Capítulo 42
Capítulo 17
Tino Rossi se miró al espejo diciéndose que parecía uno de esos “niños bián”, entre los que se iba a introducir hoy por un rato. Ciñó la pajarita y se colocó el sombrero marrón, de ala angosta. Moño verde. No corbata. Para que no obstruyera el paso de la mano, que debía entrar y salir rápido. Miró atentamente su saco, de color ocre oscuro, hacia el área pectoral: “no se nota el bulto”, musitó. El bulto era una funda sobaquera, conteniendo la pistola, Ballester Molina, calibre 45.
Estaba anunciada para esa tarde, a las 19.00 una “Conferencia Magistral” del teniente primero Carlos Alfredo Pérez Burgos. Conspicuo integrante de la cúpula nacional de la organización civil Liga Patriótica. En el cine Renzi, de la capital santiagueña.
El título de la conferencia era: “Tampierazo: los métodos de la subversión apátrida y cómo combatirlos”. Era allí donde habían muerto sus padres. Posiblemente a manos de Pérez Burgos.
Deliberadamente se demoró un poco, paseando por los alrededores del Ferrocarril Mitre, entre jardines y árboles frondosos. Se quería ahorrar la introducción, seguramente una ristra de rituales y ceremonias, a las que tenían adicción, los fanáticos activistas de esa ultraderecha pseudo aristocrática, que constituían remedos de falanges, atrabiliarias.
Efectivamente, el acto había empezado, posiblemente hacía unos diez minutos, cuando entró. Se dirigió directamente al gallinero, que, como esperaba, presentaba menos público, más plebeyo, y a medialuz. Unas cincuenta personas, calculó. Mientras que abajo -pudo ponderarlos, pues se ubicó en las butacas del frente. Desde donde se podía contemplar las atestadas platea general y platea preferente, totalmente ocupadas por quienes se consideraban “la crema” social santiagueña. Incluyendo curas y funcionarios gubernamentales, en las primeras filas.
El joven rubio y atildado que hablaba, impecable en su traje gris, estaba terminando su presentación del militar Pérez Burgos, también de traje oscuro, un hombre igualmente joven, de unos 28 o treinta años, como más.
-...la trayectoria del teniente primero Carlos Alfredo Pérez Burgos, pues, presenta no sólo aquellos caracteres formidables en su conceptual ideología patriótica, sino está constelada, asimismo, de acciones heroicas, en las que puso constantemente de manifiesto su valentía y extraordinaria eficacia profesional. Ha integrado, desde su adhesión a la Liga Patriótica Argentina, los principales cuerpos de combate en los que nuestros efectivos debieron participar, reprimiendo al comunismo sinárquico. Y derrotando sus desordenas revueltas, en cada ocasión. Tan es así, que lleva en su cuerpo heridas de guerra, ya cicatrizadas, gracias a Dios. Obtenidas, cual gloriosas condecoraciones, durante sus combates, librados durante la insurrección anarquista de 1919 en Buenos Aires, y las de 1921 y 1922 en la Patagonia. Paladín que hoy ha venido, precisamente, a otorgarnos una clase magistral, sobre lo que fue El Tampierazo. Una brutal insurrección comunista, buscando arrastrar al caos a todo el pueblo de una ciudad fabril cordobesa: San Francisco, en el límite con Santa Fe.
“Para tal propósito, entonces, los dejo con nuestro distinguidísimo visitante, el teniente primero Carlos Alfredo Pérez Burgos.”
Un cerrado aplauso de las cerca de 300 personas que colmaban las plateas -algo menos masivos en el gallinero-, recibió al militar. Quien luego de agradecer, con engolada “humildad”, comenzó:
-Nuestra gloriosa Liga Patriótica Argentina constituye una asociación civil nacionalista, antiizquierdista, antisemita, defensora de la supremacía racial, antisindical. Debido a lo que algunas interpretaciones interesadas nos denomimaron “fascistas”. Lo cual, una vez más debo aclarar que no somos, para nada, fascistas ni nazis. Ya que nuestra ideología se proclamó, desde sus inicios, como capitalista liberal, en lo económico.
