de otras corrientes evolutivas, más bien inclinadas hacia los continentes asiáticos.
“Pues la frutilla de la torta presentada por Moreno & Cía., era esta, escuchá bien, te voy a sintetizar su teoría:
“Habría habido, hace millones de años, una especie humana bastante refinada, progresista y culta, ubicada en la región que hoy conocemos como Buenos Aires, La Pampa, y hasta más o menos Tierra del Fuego. Pascasio Moreno y Burmeiter lo denomimaron «El Patagón Antiguo».
“Pero desde el Norte -cuándo no-, comenzaron a descender oscuros bárbaros, salvajes y depredadores. Poniendo en fuga a los ya casi civilizados «patagones». Que no tuvieron más alternativa, finalmente, que emigrar... y ¿adónde fueron?... tomaron sus barcas -¡pues ya las tenían!... ¡y se fueron a Europa! Y allí, adoptaron el nombre de Neandertales...
“La historia no termina allí... siglos después... milenios, quizás... otra vez comenzaron a ser invadidos, en sus bucólicas tierras albiónicas… por otros negros bestiales... esta vez, provenientes del África...
“Otra vez los abnegados dolicocéfalos, ya muy blanqueados por su extendida permanencia en tierras eslavas y celtas, tomaron sus buquecitos y regresaron a su Patagonia antigua, esperanzados en que aquellos salvajes federales aborígenes de tez oscura, hubieran retrocedido o se hubieran exterminado entre sí. Vana expectativa. Aquí, los esperaban no sólo vivas sino incluso acrecidas, aquellas hordas que ahora habían tomado nombres para sus turbas como los de «Mapuches», «Araucanos», etcétera.
“Serían tales turbas -las más belicosas provenientes, según Pascasio Moreno- de tras la cordillera, región que hoy llamamos Chile, las que terminarían aniquilando o anonadando completamente con su barbarie, a los que podrían haber sido sus civilizadores.
“No se crea que esta nueva catástrofe evolutiva iba a terminar así... por el contrario, de un modo impensado, quienes terminarían salvando el destino de América del Sur, serían, pese a todo... los europeos... quienes, a través de sus conquistadores -entre cuyas huestes se entremezclarían por miles los descendientes genéticos del Patagón Antiguo-, refundarían la Argentina. Por medio de sucesivas oleadas civilizatorias. La última de las cuales, encabezada por el general Julio Argentino Roca, terminaría para siempre con la «pesada herencia» cultural de un pretérito imperfecto étnico deplorable.
-Más o menos he entendido... -titubeó doña Palmira- no estoy muy segura... a ver, decime vos:
“Quiere decir, entonces, que cuando los hermanos Wagner descubren lo que ellos llaman La Cultura Chaco Santiagueña, desbaratan la teoría del Patagón Antiguo?”
-No necesariamente... siempre son teorías... faltan muchas más evidencias para que una de ambas pueda ser corroborada con precisiones objetivas... Pero sí, les surgió un molesto obstáculo, en el sentido de proponer otra visión más amplia... decir que las cosas no pueden ser tan simples, como para considerar a una sola etnia por encima de las otras y llamarla, incluso, civilizada... Sino ver que en nuestra América, en toda América, tanto del Norte como del Sur, podrían haber existido muchas culturas refinadas, complejas, elevadas intelectualmente. Cosa que durante el siglo XIX se intentaba negar por completo, partiendo de una poderosa expansión eurocéntrica.
Conversaron un rato más. Hasta que la señora de Righetti vio el reloj sobre una repisa y se levantó de un salto:
-¡Uhhh!... ¡las once y media ya!... Me voy volando... Vittorio me va a matar si no le tengo la comida lista para las doce... Voy a ver qué improviso con lo que tengo en mi alacena...
-Vamos mamá... aquí a media cuadra hay una parada de mateos... yo te lo pago uno, para que llegues más rápido.
-¡No... voy caminando rapidito... si no son más que diez o doce cuadras!...
-¡No mamá! ¡No sea cosa que te caigas, aquí las veredas son muy irregulares, llenas de pozos en algunas partes... vamos, don Miguel, el dueño de los mateos, me fía a mí... tengo cuenta corriente. Él me anota los viajes, y yo le pago a fin de mes.