“Nuestra Liga Patriótica, fue refundada, en esta generación, por don Manuel Carlés. Escritor y político de la Unión Cívica Radical, nacido en Rosario en 1875. Fue diputado de la Nación por la provincia de Santa Fe y luego por Capital Federal en 1904. Fue interventor de la provincia de Salta en 1918. Profesor del Colegio Militar de la Nación, tuvo activo protagonismo durante las insurrecciones proletarias rojas, de 1919, al mando de combatientes que defendíamos las instituciones. Junto al preclaro general Luis Dellepiane. Con financiamiento del gobierno nacional, desplegamos comandos civiles, para acompañar, en nuestros autos descapotados, adecuadamente pertrechados de carabinas y revólveres, a las fuerzas militares, conducidas por el general Dellepiane. Hasta derrotar a los grupos comunistas, que habían seducido a los obreros de los Talleres Vasena.
“Durante el levantamiento subversivo por algunos llamado «Patagonia rebelde», desde 1920 a 1922, actuamos conjuntamente con organizaciones homónimas de Chile.
“La raíz de la Liga Patriótica Argentina había sido plantada, ya, en 1898. Con el propósito de acompañar el accionar del gobierno y reforzar las políticas destinadas a armar a la ciudadanía y prepararse para la guerra. Que se avecinaba peligrosamente debido a la tozudez y malicia del gobierno chileno. Ya que pretendían quedarse con la Puna de Atacama, y además, con toda la región de lo que hoy es nuestra Patagonia Argentina, las islas del Sur y el control total de la vía interoceánica. En aquel entonces, nuestro presidente, el doctor Alfredo Lagarde y la primera Junta Ejecutiva declaró públicamente que «el único fin de la Liga Patriótica era levantar el espíritu patriótico de los ciudadanos en general de la república Argentina, y propender a la instrucción de ellos en el manejo de las armas, adaptadas al ejército de línea». Entonces fue que algunos de aquellos fundadores ilustres, muchos de ellos descendientes de próceres y padres de nuestra patria, varios de ellos militares en actividad, lograron reunir un importante capital financiero, con el cual pudieron emprender, en la crítica oportunidad de una posible guerra que se avecinaba, un despliegue de movilizaciones y prácticas militares de sus miembros, en todas las provincias argentinas.
“Importantes esfuerzos se orientaron, sobre todo, a mejorar la eficiencia del Ejército, principalmente de la Guardia Nacional. Logrando cumplir la instalación de polígonos de tiro en toda la República. La Liga Patriótica de 1898, propició la fundación de institutos de esta clase en las diversas provincias, cooperando a facilitar los elementos que su instalación exigía. Esta medida buscaba mejorar el manejo de las armas -en particular de los nuevos Mauser modelo argentino- por parte de los ciudadanos, complementando los ejercicios doctrinarios de las Guardias Nacionales, de modo que su preparación sirviera para el caso en que sus servicios sean requeridos en el ejército nacional.
“Una parte importante de la actividad de los precursores -algunos de ellos nuestros padres, abuelos o tíos- estuvo dedicada a gestionar las armas necesarias, para la práctica de tiro: gestionó las armas ante el gobierno, comisionó agentes, como lo hizo el subcomité de Baradero con Romeo Roque Gatmank. También se ocupó de mantener relaciones fluidas con el ministro de Guerra y Marina, así como con el jefe de Estado Mayor del Ejército Argentino. Costeó la construcción de polígonos, envió decenas de circulares, a los gobernadores de provincia e intendentes, recomendando la fundación de polígonos de tiro, en las cercanías de cada capital. Pidiéndoles, además, que procuraran la cesión temporaria de los terrenos, por parte los propietarios.
“Respecto de los principios filosóficos que nos impulsan a darlo todo, hasta la vida misma, por tan altos ideales, ruego se me permita leer textualmente un fragmento de nuestro egregio poeta Leopoldo Lugones. Descendiente de antiguos hidalgos hispanos, santiagueños, quien el 9 de diciembre de 1924, al cumplirse el centenario de la batalla de Ayacucho, ante el presidente de Perú Augusto Leguía y otros ilustres asistentes a la conmemoración, dijo:
«Yo quiero arriesgar también algo que cuesta mucho decir en estos tiempos de paradoja libertaria y de fracasada, bien que audaz ideología.
«Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada. Así como ésta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque ésa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo. Pero sabemos demasiado lo que hicieron el colectivismo y la paz, del Perú de los Incas y la China de los mandarines.
«Pacifismo, colectivismo, democracia, son sinónimos de la misma vacante que el destino ofrece al jefe predestinado, es decir al hombre que manda por su derecho de mejor, con o sin la ley, porque ésta, como expresión de potencia, confúndese con su voluntad. El pacifismo no es más que el culto del miedo, o una añagaza de la conquista roja, que a su vez lo define como un prejuicio burgués. La gloria y la dignidad son hijas gemelas del riesgo; y en el propio descanso del verdadero varón yergue su oreja el león dormido.
«La vida completa se define por cuatro verbos de acción: amar, combatir, mandar, enseñar. Pero observad que los tres primeros son otras tantas expresiones de conquista y de fuerza. La vida misma es un estado de fuerza. Y desde 1914 debemos otra vez a la espada esta viril confrontación con la realidad. En el conflicto de la autoridad con la ley, cada vez más frecuente, porque es un desenlace, el hombre de espada tiene que estar con aquélla. En esto consisten su deber y su sacrificio.»
Espontáneamente -o quizá no tanto, pensó Tino Rossi, en el gallinero-, estalló un aplauso desde las primera filas de la platea preferencial. El teniente Pérez Burgos sonrió, ensayando una inclinación que al hijo de italianos recordó las de Paul Whiteman y John Boles, en la película King of Jazz, estrenada en este mismo cine unos cuatro años atrás.
-Pues bien. Las palabras de don Leopoldo Lugones definen con precisión los sentimientos y razones esenciales que nos llevaron, a los integrantes de nuestra Liga Patriótica, a combatir activamente en toda acción revolucionaria impulsada desde los enemigos de la paz, la concordia, y el progreso de los pueblos libres. Para instalar por doquier nuevas dictaduras, como la que hoy padece el pueblo ruso a partir del asalto al poder de los bolcheviques.
“Algunas insurrecciones muy peligrosas están ocurriendo en nuestra patria. Como la que nos trae hoy a esta sala. Denominada «El Tampierazo», por sus simpatizantes. Pero a la que mejor sería llamar «El Porrazo». Porque, luego de un intento de transformar a una pujante, aunque algo ingenua sociedad industrial en bastión comunista, sus promotores dieron de bruces contra el suelo. Ya que sería impedido, absolutamente, su brutal intento, por las fuerzas policiales, con el auxilio imprescindible de nuestros comandos civiles. Conducidos -y me enorgullece decirlo, por tres oficiales en actividad de las Fuerzas Armadas Argentinas: el capitán Ramón Mendía, el subteniente Juan Garay, y quien les habla.
“La huelga del año 1929 en la ciudad de San Francisco azotaba a las fábricas más importantes de la ciudad. Además de Miretti y Cía, los Molinos Boero y la fideera Tampieri, que eran las que más obreros tenían, se lanzaron a las calles cientos de obreros y obreras de otros numerosos talleres metalúrgicos, fábricas de muebles, incluso, empleados municipales. Llegaron a ser miles, que paralizaban la ciudad. Prácticamente toda la ciudad estaba en huelga. Y eran agresivos: no era una huelga por motivos laborales, únicamente. Querían tomar el control total de la ciudad. Para crear, en la Argentina, el primer soviet comunista de toda Latinoamérica.