***
El Oberstleutnant Erwin Rommel y su esposa Lucie Marie Mollin arribaron a Valparaíso en octubre de 1936 con el propósito de pasar unos quince días en Argentina. A diferencia de él, la esposa del ascendente oficial manejaba perfectamente el idioma español. Lo cual debía ser un elemento facilitador, pues el propósito de la pareja era no sólo dar un paseo por esta región de América, que Rommel amaba y su esposa ansiaba conocer, aunque más no fuese fugazmente. “No necesitas llevar traductora, en tu viaje a la Argentina”, le había sugerido ella, no hace mucho. “Yo puedo traducir todo, si me invitas.” Rommel apreciaba con gran unción a su esposa, con quien tenía perfecta sintonía. Entonces, cuando surgió la necesidad de supervisar personalmente algunas cuestiones técnicas logradas por los laboratorios alemanes en Santiago del Estero, Lucie lo acompañaría. Su hijito Manfred, de 8 años, quedaría con los abuelos, en Danzing. Donde los ancianos poseían una próspera hacienda, en la que se cultivaban trigo, maíz, remolacha azucarera, patatas y frutas. Además de criar ganado.
Cruzaron la cordillera en una discreta caravana, compuesta por cuatro vehículos, y un motociclista, que oficiaba de guía.
Llegaron al Hotel Edén, de La Falda, como a las nueve de la noche. Lucie estaba muy impresionada: “Esto es el Paraíso Terrenal”, le había comentado a su marido, al contemplar, durante aquella agradable jornada primaveral, los majestuosos paisajes de la Cordillera de los Andes.
En Córdoba los esperaban ya Orfelio Ulises. Hombre de indiscernible edad, aunque de apariencia joven. Y su esposa, Gretchen, hija de Rudolf Hess. Ella sí, efectivamente muy joven: unos 20 años, como máximo, pensó Lucie al observarla. “Y él debe tener 30... parece indígena...” Efectivamente, Orfelio, de pequeña estatura -al igual que Rommel-, era muy moreno, de rasgos finos, bello rostro y manos delicadas. Orfelio hablaba muy poco el alemán, así que ambas mujeres tendrían un rol protagónico durante el almuerzo, que compartieron. Gracias a ellas la conversación transcurrió fluida. Después de almorzar, pasaron a la sala de estar donde tomaron café, y volvieron a comer algunas masas regionales y alfajores cordobeses, por la tarde, ya cerca de las 18:00. Ambos hombres se habían entusiasmado sobremanera con sus diálogos. Que versaron sobre Historia, Política Internacional y algunas cuestiones concretas de la situación local, que en Alemania no había manera de conocer.
Orfelio Ulises le hizo saber a Rommel que en Argentina había un grupo de militares de alto rango muy desconformes con el rumbo de la política impulsada por quienes -según ellos- habían “usurpado el poder desde 1820” (Excepto el periodo de Rosas). Para convertir al país en una semicolonia, del imperialismo inglés.
Ulises dijo que estos militares tenían gran popularidad hacia el interior de las Fuerzas Armadas. Y que cualquier iniciativa política de ellos, casi seguramente obtendría un acatamiento inmediato entre los mandos subalternos, así como un gran apoyo de la población.
Mientras los obreros, clases medias, pequeños y medianos comerciantes, agricultores, y hasta muchos industriales, padecían extremas limitaciones bajo políticas económicas públicas orientadas únicamente a favorecer, en primer lugar, a empresas inglesas, luego estadounidenses y, por fin, a un pequeño grupo de gobernantes, junto a unas cuarenta familias privilegiadas y grandes terratenientes ganaderos, agrupados corporativamente en la Sociedad Rural Argentina.
Había hambre y miseria en la Argentina de 1936, pese a haber sido un país donde sus pobladores originales, antes de la conquista española, disfrutaran de plena alimentación y todo tipo de riquezas naturales.
Se necesitaba expulsar del manejo irrestricto de los poderes públicos a esta oligarquía parasitaria, que estaba llevando el país al hundimiento definitivo de toda su sociedad, sostenían los militares, amigos de Orfelio y Gretchen. Ellos querían hablar con Rommel. Pues veían en Alemania, Italia y Japón, posibles aliados, ante un futuro donde se debiera disputar hegemonías territoriales, para reconfigurar las relaciones impuestas hasta aquellos años en la Argentina, que algunos de sus más lúcidos intelectuales caracterizaban como “La Década Infame”.
Rommel manifestó a Orfelio Ulises que con mucho gusto recibiría a sus amigos militares, para mantener un diálogo abierto, de forma “extraoficial”. El filósofo aborigen, descendiente del cacique Namucurá, habia traído una lista con sus nombres. Se la proporcionó a Rommel.
Ellos eran:
El coronel Agustín de la Vega; el coronel Miguel A. Montes y los tenientes coroneles Emilio Ramírez, Aristóbulo Mittelbach, Arturo Saavedra y Juan Domingo Perón.
-Bien -dijo Rommel. -Dígales a sus amigos que vengan a verme el próximo jueves, a las 18:00. En el Hotel Edén.
Era martes. 22 de octubre. Orfelio Ulises y Gretchen partieron, entonces, hacia la ciudad de Córdoba. Para comunicar, a los miembros del Grupo de Oficiales Unidos, que se había concretado la cita.
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