Tan es así, que la principal fuerza política era el Comité Popular de Defensa Comunal (del Partido Comunista Argentino) que ya había tenido como intendente a Serafín Trigueros de Godoy... quien perdió las elecciones frente a César Ferrero, de la agrupación Plus Valía....¡otro bolchevique!... El Partido Comunista se había adueñado de toda la organización de los obreros locales. Y hasta las mujeres, se habían organizado en la Asociación Femenina Comunista con ciento cincuenta afiliadas, que actuaban en coordinación con sus maridos o camaradas, en 1929 agitando la ciudad casa por casa.
“También existía la Unión Obrera Provincial, con más participación de los socialistas. Existían varias agrupaciones anarquistas y otros pequeños grupos trotskistas.
“En suma, desde 1920, más o menos, San Francisco de Córdoba se había ido convirtiendo en una ciudad casi completamente comunista... en su población, unos ciento cincuenta mil habitantes... Esta masa obrera, tenía prácticamente como rehenes a los empresarios, imponiéndoles poco a poco sus exigencias, hasta sus caprichos...
“Así se llegó a este conflicto, en que el Partido Comunista lideró la organización, movilización y constitución del movimiento de lucha total, por exigencias como la jornada de ocho horas, el aumento de salarios, para adultos y menores, el pago de horas extra, así como también de los domingos y feriados trabajados, la participación de los obreros en comisiones internas para supervisar las condiciones de trabajo, el equipamiento, provisión de ropaje, cascos, borceguíes, etcétera y el reconocimiento legal del sindicato.
“Entre las mujeres, las marchas y tomas de fábricas estuvieron conducidas por la Asociación Feminista Comunista de San Francisco, y entre los jóvenes, por la Juventud del Partido Comunista de San Francisco.”
Tino Rossi pensó:
-Yo estaba ahí. Hasta ahora vas bien, facho.
-Entonces fue que una delegación de los empresarios amenazados por el conflicto, se puso en contacto con la Liga Patriótica Argentina, filial Córdoba, para solicitar nuestra colaboración en el control del conflicto. Ya que la policía local estaba completamente cooptada por los comunistas. Esto iba a ser motivo, luego, de enfrentamientos armados con nosotros, cuando fuéramos a poner orden. Ocasionando incluso muertes, en nuestras filas. Pero no me adelantaré a los hechos; continuaré con el relato sistemático de las acciones. Para contrarrestar la propaganda comunista, que ha logrado permear, incluso, a algunos periódicos serios, con versiones antojadizas.
-Hijo de puta -reflexionó Tino-. «Antojadizas» son informaciones que contabilizan decenas de muertos y heridos, desaparecidos, luego de haber sido secuestrados por ustedes, torturados, tan es así que muchos de los que salían de los calabozos, algunos de ellos niñas y niños de 14 o 15 años, estaban tan aterrorizados que no quisieron militar en política nunca más.
-Los burócratas comunistas provinciales Antonio Maruenda y Jesús Manzanelli y los jefes locales Agustín Baldezarre y los hermanos Navarro lideraban la combativa protesta. Las acciones subversivas se desarrollaban sobre un fuerte sector industrial de la ciudad de San Francisco. Se había iniciado la protesta el 12 de agosto de 1929, en los talleres de Miretti y Cía, dedicados a la fabricación de maquinarias para el agro, las carpinterías y los aserraderos.
“La empresa decretó, entonces, la suspensión de las actividades productivas. Pero una manifestación de unas dos mil personas recorrió las calles de la ciudad, en apoyo de los subersivos. Mientras tanto, se iban agregando insurrectos al bando de los comunistas: el Sindicato de Oficios Varios de San Francisco resolvió una huelga general de sus militantes. La protesta, entonces, se había extendido a importantes empresas del grupo de la alimentación, como lo eran la industria molinera y fideera.
“En el molino Meteoro, de Carlos Boero Romano, el conflicto venía ya desde el mes de agosto, y estábamos llegando a noviembre; mientras que en Tampieri y Compañía habían entrado en crisis durante setiembre y hasta diciembre. La movilización llevaba a cabo numerosas acciones de carácter masivo: manifestaciones, mitines, conferencias, boicot, huelgas locales y de alcance provincial. El Comité de Huelga comunista, llegó a tomar, ya en noviembre, el control absoluto de todas las actividades ciudadanas.
“Como casi siempre pasa en estos casos, el movimiento obrero subversivo conseguía adhesiones de casi todos los sectores gremiales, políticos y artísticos, además de gran parte de la prensa escrita.
“El sector patronal, desesperado, ensayaba diversas estrategias a fin de neutralizar el largo conflicto, tan perjudicial para sus intereses: negociaciones directas con sus obreros, presiones, contratación de obreros disciplinados para disuadir a sus compañeros, y el empleo de algunos comandos policiales constituidos por policías de franco. Pues la policía local se negaba a reprimir la insurrección.
“El gobierno provincial envió un destacamento del Escuadrón de Seguridad de la Provincia para garantizar el ingreso de obreros rompehuelgas al Molino Meteoro, a pedido del dirigente radical Augusto Boero. Los ferroviarios se solidarizaron con los huelguistas negándose a enviar vagones al molino, mientras el movimiento obrero local decretó el boicot a los productos de Meteoro. También los policías provinciales pronto se vieron desbordados...
“Entonces el empresariado, como ya dije, apelando a sus amigos de la capital cordobesa, decidió recurrir a nuestra colaboración. Que cambiaría totalmente el carácter de aquel infortunado asalto insurreccional. Extirpándolo de raíz y estableciendo sumariamente la normalidad.
-Allí fue donde entraron ustedes con bandas asesinas, integradas por mercenarios cordobeses y lúmpenes policiales...-exclamó Tino, sin poder contenerse.
-¿Cómo? -dijo un anciano, que se había sentado a dos butacas de distancia.
-No, nada, disculpe- le respondió Tino. El militar cordobés continuaba con su charla:
-...fue allí donde se registraron los principales combates, entre el proletariado comunista que había copado la ciudad, y las fuerzas legales de la civilidad, que veníamos a establecer el orden.
“El 21 de noviembre de 1929 se libró uno de los enfrentamientos más grandes del conflicto. Durante esa jornada corrió mucha sangre, tanto de nuestras fuerzas patrióticas, como de los subversivos, quienes se defendieron con todo tipo de estratagemas. Desde tirarnos agua hervida con sopletes, hasta apedrearnos de todos los costados, mientras avanzábamos, recuperando, palmo a palmo, el espacio público, que ellos habían usurpado.
“Luego, durante los tres días siguientes, se produjeron otros enfrentamientos. También de brutal intensidad, pero cada vez más favorables a nosotros. Algunos de los comunistas caídos en aquellas gestas fueron Lisandro Rivadero, de 30 años, empleado de la empresa telefónica, el agente Francisco Farías (de acuerdo a la crónica de la época «querido entre las personas por su trabajo en la calle») y la pequeña Herminia, una obrerita de la fábrica Tampieri. Pronto se les sumaría Ernesto Gallegos, de 16 años. Quien murió pese a que uno de nuestros combatientes lo llevó en su auto, aún con vida, al hospital Iturraspe.
“Menciono estas víctimas para ejemplificar la irresponsabilidad de sus dirigentes comunistas... que no trepidaban en enviar menores, a veces sus propios hijos o hermanos pequeños, incluyendo niñas, al enfrentamiento suicida con fuerzas militares, científicamente entrenadas, como éramos nosotros...
“Los velorios de aquellos trabajadores -unos veinte, en total- fueron otra oportunidad para que algunos subversivos intentasen aprovechar esa oportunidad para volver a encender los ánimos por medio de discursos agitativos. Nosotros los observábamos a la distancias, prudentemente, sin intervenir en absoluto. Partieron del Sindicato de Oficios Varios. Y cuando el cortejo fúnebre iba al cementerio, lo siguieron más de cinco mil personas. Según una crónica de La Voz de San Justo. «El llanto de miles de obreros unió a sus almas al igual que la cantidad infinita de flores que fueron depositadas. En ese triste jardín y en la tierra fue depositada Herminia, la joven obrerita», aseguró el diario.
Pero la insurrección había terminado. Nuestra labor, entonces, había sido eficaz, responsablemente ejecutada. Tuvimos que lamentar víctimas: el amigo Jorge Gabriel Uriburu, de 19 años, sobresaliente legionario patriota, y el subteniente Juan Garay, nuestro camarada. Que entregó su vida defendiendo los valores más sagrados de nuestra nacionalidad argentina.
-¡Mientes, hijo de puta! ¡Garay murió en una reyerta con tres policías provinciales, a quienes ustedes les querían pagar la mitad de lo que les habían prometido!... ¡Allí murió, también, el agente Julián Ochoa! De la comisaría local de San Francisco... a quien ustedes habían estafado, haciéndolo trabajar en un día de franco y contra su propio pueblo.
Se contuvo. Salió, en cambio, de inmediato, mientras comenzaban a escucharse los aplausos. Iba a esperar a Pérez Burgos abajo. Y le iba a pegar un tiro en el corazón. Había practicado tiro durante cuatro años en sus ratos libres. Soñando encontrarse alguna vez con los responsables de esos crímenes, que lo habían dejado huérfano. No creía en nada que no fuera la materia pura y dura. Y la concatenación entre sus partículas de la interacción entre causa y efecto. Pero que existía la suerte, existía. Pensó. Mientras bajaba las escaleras en penumbras del cine Renzi, en Santiago.
De súbito, un pensamiento inesperado irrumpió en su consciencia. “Ché, vale la pena, realmente, matar a este tipo?”, se preguntó. “Nunca he matado a alguien... ¿qué sentiré después? ¿Y, podré escapar? Proyecté huir hasta la estación y perderme luego en las oscuridades del barrio El Triángulo... pero... ¿podré hacerlo? ¿no estoy arriesgando demasiado?...
“Por otra parte... ¿no tendrá él hijos y esposa, que lo esperan en su hogar? ¿O tal vez que lo acompañaron?... y están aquí, y saldrán seguramente junto a él... ¿Yo también provocaré nuevos huérfanos?
Sumido en esas contradicciones llegó a los cortinados de la puerta principal, donde se agolpaban ya decenas de admiradores, para saludar o ver de cerca al disertante. Quien avanzaba, por el pasillo central, dificultosamente, pues cada dos metros debía detenerse a recibir los saludos y dialogar unas cuantas palabras con una u otra persona del público.
Argentino Rossi, parado junto a la cortina derecha del salón, introdujo su mano bajo la solapa del saco, y acarició con la punta de sus dedos la culata de su Ballester Molina.
-No lo haré-, exclamó de pronto. Retirando como si lo hubiera picado un carán la mano.
-¿Qué capo, no? -escuchó que le decía un muchachito moreno, como de dieciséis, o diecisiete años, calculó, a su lado.
Lo miró, inexpresivo. No dijo más nada. Estaba aún allí cuando llegó, apretujado entre sus admiradores, Pérez Burgos. Al verlo, por alguna razón inexplicable, el tipo extendió la mano. Tino se quedó duro, inmóvil, sin hacer nada. El militar anuló su gesto con rapidez y mirando hacia el otro costado siguió caminando con sus amigos.
Tino se quedó allí, sin saber qué hacer. Hasta que sintió un sacudón, en su brazo izquierdo, que lo sobresaltó.
-¡Tino!-escuchó que le decían...-¿Qué haces aquí? ¡Qué bueno verte! Creo que deben hacer como dos años que no nos encontramos...
Era el viejo Mackeprang. Uno de los fundadores del Partido Socialista Argentino en Santiago.
Tino se dio la vuelta hacia él y lo abrazó. No podía hablar. Por poco se le escapa el llanto.
-¿Qué tienes que hacer? ¿Quieres venir conmigo, a comer una pizza? -invitó el anciano dirigente.
-Bueno... -contestó.
-¡Vamos aquí a la vuelta! A lo del gringo Pedretti… en la Chacabuco... -celebró el hombre que lo invitaba: -vamos a conversar largo y tendido... tenemos muchas cosas que analizar...
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